La Iglesia dice no a la despenalización del consumo de drogas

El profesor José Roberto Cosio, coordinador de la Pastoral Social de la diócesis de Puerto Iguazú, explicó por qué la Iglesia dice «no» a la despenalización del consumo de drogas en un artículo remitido a AICA, en el cual advierte también que «liberalizar el consumo personal por medio de una ley, como pretenden algunos, empujaría a que se consuma más. Y los más perjudicados serán, sin duda, los niños y los más pobres». El profesor José Roberto Cosio, coordinador de la Pastoral Social de la diócesis de Puerto Iguazú, explicó por qué la Iglesia dice «no» a la despenalización del consumo de drogas en un artículo remitido a AICA, en el cual advierte también que «liberalizar el consumo personal por medio de una ley, como pretenden algunos, empujaría a que se consuma más. Y los más perjudicados serán, sin duda, los niños y los más pobres».

«Se quiere liberar el consumo argumentando que la marihuana es una droga inocua, que no hace mal y que incluso tiene bondades terapéuticas. La experiencia dice que se empieza con un poco de marihuana y después se termina consumiendo drogas que dañan seriamente la salud mental y física», aseveró.

Tras señalar que «drogarse no es un acto de libertad basado en el criterio de que cada uno es dueño de hacer con su vida lo que se le antoje», consideró que «consumir no ayuda ni da libertad, por el contrario empobrece las posibilidades de la persona y se constituye en una esclavitud en el corto plazo».

«Y si no que lo digan los familiares que tienen la cruz de tener en su familia a un drogodependiente», interpeló.

Texto del artículo

El desafío de evangelizar la cultura hoy consiste en expresar cosas que siempre ha creído y vivido la Iglesia en medio de un mundo cada vez más refractario a Dios y a su Ley. En este tiempo, más que en otros, se proclama el respeto a la pluralidad y se esgrime el derecho a expresar y que se respete con igual categoría cualquier punto de vista. Claro que esto parece no ser así cuando es la Iglesia Católica la que habla y la que expresa su doctrina sobre la vida según Dios. Se pretende acallar y amordazar a la Iglesia fiel a Jesucristo calificándola con epítetos peyorativos: «antigua», «retrógada», «oscurantista», «represora», por nombrar sólo algunos.

Consumir drogas -para la fe de la Iglesia- es pecado en cuanto que atenta contra el plan de Dios sobre la vida humana. El principio básico de la moral católica, es decir de la coherencia de la vivencia concreta con lo que cree, es: «todo lo que construye al hombre es bueno, lo que lo destruye es malo». Y ciertamente la droga destruye y atenta contra la persona humana, que es creación de Dios. En estos días se plantea el consumo como un acto privado que estaría bien mientras no afecte a terceros. En realidad el hecho de drogarse -aunque sea en soledad- termina afectando a los derechos tanto individuales como sociales. A nivel individual la droga «mata», afecta la psiquis, destruye neuronas y cuántas veces enajena haciendo perder el sentido de la responsabilidad y la cordura y casi siempre termina afectando a terceros inocentes. La droga es sinónimo de muerte. La iglesia cree en el Dios de la vida, en un Dios que da la vida y nos llama a desarrollarla en plenitud. Para la fe de la Iglesia la vida es un don de Dios y por lo tanto tiene un carácter sagrado. El hombre debe administrar esta vida responsablemente según el designio de Dios. Por eso la Iglesia intenta promover de múltiples maneras una cultura de la vida, una forma de vivir centrada en el cuidado de la vida, desde su concepción hasta la muerte. La iglesia defiende la vida porque es parte de su fe. La Iglesia no puede callar lo que cree. Hacerlo sería traicionar su propia identidad y misión encomendada por el mismo Jesucristo. La iglesia, por eso –aunque a algunos no les guste- opina y opinará sobre el cuidado del don de la vida tanto en lo personal como en lo comunitario.

