Carta de Monseñor Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú

“La liturgia de este domingo nos introduce en el tema de la Pasión del Mesías, Zacarías nos dice que en el época mesiánica la gracia de Dios sería derramada sobre Jerusalén, un “espíritu de gracia y de clemencia”, alegría que sería turbada por la muerte violenta de un personaje misterioso “a quien traspasaron” y por el que todo el pueblo llorará amargamente.

Esta es una profecía del Mesías doliente, que aparece bajo otra forma en las profecías de Isaías, que en los cánticos sobre el Siervo de Yahvé parece “herido por nuestras rebeldías, molido por nuestra culpas”(Is.53,5). El apóstol Juan más tarde se acordará de las palabras de Zacarías al comprobar que en el Cristo atravesado por una lanza se habían cumplido las Escrituras (Jn.19,37). Jesús mismo hace esta constatación al anunciarles a sus discípulos los sufrimientos que le aguardaban en el momento de su pasión.

 

Jesús descorre el velo de su misterio y pregunta a sus discípulos: ¿quién dice la gente que soy yo? (Lc. 9,18-20). Las gentes lo tienen por un profeta, pero los discípulos habían captado algo más en él y Pedro tomando la palabra en nombre de todos, responde: “Tú eres el Mesías de Dios”. Esta respuesta es un eco de la profecía de Isaías sobre “el ungido del Señor enviado a anunciar la buena nueva a los pobres” (Is. 61,1). Jesús completa esta profecía hablando por primera vez de su Pasión y dice: “el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser…ejecutado” (Lc. 9,22). Así se presenta como el “Siervo de Yahvé, despreciado y humillado por los hombres, varón de dolores y conocedor de dolencias” (Is.53,3).

 

Esta revelación de Jesús fue para los discípulos -quienes como sus compatriotas esperaban un Mesías Rey-, muy dura y turbadora. Jesús les aclara que también ellos habrán de pasar por el camino del sufrimiento: “el que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc. 9,23). El irá delante para dar el ejemplo y será el primero en llevar la cruz. El que quiera ser su discípulo deberá imitarle y no una sola vez, sino “cada día”, negándose a sí mismo –en su voluntad, inclinaciones y gustos- para conformarse con el Maestro sufriente y crucificado.

 

San Pablo nos enseña que los “que hemos sido incorporados a Cristo por el bautismo, hemos sido revestidos de Cristo” (Gal. 3,27); revestidos de su pasión y muerte y por eso los cristianos debemos vivir a imagen del que antes de ser glorificado fue el “varón de dolores”. Y como el dolor de la Pasión desembocó en la alegría de la resurrección, así también nosotros debemos saber que si cargamos con paciencia la cruz que nos ha tocado vivir y la llevamos hasta perder la vida por Cristo, culminará su camino en la alegría de la gloria eterna. La enfermedad, la pobreza, la muerte, los dolores imposibles de evitar, si los llevamos unidos a la Pasión de Cristo darán fruto, no sólo nos llevarán a la gloria de Dios, sino que darán fruto de gracia y alegría en esta vida.

 

Muchas veces nos quejamos de los dolores y sufrimientos, de la enfermedad y la muerte, reclamándole a Dios por nuestra suerte que sentimos es peor que la de los pecadores, sobre todo cuando vivimos en la oración y la gracia. Dios no nos priva del dolor, sino que quiere que lo asociemos a la Pasión de Cristo para que sean una fuente de santificación y una fuente de redención para uno mismo y para el mundo actual. Hoy podemos ofrecer nuestros dolores por la paz, el orden, la equidad entre los hombres, la justicia, la inclusión de los que menos tienen, para que los ciudadanos cumplan sus deberes y obligaciones. Todo eso tiene un valor infinito a los ojos de Dios.

 

Pidamos a la Virgen, Madre al pie de la Cruz, que nos ayude a ofrecer nuestros sufrimientos y asociarlos a la Pasión de su Hijo Jesús”.

 

 

Marcelo Raúl Martorell                                       Obispo de Puerto Iguazú

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas