«Nunca me arrepentí de bombardear la Casa Rosada»

Así lo aseguró el guardia marina de la Armada Argentina, Sergio Rodríguez en una entrevista exclusiva con Radio A. El ex piloto reflexionó, desde México, sobre el bombardeo a la Plaza de Mayo en 1.955. [su_note note_color=»#cdcdcd»]Ni la ácida muerte de cientos de inocentes disolvió el convencimiento que tenía en aquel momento cuando decidió tirar bombas desde el cielo.[/su_note][su_note note_color=»#cdcdcd»]El guardia marina de la Armada Argentina, Sergio Rodríguez, junto a otros camaradas de armas, decidió exiliarse en Uruguay. Un año después regresó al país y se reincorporó a la Armada, Perón ya había sido derrocado y no estaba.[/su_note][su_note note_color=»#cdcdcd»]"No fue un bombardeo a la Plaza de Mayo, sino que fue un bombardeo a la Casa Rosada. Ese fue uno de los detalles históricos que fueron cambiándose con el tiempo", aclara Rodríguez.[/su_note]Después de cincuenta años de haber bombardeado la Casa Rosada con el propósito de matar al general Juan Domingo Perón, el guardia marina de la Armada Argentina, Sergio Rodríguez, no está arrepentido.

El ex marino no sabe si al menos una de las dos bombas que lanzó produjo algunos de los 300 muertos que se encontraban tirados en diferentes posiciones bajo la fría llovizna que mostraba desde el cielo un Buenos Aires gris y dividido.

«No fue un bombardeo a la Plaza de Mayo, sino que fue un bombardeo a la Casa Rosada. Ese fue uno de los detalles históricos que fueron cambiándose con el tiempo», aclara Rodríguez, desde su casa en México, con la misma lógica de quines afirman que la historia siempre la cuentan los vencedores.

Pero ése día, cuando habían pasado cuarenta minutos del mediodía y los 29 aviones de la Marina sobrevolaban la Casa de Gobierno, las bombas también reventaron en la Plaza de Mayo y la casona donde hoy se alza la Biblioteca Nacional. «Solamente por desgracia o las condiciones del tiempo, una bomba cayó frente a la Casa Rosada por la cual se le adjudicó como el bombardeo a la Plaza de Mayo», recalca el piloto que a los 23 años quiso matar al presidente que había sido reelecto en 1951con el 68 por ciento de los votos.

Pero Perón no les dio el gusto y se refugió en el sótano del ministerio del Ejército. En esa oportunidad sus camaradas de armas, no todos, prefirieron respaldar al General.

Aquel trágico día el centro porteño se había transformado en un verdadero campo de batalla. No eran nada más los aviones de la arrepentida Fuerza Aérea quienes decidieron desplegar sus alas en contra los aviadores de la Armada. No sólo era el ejército leal quienes disparaban contra los infantes de marina y los bombarderos que surcaban las sangrientas calles a 300 metros de altura, también había civiles que armados salieron a dar la vida por Perón.

Los historiadores hoy cuentan que entre los muertos no sólo se encontraban transeúntes y circunstanciales espectadores de una pesadilla, también había civiles que habían conspirado con la Armada y los civiles armados habían sido convocados por el secretario general de la CGT, Hugo Di Prieto.

Después del fallido golpe muchos pilotos se exiliaron en Uruguay, pero de los civiles que habían estado apoyando la revuelta poco se encargó la historia. «Nosotros nos arriesgamos, pusimos en juego nuestro pellejo y nuestros grandes conceptos. Era muy fácil estar del lado de afuera y escuchar permanentemente del sector de afuera ‘cuándo ustedes van a actuar, cuándo van a hacer algo para que esto desaparezca’, nos decían», se quejó el viejo piloto.

La sangre del resto

«No, nunca me arrepentí. Lo que creo es que no valió la pena», afirma Rodríguez con una convicción que parece no haberse herrumbrado con el correr de los años. Ni la ácida muerte de cientos de inocentes disolvió el convencimiento que tenía en aquel momento cuando decidió tirar bombas desde el cielo: «Yo lo hice seguro que estaba haciendo algo en beneficio de mi patria».

Ese día los pilotos de la marina arrojaron 15 toneladas de bombas. A las 18 horas, casi sin combustible en los aviones, los golpistas habían caído en la resignación de saber que sus intenciones habían fracasado.

El guardia marina de la Armada Argentina, Sergio Rodríguez, junto a otros camaradas de armas, decidió exiliarse en Uruguay. Un año después regresó al país y se reincorporó a la Armada, Perón ya había sido derrocado y no estaba. Desde 1957 el piloto vive en México, había decidido tomar distancia de unas Fuerzas Armadas que habían optado salir de los cuarteles y reemplazar las instituciones de la democracia.

Meses después del bombardeo y la quema de las Iglesias

Instantáneas. La noche del 16 de junio del 55, como represalia después de los bombardeos, ardió la Curia Eclesiástica situada al lado de la Catedral de Buenos Aires. Además fueron incendiadas ocho iglesias más.

«Lo más grave de todo es que precisamente el 16 de junio de 1955, Perón tenía convocado al embajador de los Estados Unidos en su despacho de la Casa Rosada para llegar a un acuerdo de apoyo económico y a cambio la posibilidad de explotación petrolera en la Patagonia», rememoró el Piloto de la Armada, Sergio Rodríguez.

Entre el 11 y 13 de septiembre, el general Lonardi asume la responsabilidad de encabezar una nueva rebelión contra Perón.

«Los únicos que nosotros sabemos que fallecieron desafortunadamente por una de nuestras bombas es la gente que viajaba en el trolebús».

El sábado 17 de septiembre, por orden del almirante Isaac Rojas, las emisoras navales comunicaron que todos los puertos habían sido bloqueados.

«Perón como jefe de la Nación fuera a refugiarse y no ordenara el desalojo de cualquier civil en una zona que podría haberse transformado en un campo de batalla».

El 18, al mediodía, se intimó a Perón para que se rindiera.

«Si hoy estaríamos en el mismo contexto, es tan difícil expresarlo. Yo lo diría al revés, si la gente de hoy estaría en ese contexto de entonces. Es muy diferente juzgar a lo lejos fuera del escenario que estaba ocurriendo en ese entonces».

El lunes 19 de septiembre, a las 12.45 el general Franklin Lucero, ministro de Ejército de Perón, leyó al país la renuncia del presidente.

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