La droga constituye una agresión contra el propio cuerpo, que es obra de Dios y templo del Espíritu Santo. Muchas veces esta agresión no sólo queda en el propio individuo sino que también afecta a otros. Los diarios relatan cotidianamente hechos de violencia adolescente y juvenil vinculados al paco y a otras drogas

Liberalizar el consumo personal por medio de una ley –como pretenden algunos- empujaría a que se consuma más. Y los más perjudicados serán sin duda los niños y los más pobres. Se quiere liberar el consumo argumentando que la marihuana es una droga inocua, que no hace mal y que incluso tiene bondades terapéuticas. La experiencia dice que se empieza con un poco de marihuana y después se termina consumiendo drogas que dañan seriamente la salud mental y física. Drogarse no es un acto de libertad basado en el criterio de que cada uno es dueño de hacer con su vida lo que se le antoje. Consumir no ayuda ni da libertad, por el contrario empobrece las posibilidades de la persona y se constituye en una esclavitud en el corto plazo. Y si no que lo digan los familiares que tienen la cruz de tener en su familia a un drogodependiente.

El Manual de Pastoral «Iglesia, Droga y Toxicomanía» elaborado por el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, enseña que el ser humano no tiene derecho a dañarse a sí mismo. Dios nos da la vida y nosotros debemos administrarla con responsabilidad según el bien y la verdad de nuestro ser y según los designios de Dios expresados en la ley inscripta en nuestra propia naturaleza. Una sociedad que favorezca la droga prontamente edifica su propia ruina. Cuando se legaliza el consumo de drogas se abre la puerta a la destrucción progresiva de la sociedad.

¿Qué podemos hacer desde nuestra fe cristiana en este tema de la droga? ¿Qué pastoral podemos llevar a cabo para educar en este tema? La droga es un tema que afecta a distintas pastorales: jóvenes, adolescentes, niños, familias, educación. En fin es un tema de pastoral social porque una adicción siempre termina influyendo en lo social. Por ello se trata ante todo de educar a los niños, a los jóvenes, de educar en la familia, en las escuelas y en las comunidades parroquiales sobre este flagelo. Y el tema debe ser encarado desde múltiples frentes y de modo integral. Hay que educar a los jóvenes en la responsabilidad, para que sepan responder adecuadamente desde los criterios de fe. Hay que enseñar a los niños a afrontar la vida y las crisis que ésta trae aparejada con visión de espeanza y confianza en Dios. Es necesario educar paulatina y progresivamente la voluntad, la inteligencia, la libertad y la responsabilidad desde los criterios de Dios y recurriendo a los auxilios de su gracia. Esta sería la acción preventiva posible a realizar desde la Iglesia.

Hoy nuestras jóvenes generaciones padecen grandes crisis de interioridad y las personalidades presentan «vacíos existenciales» que buscan llenar con sensaciones y experiencias nuevas o con mundos virtuales e imaginarios de placer y de violencia que los enajena y frustra. Al no tener «valores de Dios» para sus vidas terminan imitando los comportamientos que consumen hora tras hora frente al televisor o Internet. La droga hoy es presentada como un «derecho», como «actitud progresista», como una «madurez» de estos tiempos, como la «liberación» de viejos y anticuados modelos perimidos (por supuesto de la Iglesia Católica). Actualmente algunas voces en la Argentina se pretende inducir al consumo invocando un «avance», mientras en las sociedades «avanzadas» (y que por casualidad son las grandes vendedoras de droga) hoy se reprime cada vez el consumo por sus consecuencias negativas para la sociedad. De última, se trata solamente de un gran negocio cuyos «efectos colaterales», cuyos «efectos no queridos» son vidas humanas, son familias destruidas. La droga hoy por hoy es una de las caras más tristes y perversas de la cultura de la muerte, contraria a Dios y a su designio. Es la cara que rebaja la dignidad de la persona y de la imagen de Dios presente en ella, degradándola hasta convertirla en un ente consumidor y descartable, intentando reducir la obra de Dios a la nada.+

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