Reflexión del Obispo de Iguazú: “Señor, ayúdanos a cumplir la Voluntad del Padre”

  Monseñor Marcelo Raúl Martorell, Obispo Puerto Iguazú dice este domingo: Toda la vida del hombre se construye en íntima relación con Dios y sin Dios nada puede hacer. Dios desde siempre ha hecho alianza con el hombre y encontramos esta Alianza en la Escritura: la Antigua Alianza a través de la Ley de Moisés y la Nueva Alianza a través de Jesucristo, de su Pasión, Muerte y Resurrección y de su fe en Él, como nos lo enseña San Pablo.

 

 

La Antigua Alianza se basaba en el cumplimiento de la Ley de Moisés y de las obras de la Ley: “Mirad, yo pongo hoy ante vosotros bendición y maldición: bendición si obedecéis los mandamientos del Señor vuestro Dios…y maldición si los desobedecéis” (Deut. 11,26). Todo estaba contenido en la Ley y cumplirla significaba obtener la bendición y la salvación por parte de Dios; así como toda condenación –maldición- y perdición estaba en no cumplirla.

 

El Nuevo Testamento establece un nuevo orden: Dios bendice y salva al hombre no por la Ley y las obras de la Ley sino por la fe en Cristo Salvador. San Pablo nos enseña que, ahora independientemente de la Ley, la justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo (Rom. 3,21 y ss). Todos los hombres que crean en Jesucristo serán salvos. Para los hebreos -fieles observantes de la ley mosaica- esto significará un cambio brusco, pues ellos no tienen más derecho a la salvación -siendo que son observantes de la Ley- que cualquier otro hombre que desconoce esa Ley. Para unos y para otros la salvación vendrá por la adhesión a la persona de Jesucristo. Dice el Evangelista San Juan: todo el que cree en el Hijo, tiene por Él la vida eterna (Jn. 3,15). Y cuando San Pablo habla de que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley, se ha de entender las obras de la ley mosaica y no las obras buenas que nacen de la fe en Jesucristo (Rom. 3,28) y aclara “la fe que actúa por medio del amor” (Gal. 5,6). O sea, no sólo la adhesión a Cristo por la inteligencia, sino la adhesión de todo el hombre: su inteligencia, voluntad y libre actuar a través de las obras en el amor.

 

En el Evangelio leemos que Jesús dice: “no todo el que me diga, Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre” (Mt. 7,21). ¿De qué nos vale un conocimiento intelectual de Dios, decir yo conozco que Dios existe, si no vivimos adheridos a su persona por la fe, que debe penetrar toda la vida y llevar al hombre a hacer su Voluntad? Vivir para Dios y obrar para Él. Dejar que Dios entre en el corazón y dejarle obrar a Él en nosotros. Por eso llegará a decir el Apóstol San Pablo: “no soy yo ya quien vive en mí”. El cristiano debe llegar a vivir en Cristo y ser para Cristo en la fe y en las obras de la caridad, obras que se desprenden de la fe y del amor a Él. Así nos lo enseña también el Apóstol Santiago: dime en quien crees y te diré cuáles tienen que ser tus obras. Y por esto no basta decir yo creo en Jesucristo que salva y rezo a Jesucristo, sino “yo vivo en Cristo y Cristo vive en mí”, todo mi ser le pertenece y por lo tanto todo mi actuar, todo mi obrar en la vida, en mi medio ambiente, mi hogar, mi trabajo, mis diversiones e incluso mi dolor.

 

Así entendemos las palabras del Señor: “no todo el que me dice “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino quien haga la voluntad de mi Padre y la cumpla” (Mt. 7,21) y lo que nos dice en seguida “¿no profetizamos en tu nombre y arrojamos demonios?” a lo que el Señor afirma:  “No los conozco” Y esto porque vivimos una fe vacía, que reconociendo a Jesús por la inteligencia, no lo dejamos entrar a nuestro corazón ni lo manifestamos con nuestras obras. “¿Señor cuándo te dimos de comer o curamos tus heridas?” A lo que Jesús responde: “cuantas veces lo han hecho con uno de mis pequeños, conmigo lo han hecho” (Mt. 25,40). Solamente así somos propiamente cristianos, dignos de llamarnos hijos de Dios y servidores de Jesucristo, y solamente así edificamos nuestra casa sobre roca firme, sin temer que sea abatida por los vientos y tempestades.

 

Amar a Cristo, con todo nuestro corazón y nuestra mente, y vivir ese amor cada día de nuestra vida, nos ayudará a construir un mundo mejor, en la paz, en la justicia, en el amor y el perdón. Necesitamos perdonar y construir sobre el amor de Jesucristo nuestro mundo de hoy tan lastimado por el dolor de las heridas causadas por la debilidad del hombre y las consecuencias del pecado original. Solo así seremos constructores de un mundo mejor, de una Patria de hermanos.

 

Que María madre de la Paz, nos pacifique a través de las obras en Jesucristo, nuestro Señor.

 

 

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