Carta del Obispo de Posadas, Mons. Juan Rubén Martínez

“En este domingo el Evangelio de San Lucas (11, 1-13), sigue proponiéndonos el tema de la oración. Uno de los discípulos le pide a Jesús, su maestro: “Señor enséñanos a orar”. En realidad ellos querían aprender aquello que hacía su Maestro: “Un día Jesús estaba orando en cierto lugar”.

Muchos textos bíblicos y sobre todo San Lucas nos hablan de la oración de Jesús. El Señor, subía a la montaña para orar (Mt. 14,23), incluso cuando todo el mundo le busca (Mr. 1,37). En general su oración estaba ligada a su misión. San Lucas nos presenta a Jesús en oración antes de cada acontecimiento importante, como en este domingo que Jesús estaba en oración, antes de enseñar a rezar el Padre Nuestro a sus discípulos.

 
Todos los bautizados estamos llamados a ser hombres y mujeres de oración. Pero cada uno tenemos que ligar nuestra espiritualidad, devoción y oración a la vocación y misión que tenemos.
 
En nuestra Diócesis, en Posadas, tenemos la gracia de tener el Monasterio contemplativo de las Hermanas de la Sagrada Familia. Ellas tienen una vocación y misión ligadas íntimamente a la oración personal y litúrgico-comunitaria. Los consagrados y sacerdotes tenemos que vivir la comunión con Dios, para ser instrumentos de la comunión con los hermanos, ser pastores y para esto es necesario orar como Jesús, el buen Pastor. Pero en esta reflexión quiero referirme especialmente a la oración de los laicos, que son la mayoría del pueblo de Dios. Su oración no puede ser igual a la de los monjes o a la de los sacerdotes. Quiero que reflexionemos sobre un texto de San Francisco de Sales en su gran libro “Introducción a la vida devota”, que aunque fue escrito a principios del siglo XVII, tiene mucha actualidad: “La devoción se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones particulares de cada uno. Dime, si sería lógico que los obispo quisiéramos vivir entregados a la soledad, al modo de los monjes; que los casados no se preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un obrero se pasara el día en la Iglesia, como un religioso; o que un religioso, por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la manera de un obispo, por todas las circunstancias que atañen a las necesidades del prójimo. Una tal devoción ¿no sería algo ridículo, desordenado e inadmisible? Y, con todo, esta equivocación absurda es de lo más frecuente… La devoción –la oración- mientras sea auténtica nada destruye, sino que todo lo perfecciona y completa”. La verdadera oración no complica, sino que nos permite hacer bien las ocupaciones propias de nuestra vocación y misión.
 
Esto puede ayudarnos a reflexionar sobre la necesidad de oración en los laicos que por su propia vocación están ligados a tantas situaciones que muchas veces parecen contraponerse a las cosas de Dios. Es erróneo pensar que la espiritualidad y la oración están ligadas solamente a los momentos en que estamos en el templo. Si creemos esto corremos el riesgo de estar generando una ruptura entre la fe y la vida cotidiana.
 
Quizás tengamos que aprender a orar las situaciones como lo hace tanta gente con sencillez y espontaneidad. Con una jaculatoria o bien tocando una imagen, invocando a nuestro Padre Dios, como en el “Padre Nuestro” o bien elevando una petición, como los pobres que piden, porque se saben necesitados.
 
Si bien es necesario que los laicos tengan algún rato de oración personal, o bien, de adoración eucarística, retiro espiritual o participación en los momentos comunitarios y litúrgicos, es indispensable que oren desde las situaciones que les toca vivir a diario. Siempre nos encontramos con alegrías, tristezas, desengaños, sufrimientos propios y ajenos, todo esto podemos elevarlos a Dios como agradecimiento, alabanza o petición. Por eso en el Evangelio de este domingo, el Señor nos propone la parábola “del amigo insistente”, en el contexto del tema de la oración. Nos promete que quien pide con insistencia “Le dará todo lo necesario” (Lc. 11,8).
 
Es cierto que no es fácil reflexionar sobre la oración, en un tiempo que se olvida a Dios. Quizá por eso mismo tenemos que recordar que el hombre o la mujer que oran no solo alimentan su vida espiritual, sino que sobre todo se humanizan”.
 
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
                                                                                                                                                                                                                     Mons. Juan Rubén Martínez

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas