Hace 50 años el Muro de Berlín dividía al mundo

Durante la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, Alemania quedó dividida definitivamente en dos realidades diferentes. En muchas cuestiones esas diferencias todavía persisten hasta hoy, aun cuando ya han pasado más de 20 de la demolición de la gran pared.

Berlín es la nueva meca europea del arte y la modernidad, de la diversión y la libertad. Es una ciudad multicultural y con fama de igualitaria. Pero lo que un turista no detecta a simple vista es la enorme brecha social que dejó para siempre el Muro que se levantó hace 50 años.

Más de dos décadas después de su caída, en noviembre de 1989, «el viejo fantasma de la ciudad dividida aún no ha desparecido ni en el este ni el oeste», explica el experto Klaus Schroeder, dela Universidad Librede Berlín. Muchos alemanes siguen sin sentir que son un único pueblo, como demuestran varias encuestas. Y es que los esfuerzos realizados con la unión monetaria, la recolocación de millones de personas o la reconstrucción de casi todos los pueblos y ciudades de la desaparecida República Democrática Alemana (RDA) no han logrado acabar de ningún modo con la grave diferencia social, cultural y sobre todo económica entre el este y el oeste del país.

Las condiciones de vida se igualaron en numerosos aspectos como educación y salud, pero el rendimiento económico de los cinco estados federados de la antigua RDA sigue siendo en torno al 70% del nivel de los 11 occidentales. Los salarios llegan sólo a un 78% en el este, mientras que el desempleo es casi el doble. Esa diferencia es extrema en la capital de la primera potencia económica europea, donde la tasa de desocupación supera el 13,5% frente al escaso 7% del conjunto del país.

Berlín es la ciudad con más contradicciones de Alemania: no hay trabajo, pero miles buscan hacerse un hueco profesional en ella; es la más turística del país y al mismo tiempo una de las más sucias; artistas y diseñadores se asientan ahí, pero venden sus obras en el resto del país.

Centenares de personas recorren calles, parques y bares en busca de botellas vacías que podrán cambiar por unos centavos en los supermercados. No son sólo desempleados: también jubilados a los que no les alcanza la pensión, personas que vivieron en el satélite comunista y nunca lograron acomodarse a un sistema que consideraban ajeno, y jóvenes que abandonan los estudios. No en vano, la educación «es una de las primeras cuestiones a resolver», defiende Peter Boeger, director dela Fundación CheckpointBravo de Berlín, ubicada en el lugar en el que durantela Guerra Fríase encontraba el punto de control fronterizo del mismo nombre. El fracaso escolar es enorme en Berlín y en la vecina región de Brandeburgo. En ese estado federado, recuerda, al menos un 20 por ciento de los que dejan la escuela se queda sin perspectiva alguna.

Su alcalde, Klaus Wowereit, ya hizo famosa la vibrante ciudad hace años con la expresión «pobre pero sexy». Artistas, yuppies, políticos, extranjeros y jóvenes venidos del resto de Alemania con jugosos contratos conviven en una urbe en la que para muchos alemanes, el nivel de suciedad, pobreza, desempleo y exclusión social es alarmante. Según datos de la «Deutsche Paritätische Wohlfahrtsverband» (Sociedad de bienestar alemana), al menos 650.000 de los escasos 3,5 millones de habitantes son pobres. Y más de 120 mil sobreviven gracias a los subsidios sociales.

Basta salir de los burgueses barrios occidentales de Wilmersdorf, o Charlottenburg, del moderno Mitte, el «rosa» Schöneberg o el pujante Prenzlauer Berg, para darse cuenta de lo que encierra realmente la ciudad en barrios multiculturales como Wedding, Moabit, Kreuzberg, Neukölln o periféricos como Marzahn o Hellersdorf. En esas zonas -y en muchas otras- es frecuente que los progenitores no tengan empleo o que trabajen la jornada completa y apenas dispongan de tiempo para los hijos. «Y eso tiene consecuencias fatales», recuerda Carola Bluhm, responsable de integración.

«Berlín es la ciudad de Alemania en la que más inmigrantes de tercera o cuarta generación siguen siendo pobres», alerta Sabine Walther, dela Confederaciónalemana de Protección al Menor. «Y la pobreza es un factor de riesgo para la violencia contra niños».

Para William Haywood, guía turístico de «RevolutionaryBerlin», una organización que ofrece tours «anticapitalistas», la raíz de todos los problemas se encuentra en la privatización masiva que se llevó a cabo con la caída del Muro y el desmoronamiento del autodenominado «primer Estado obrero y campesino en tierra alemana».

Peter Boeger no puede decir si Berlín ha aprendido algo desde que en 1990 volvieran a unir sus destinos las dos antagónicas Alemanias, pero está seguro de que ha sabido aprovechar la oportunidad única que se le brindó. «Berlín esla Romadel siglo XX, la gente del todo el mundo viene aquí para descubrir las huellas de la historia».

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