Carta del Obispo de Posadas

En la Carta del Obispo de Posadas Mons. Juan Rubén Martínez dice: “En este domingo el texto del Evangelio (Lc. 9,51-62), nos presenta a Jesús en camino a Jerusalén para celebrar su Pascua y las exigencias para aquellos que quieren seguirlo y ser sus discípulos.

 

Las frecuentes rupturas entre fe y vida o sea una religiosidad superficial que no lleva al compromiso con las acciones de vida y criterios, nos distancian del verdadero significado de ser cristianos. Esto en general está causado por la incomprensión de nuestra condición de “discípulos” de Jesucristo. Todos los bautizados estamos llamados a ser discípulos. El Sacramento del bautismo forma parte de una práctica habitual de los cristianos. Es un acontecimiento incorporado en nuestra religiosidad. Pero también es cierto, que no hemos asumido suficientemente este camino de discipulado y de una formación, que es indispensable, para vivir con un compromiso de fe nuestra vida cristiana.

 

Ese discipulado del cristianismo no se refiere en primer lugar al seguimiento de una doctrina, no es una teología-teoría del mundo o una teoría desde los pobres, su ángulo para mirar la realidad no son un conjunto de normas morales. Tampoco ser cristiano no es la realización de algunas prácticas de piedad o el cumplimiento de algunos rituales. El discipulado implica el seguimiento de “la persona de Jesucristo”. En esto el cristianismo se distancia de las otras religiones. La vinculación a la persona de Jesús no es por un tiempo o bajo un aspecto determinado. El discípulo que sigue a Jesús, se encuentra con la necesidad de asumir sus enseñanzas. Desde Él, nosotros nos comprometemos con una doctrina, aquello que Él nos reveló, hacemos una opción preferencial por los pobres y marginados y solo desde Él tiene sentido nuestras prácticas de piedad. Estas enseñanzas son liberadoras y nos regalan “la Vida”, pero también hay que decir que son exigentes e implican un seguimiento que tiene que ver con la cruz. Por eso en el texto de hoy, Jesús ante alguien que le expresa su deseo de seguirlo: “¡Te seguiré adonde vayas!” (Lc. 9,57), le advierte que Él, que es “el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc. 9,58). Y más adelante dice: “El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el reino de Dios” (Lc. 9,62).

 

Quizás nos venga bien preguntarnos: ¿Podemos vivir este discipulado de Jesucristo, en medio de un mundo tan complejo y donde las ofertas parecen tan diferentes a la propuesta cristiana? Desde ya que debemos reconocer que es difícil. Uno de los principales males viene por el lado del “secularismo”, la indiferencia y el individualismo religioso. Pero también lamentablemente hay propuestas religiosas que son consumistas y entusiasman temporalmente a algunos y después los dejan peor que antes. Aunque difícil, sabemos que es posible vivir nuestra condición de cristianos porque Dios nos ayuda con su gracia. Seguramente en quienes podemos encontrar las mejores respuestas es en el testimonio de tantos mártires y santos del pasado y de nuestro tiempo. La carta del Apóstol San Pablo que leemos este domingo nos dice: “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios…” (Gal. 5,16). La humildad y el sabernos necesitados, nos abre las puertas a Dios y nos permite construir sobre roca. Por el contrario, la autosuficiencia nos hace perder la condición de discípulos y nos hace inconsistentes y perecederos.

 

El lunes 21 pasado en la Asamblea Diocesana, donde participaron 400 representantes de nuestras comunidades, parroquias, movimientos y escuelas, nos comprometimos a seguir transitando el camino del Sínodo, actualizando “Las Orientaciones pastorales” del mismo en los temas juventud, laicos y familia, para asumir dichos desafíos en los próximos años. El Espíritu Santo, no dudo, que nos ayudará a que podamos ser una Iglesia de discípulos de Jesucristo, y entonces más misionera, profética y servidora.

 

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

                                                                                  Mons. Juan Rubén Martínez

 

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