Antropólogas de La Plata estudiaron los caminos de los Mbyá en la selva de Misiones

Antropólogas de Universidad Nacional de La Plata analizaron los periplos cotidianos que realizan los Mbya, una de las etnias aborígenes que habitan el noreste de Argentina, para subsistir en la selva misionera.

Antropólogas de Universidad Nacional de La Plata analizan los periplos cotidianos que realizan los Mbya, una de las etnias aborígenes que habitan el noreste de Argentina para subsistir en la selva misionera. Estos senderos que transitan a diario permiten reconocer patrones de movilidad que forman parte de la cultura de este pueblo.

Según una publicación de la Agencia Leloir, en la provincia de Misiones viven alrededor de 3700 personas de la comunidad Mbya. Este grupo étnico –que forma parte de la familia lingüística Tupí-Guaraní– se caracteriza desde la época precolombina por su amplia movilidad en la búsqueda de condiciones propicias para su subsistencia.

En un trabajo publicado en el Journal of Ethnobiology and Ethnomedicine Marta Crivos, integrante del Laboratorio de Investigaciones en Etnografía Aplicada (LINEA), del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de la Plata (UNLP), indaga junto con sus colegas la movilidad de los Mbya en el noreste de Argentina.

«En el curso de estos desplazamientos los Mbya seleccionan y utilizan recursos de la selva de modo sustentable y, en cierta medida, configuran su propio ambiente», cuenta la antropóloga y epistemóloga Marta Crivos, integrante del Laboratorio de Investigaciones en Etnografía Aplicada (LINEA), del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de la Plata (UNLP).

La investigación analiza los senderos trazados durante los desplazamientos de los integrantes de dos comunidades Mbya, la Kaaguy Poty (Flor del Bosque) y Yvy Pytã (Tierra Roja), establecidas en la Reserva Privada Universidad Nacional La Plata.

Los caminos fueron trazados en las reiteradas expediciones para buscar plantas medicinales, alimentos, presas de caza y agua. «Los miembros de las comunidades Mbya en sus caminatas indican características del paisaje según su participación en diferentes actividades relacionadas o no con la obtención de recursos para la subsistencia. Esto sucede en toda sociedad, aunque difícilmente reparamos en características del medio en que nos desenvolvemos, más allá de aquellas que llaman nuestra atención en relación a intereses muy específicos», explica Crivos.

La investigación permitió identificar patrones de movilidad en micro-escala, delimitados por espacios de uso individual. «La apelación a lo colectivo resulta un lugar común en los estudios etnográficos. Subyace un supuesto de homogeneidad en las respuestas culturales frente a una determinada problemática –señala Crivos–. En este sentido, nos resultó interesante ver el espectro de alternativas disponibles, compartidas o distintivas, que intervienen en las estrategias de uso y diseño de los espacios de circulación de los Mbya».

Los diferentes caminos utilizados por hombres y mujeres para actividades específicas, como por ejemplo la recolección de plantas medicinales para el tratamiento de enfermedades gastrointestinales –habituales en la región–, fueron considerados por las investigadoras como «firmas en el paisaje» que dan cuenta de las estrategias de los Mbya para domesticar su hábitat, dominado por el monte. «El modo de vida de un pueblo se inscribe en el paisaje», observa Crivos.

Firmas en el paisaje

El monte y la selva son transformados de acuerdo a diferentes grados de intervención humana, tanto de integrantes de la comunidad como de agentes externos. Por ejemplo, cerca de las aldeas hay claros en la selva donde están las chacras dispuestas para cultivar, muchas veces distribuidas alrededor de las viviendas.

Las chacras son utilizadas y luego dejadas para que la tierra se «recupere» cuando están agotadas por su uso y son improductivas, o cuando el grupo migra o desarrolla actividades económicas alternativas. Así, muchas de estas áreas se transforman en capueras –parte de la selva desbrozada para el cultivo– en las que comienzan a crecer arbustos y árboles pequeños.

Los cambios que dan lugar a las capueras también pueden ser el resultado de actividades externas al grupo, como por ejemplo la construcción de una carretera, que implica el abandono por parte de la comunidad de las áreas adyacentes.

Múltiples caminos fueron identificados en los movimientos hacia y desde la capuera y las áreas del monte. Pero, no todos los integrantes de la comunidad transitan iguales caminos para llegar a los mismos lugares.

Por ejemplo, los diversos senderos trazados hacia fuentes de agua muestran usos alternativos «que van de lo comunal a lo individual, desde lo público a lo privado», puntualizan las investigadoras. Un río puede ser un punto de encuentro para las mujeres y los chicos, que acostumbran bañarse o ejecutar actividades de higiene personal en diferentes puntos del curso de agua.

Esa misma corriente también es utilizada por los cazadores que aprovechan sus arroyos para beber a lo largo de las sendas donde colocan sus trampas. Estas trampas funcionan como marcas individuales que «personalizan» el camino, sin llegar a ser un obstáculo para otros usos.

Algunas de las marcas en el paisaje son fruto de las trayectorias hechas por humanos y otras son el resultado del movimiento de animales como jabalíes, tatúes o ciervos. Estas sendas son llamadas trillos y usualmente siguen cursos de agua o áreas de vegetación donde los animales de presa suelen alimentarse. El reconocimiento y la identificación de estos senderos hechos por el movimiento de animales son centrales cuando se inicia una expedición de caza y determina la elección de locaciones específicas para fijar trampas.

Según reportan las investigadoras, con el transcurso del tiempo el ecosistema de la región donde habitan las comunidades Mbya de Misiones fue explotado de diversas formas, muchas de las cuales produjeron el agotamiento de las tierras.

«La explotación maderera, los emprendimientos agrícolas, la diversificación de las actividades de subsistencia en que participan miembros jóvenes de las comunidades (cosecha de yerba mate, tabaco, té o tung) y la consecuente erosión del conocimiento tradicional acerca de los recursos de la selva, han ido restringiendo y modificando las actividades de subsistencia tradicionales como la horticultura de roza y quema, la caza, la pesca y la recolección, indiscernibles de las estrategias de domesticación del monte, lo que afecta sus características y consecuentemente el modo de vida de las poblaciones aborígenes», explica Crivos.

LA GRAN SELVA DE AMÉRICA DEL SUR

En la Argentina, la provincia de Misiones y el noreste de la provincia de Corrientes forman parte de una de las áreas de mayor biodiversidad de América del Sur, denominada Selva Paranaense. Esta vasta región abarca la cuenca del Amazonas, la mayoría de la cuenca del río de Paraná, y las laderas orientales de los Andes que se extienden en el área tropical.

La comunidad Mbya –junto con los Kayova y los Ñandeva– es uno de los grupos étnicos de la familia lingüística Tupí-Guaraní que actualmente habitan este ecosistema.

Los miembros de las comunidades Kaaguy Poty y Yvy Pytã, afincadas en la provincia de Misiones, usan la lengua Mbya en su comunicación e intercambio cotidiano, pero la mayoría de los hombres, mujeres jóvenes, y niños que van a la escuela también hablan castellano. Algunos adultos hablan la variedad paraguaya del guaraní (conocida como jopara) y también el portugués. (02/01/08 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Verónica Engler)

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