LLega más plata de los argentinos que viven afuera

Envían al país más de 2.000 millones de pesos al año, vitales para miles de familias que viven aquí. Las remesas desde los Estados Unidos y Europa se triplicaron desde el estallido de la crisis de 2001. El fenómeno comienza a tener incidencia en la economía. Osvaldo «Cacho» Palavecino está a punto de tomarse un avión a Madrid. Le ofrecen un contrato por ocho meses, con buen sueldo y la posibilidad de renovación por tres años, si demuestra que vale. Y claro que vale: mientras aguarda los últimos papeles, construye una pieza para sus tres hijos. La casa quedó chica y por eso Adriana, la esposa, lo apoya en esta aventura. Ella se va a quedar en Sarandí y lo va a esperar, porque tiene el sueño de mudarse «cruzando Agüero», una suerte de frontera entre la violencia total que hay hacia el sur y la inseguridad un tanto más leve entre Agüero y la avenida Mitre, la principal de Avellaneda.

Pronto, Cacho se sumará a la multitud de argentinos que envía dinero al país desde el exterior, una suerte de industria del afecto que por la extensión de la pobreza, la emigración laboral y la depreciación de la moneda empieza a batir todos los récords históricos de remesas entre familias y particulares.

Según un informe de la Dirección Nacional de Migraciones, al que tuvo acceso Clarín, llegaron el último año al país 2.107 millones de pesos desde Europa, Estados Unidos y otros países que contratan argentinos. Es una suma que triplica la ayuda que los compatriotas enviaban antes de la crisis de 2001.

Las estimaciones oficiales señalan que, en promedio, cada argentino que vive fuera de su país manda unos 680 dólares al año, ocho veces más de lo que llegaba en 1980. Se calcula que viven en el exterior 1.053.000 argentinos, el doble de los que había cuando volvió la democracia, en 1983.

En aquella época, Cacho jugaba al fútbol y era prácticamente imposible sacarle la pelota. Sus amigos dicen que jugaba como Bochini. Llegó a ser probado por clubes del conurbano, pero tenía que trabajar para sobrevivir. Manejó camiones y colectivos, 13 años en la línea 24, llevando obreros, alumnos y abogados entre Wilde y Villa del Parque. Su viaje continúa, pero por primera vez tendrá que manejar de contramano, por la misma ruta que los inmigrantes italianos y españoles hicieron hace un siglo con la esperanza de «hacer la América». Ahora él tratará de «hacer la Europa».

«En la Argentina no existía hasta ahora una cultura de las remesas —explica el sociólogo Jorge Gurrieri, consultor de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM)—, pero hoy aparece como un fenómeno que tiene que ver con diferencias salariales y que apareció con la inversión de un proceso: los hijos que emigraron entre 1995 y 2000, bancados desde acá por sus padres, tuvieron que empezar a mandar plata ellos, cuando sucedió lo del corralito, se devaluó el peso y la crisis se extendió».

El especialista aclara que es muy difícil medir con precisión el volumen de dinero que llega a familias argentinas desde el exterior, dado que, además de los envíos bancarios, «se han tejido canales de amigos, circuitos informales para trasladar la plata». Con ello, evitan el cobro de costosas comisiones por parte de bancos y compañías dedicadas a hacer las transferencias, que alcanzan hasta el 20 por ciento del dinero que se envía.

Otra característica, desde la visión de Guerrieri, es que «la emigración empieza a ser distinta a la que se daba en los años 90, cuando los profesionales no encontraron lugar y se tuvieron que ir; ahora ha comenzado a bajar la calificación de los que se van». Además, los países centrales, con poblaciones envejecidas, han diversificado y ampliado sus demandas de mano de obra.

Para el economista Andrés Solimano, es otro el matiz: «Si bien no todos los emigrantes son profesionales, hay que señalar que siguen pesando los de clase media, con un nivel educativo consi derable, y que, en cambio, muchos inmigrantes a la Argentina parecen ser más bien trabajadores del campo o la ciudad, personas con menor calificación relativa provenientes de Bolivia, Paraguay y el sur de Chile. Esto también hace que el nivel de remesas sea más alto para el emigrante argentino».

