La noche en que Palermo y la Bombonera se dijeron «hasta siempre»

El delantero jugó su último partido en el estadio xeneize; entre lágrimas, le agradeció al público, se abrazó con su familia y fue el centro de festejos en el círculo central; ni siquiera el empate sobre el final de Banfield (1-1) opacó la ovación para el goleador; Maradona lo aplaudió desde su palco.

En una rara conjunción de sentimientos, entre los hinchas se entremezclan rostros de alegría, de enorme emoción y también de congoja, de nostalgia y de tristeza. Todo es por culpa de un solo hombre, que eclipsó la fría noche con su sola presencia.

 

Ocurre que la de hoy fue la última función de Martín Palermo en la Bombonera. Nada más. Nada menos. El Titán de los goles imposibles, el optimista del gol, el que hizo 20 tantos en 19 partidos, el que hizo su gol número 100 con los ligamentos cruzados rotos, el que volvió después de seis meses y le hizo un tanto a River «con la muleta», el que sufrió la insólita fractura de tibia y peroné por culpa de una muralla que se vino abajo cuando celebraba un tanto para Betis con sus hinchas, el del gol de media cancha contra Independiente, el del cabezazo inolvidable desde 40 metros contra Vélez, el goleador histórico de Boca, el quinto máximo artillero del fútbol argentino.

 

Por eso, el público copó la Bombonera, que estuvo repleta para despedir a su gran ídolo. Si hasta por momentos parecía que hoy se jugaba el superclásico o que Boca jugaba una final de campeonato.

 

Los fanáticos coincidieron en una frase para demostrarle todo su cariño al ídolo que se retira: «Eternamente gracias». Incluso las canciones habituales de la hinchada fueron levemente modificadas para incluir el nombre del goleador en sus estrofas.

 

Suele decirse que la vida del Titán es de película. Y vaya si lo es, que hasta su partido homenaje es infrecuente. Porque se vio rodeado de sus seres queridos, pero al mismo tiempo estuvo jugando por los puntos, ante Banfield, el mismo rival al que le clavó un golazo de chilena en el Apertura 2004, y contra el que pidió jugar sí o sí apenas unos días después de sufrir uno de los grandes golpes que le propinó la vida: la pérdida de su pequeño hijo en agosto de 2006. «Gracias Stefano, todo es para vos», cuentan sus allegados que dijo Martín al hacer el primero de sus dos tantos en aquel emotivo 3 a 0 que jugó con lágrimas en los ojos. De allí en más, cada uno de sus gritos fueron dedicados al ángel que lo acompaña y lo lleva de optimismo desde el cielo.

 

Ningún futbolero puede sentirse ajeno al sentimiento que esta noche se vivió en la Bombonera. Porque Martín Palermo trasciende las fronteras del «Mundo Boca». Su profesionalismo y su respeto por los rivales lo convirtieron en un emblema del fútbol argentino. En una leyenda viviente.

 

En el plano futbolístico a Martín se lo vio algo atado en los primeros minutos, con una visible sensación de que la situación y la emoción lo sobrepasó. Tuvo, igual, dos chances. En la primera, se lo sacó el arquero Bologna, y en la otra, pifió una chilena que podría haber sido épica.

 

Faltó el grito suyo, para que la fiesta sea completa. Pero como él mismo dijo durante la semana, no le puede pedir más al fútbol. Por eso celebró como propio el tanto de Colazo.

 

Allí se va Palermo, por última vez como futbolista profesional por el túnel xeneize. Tras sus pasos, se baja el telón de un escenario que lo vio protagonizar obras cumbres y goles claves, como aquel inolvidable y emblemático a River en el 2000, cuando volvía de una lesión de ligamentos cruzados, en la noche perfecta para el hincha de Boca.

 

 

La Nación

 

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