La madre de González murió después de ver preso al responsable de la muerte de su hijo

El 16 de septiembre falleció en Bella Vista -Corrientes- Elba Dolores Gómez de González, a la edad de 99 años. La anciana «antes de morirse» esperaba ver preso al asesino de su hijo, el ingeniero Alfredo González desaparecido por la dictadura. Por el crimen está preso Carlos Caggiano Tedesco.

Cuando se casó con Manuel, su esposo y amigo, trabajaron ellos mismos su casa, su hogar, con dependencias para el trabajo de elaboración y venta del «pan de cada día». El matrimonio fue prolífico, once hijos formados en los valores fundamentales de la vida: trabajo, afectos, solidaridad, honestidad y amor a la Patria. Algunos pudieron cursar estudios superiores y siempre ligados al hogar común y a la comunicación familiar.

Allí nació y creció Alfredo, uno de los once hermanos, quien se recibió de Ingeniero Químico en la Universidad del Litoral, en Santa Fe, descubriendo su vocación docente. Se radicó en Posadas y trabajó en la Facultad de Ingeniería Química, de la que llegó a ser Decano. Investigador científico, fue becario de la UNESCO en universidades nacionales e internacionales. Participó en política con la convicción democrática y pluralista, base de su formación humanista, siendo dirigente del Partido Demócrata Cristiano. Tuvo activa actuación en las elecciones presidenciales del año 1973 como en los posteriores acontecimientos políticos que conmocionaron a la sociedad argentina.

Esa participación política lo llevó a conocer más profundamente la realidad de la Provincia de Misiones. Ello le dio la posibilidad cierta de aplicar sus conocimientos técnicos en proyectos productivos concretos, trabajando con cooperativas y pequeñas empresas de tipo familiar. Investigó también -sin medir los riesgos posteriores- la actividad en la industria papelera y celulósica de Martínez de Hoz y Harguindeguy, quienes más tarde estarían entre los dueños del poder.

El mismo día del golpe cívico-militar del 24 de Marzo de 1976, en el marco del «Operativo Claridad», es detenido y alojado en la Penitenciaría Federal de Candelaria, rigurosamente incomunicado. Doña Elba acompañada de sus hijos, va a Posadas en busca de noticias sobre el paradero de Alfredo. Oficialmente «nadie sabe nada», el dueño de la vida humana en ese momento, Gral. Baltrametti no la recibe. «No estuvo nunca a disposición del PEN», figura que en medio de los suplicios y tormentos de los detenidos, al menos significaba el blanqueo y la casi seguridad de que mantendrían la vida. Logró enterarse de que su hijo estaba alojado en Candelaria y aunque nunca pudo verlo, al menos sabía que estaba vivo. Con eso bastaba y servía de contención a la angustia y al miedo de toda la familia.

Trasladado a la Unidad Nº 7 de Resistencia, Alfredo es liberado en el mes de Octubre de ese mismo año. Su madre intuía que esa libertad era precaria, condicionada. Aún así no influyó en su decisión de quedarse en la Patria: no le dijo «¡Andate!, aquí hay mucho peligro». El respeto a la voluntad personal del otro, que fue característica de su personalidad, también se manifestó en la decisión histórica de su hijo. «Lo que tú decidas libremente estará bien para tus padres.».

El ambiente de inseguridad, homicidios, asesinatos, iniciado en 1974 con la «Triple A» de López Rega se agrava con el militarismo en el poder de la Nación.

Alfredo González tiene la posibilidad de irse de Argentina, requerido desde varios países, dada su ya reconocida entidad científica, pero decide quedarse a pesar del peligro que ello significaba. Retoma la docencia universitaria, desde donde despliega no sólo su talento técnico sino también su formación democrática y humanística. Muy pronto comienza el hostigamiento y persecución a su labor en la Facultad, por parte de los adherentes a «La Noche de los Bastones Largos» y del vaciamiento de la intelectualidad argentina. La derecha ideológica, integristas católicos consustanciados con los métodos de la dictadura, lo atacaron desde el anonimato: la calumnia fue su arma.

A fines del Febrero de 1977, la familia González recibe otro duro golpe. Su hija Amelia y su esposo Ernesto Traverso, que vivían en la ciudad de Rosario, son secuestrados quedando abandonados sus dos hijos pequeños. Elba viaja inmediatamente y se hace cargo de los nietos. Amelia es liberada, Ernesto nunca apareció, engrosando la lista de desaparecidos. Esta trágica palabra: desaparecido, comienza a preocupar a la abuela Elba. ¿Qué es esto? ¿Será posible que la misma sea la excusa para el conformismo de muchos? ¿Por qué? Luego diría: «… Y se llevaron a los más inteligentes, a los que no iban a permitir que destruyeran al país como lo hicieron.»

El 4 de marzo de 1978, Alfredo es detenido nuevamente por las «fuerzas conjuntas». Sobre sus torturas, suplicio y muerte, quedó todo aclarado en el Juicio Oral y Público realizado en Posadas y ya forma parte de la biografía del Ing. Alfredo González.

Doña Elba se establece en Posadas en casa de amigos de Alfredo, lo busca afanosamente, con toda su fuerza, revuelve «cielo y tierra» infructuosamente. La palabra desaparecido no la deja dormir. Golpea puertas, algunas se le abren, otras muchas no. El Obispo Kemerer la consuela, la conforta en su lucha, pero no se anima a decirle lo que sí dijo a otras personas «Alfredo no está más, se les quedó en una sesión de picana eléctrica, su corazón no aguantó.»

El 12 de marzo de 1980, Elba es golpeada otra vez muy duramente. Justo cuando las esperanzas de encontrar al hijo desaparecido se desvanecían; cuando esa lucha por saber y entender qué paso, más los unía, Manuel, su compañero de toda la vida y padre de sus hijos, muere.

Doña Elba, ya cercanos los 70 años de edad, se propuso no morirse hasta que no aparecieran siquiera los restos de su hijo. No pudo ser. Pero al menos se fue sabiendo cómo murió. En el juicio Oral y Público que finalizó en Posadas el 3 de Julio de este año todo salió a la luz, se supo LA VERDAD y fue condenado el gran responsable, el Gral. Carlos Caggiano Tedesco. Elba entonces, cerrando sus ojos, dijo: «Tarde, pero llega la Justicia.».

En ese juicio resonó con fuerza impactante, la frase condenatoria de Doña Elba Dolores Gómez de González, mujer que honró la lucha de las madres, la dignidad y la vida.

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