En la Argentina hay cerca de un millón y medio de extranjeros, que envían a sus países de origen, en promedio, 3,6 dólares anuales. La cifra se redujo cuando murió la paridad entre el peso argentino y el dólar, a comienzos de 2002. Además, hay que tener en cuenta que cerca de 500 mil conforman una población envejecida de italianos y españoles y que muchos de ellos han comenzado a retornar a sus países de origen.

En un informe publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Solimano calificó de «explosivo» el crecimiento de las remesas que llegan a América latina. En diálogo con Clarín, el economista explicó que el tipo de cambio (un dólar de tres pesos y un euro de casi cuatro pesos) es decisivo en esta nueva conducta de los compatriotas. «Los que ganan en euros, incluso, al convertirlos en dólares y enviarlos como remesa a la Argentina, los hacen valer más en dólares, por la alta tasa de cambio euro-dólar», señaló.

En su análisis, las remesas «cumplen varias funciones económico-sociales: aumentan el ingreso total disponible del receptor, forman una red implícita de protección social para familias de ingresos medios o bajos, apoyan el consumo, contribuyen al ahorro y la inversión en capital físico y humano (vivienda, gastos en educación) y hasta cubren deudas».

«El problema es que se dé lugar a una cultura de dependencia de las remesas, que desincentive el ahorro o el trabajo. No es claro que eso se dé en la Argentina, pero puede surgir en el futuro», advirtió.

La emigración de argentinos a otros países representa el 0,50 por ciento del total mundial, pero las remesas que envían llega al 2 por ciento del monto global.

Los 2.000 millones de pesos que llegan al país se acercan, por ejemplo, al presupuesto anual del PAMI, de 2.400 millones de pesos. No obstante, la participación de las remesas en el Producto Bruto Interno aún es baja, ya que está en el orden del 0,5 por ciento.

Es una situación bien distinta a la de países como México, donde los giros que envían sus ciudadanos, fundamentalmente desde los Estados Unidos, equivalen a la producción petrolera del país. Otro ejemplo de alta incidencia de las remesas se da en Colombia, donde la plata que llega de la diáspora representa la mitad de los ingresos por la exportación del café.

Es clave analizar el contexto regional, porque América latina y el Caribe es la región que presentó el mayor dinamismo a nivel mundial en la recepción de remesas: entre 1995 y 2002, treparon de 11,7 mil millones de dólares a 24,4 mil millones, destaca un estudio elaborado por el mexicano Fernando Lozano Ascencio para el Sistema Económico Latinoamericano (SELA), una de las entidades dedicadas al estudio de las remesas.

La Organización Internacional de las Migraciones, que tiene su sede central en Ginebra, considera que las remesas de los migrantes constituyen un recurso clave para el desarrollo, porque «permiten mantener importantes lazos sociales y económicos entre el mundo desarrollado y aquel en desarrollo y contribuyen de manera muy significativa en la erradicación de la pobreza».

Los especialistas subrayan que la plata que se envía desde el exterior es una ayuda particular, de la esfera privada, muchas veces superior a la ayuda oficial para el desarrollo que destinan los países ricos.

Un cuadro elaborado por la Dirección de Migraciones —con datos de la consultora McKinsey, la Organización Internacional del Trabajo y el FMI— detecta otra de las explicaciones del fenómeno de las remesas: según el rubro, hay trabajadores industriales de Argentina que ganan 3,61 dólares por hora, mientras que los mismos trabajadores cobrarían 21,3 dólares en los Estados Unidos.

Esa diferencia es la que empuja a Cacho Palavecino a viajar a España. «Un camionero cobra hasta 3.000 euros por mes y ese trabajo, acá, no se reconoce. También les pagan muy bien a los choferes de los servicios turísticos y escolares. O a los que transportan obreros hasta las fábricas. Las compañías prefieren a los conductores argentinos porque dicen que manejan muy bien y tienen buen trato con la gente. Y claro, si las autopistas son perfectas, no hay cortes de calles, la gente respeta los carriles y no te ponen un lomo de burro cada cinco metros. ¿Cómo no vas a atender bien a los pasajeros?», le explica a Clarín. Pero la charla se acaba, porque tiene que explicarles a sus hijos que en Europa vive Papá Noel y que, cuando vuelva, dentro de ocho meses, podrá traerles los mejores regalos. (Clarín).

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas