«Chau, mi amor», el conmovedor adiós a la mujer policía asesinada

Su pareja, Fernando Altamirano, le habló al féretro en una despedida con honores donde se combinaron el silencio y los aplausos.

En silencio, derrumbados por el dolor, con sus uniformes y gorras, fueron llegando poco a poco decenas de policías a darle el último adiós a Lourdes Espíndola (25), la agente asesinada de un balazo para robarle el arma el sábado pasado en Ituzaingó.

Los abrazos se multiplicaron en la casa velatoria de la ciudad de Berazategui, sobre la avenida Néstor Kirchner al 2200, ante la presencia del jefe de la Fuerza, comisario general Fabián Perroni, quien envió una corona.

«Hoy no hablamos, sólo acompañamos», decían los compañeros de Lourdes, atacada el mismo día en que mataron a otra agente, Tamara Ramírez (26), también en un asalto, en Glew.

Este año murieron nueve integrantes de la Bonaerense. El año pasado, en total, cayeron siete en servicio y tres retirados de la misma institución. «Estamos desprotegidos», se quejó la pareja de Lourdes, Fernando Altamirano (34), con quien se desempeñaba en el Comando de Patrullas de Moreno.

La víctima, mamá de un nene de 6 años, fue ascendida post-mortem a subteniente. Viajaba todos los días desde José María Gutiérrez, en el partido de Berazategui, hasta Moreno. Además, hacía adicionales en el peaje Quintana de la Autopista del Oeste. Luego de trabajar allí, estaba en una parada de colectivos para volver a su casa cuando le dispararon a matar para robarle su pistola.

Altamirano, vestido de civil, no paraba de fumar, nervioso, esperando la salida del cortejo fúnebre. Por momentos, en la calle, le hablaba al cielo, a «La Gorda», como él la llamaba. Tenían sueños por delante, como ir a vivir a un dúplex junto a los dos hijos de él y el de ella. Quedaron truncos por un disparo.

El silencio atronaba. Desnudaba las quejas para adentro de los policías por la situación que afrontan frente a la inseguridad. «Estamos capacitados para defendernos de situaciones de ese tipo, pero estamos perdidos, nadie nos apaña, nadie responde por nosotros, nosotros somos los que actuamos y somos los que perdemos», contó una joven de 23 años que conocía a Lourdes del curso de capacitación para ingresar a la Fuerza.

En primera fila estaban los compañeros de promoción de Lourdes, quien se recibió en 2015 en la escuela «Juan Vucetich». También se acercaron sus colegas de la Federal y de la Policía de la Ciudad, la institución porteña que este año perdió a tres de sus integrantes.

El cortejo fúnebre partió minutos después de las 11 de la sala velatoria rumbo al Cementerio Parque de Ranelagh, en la avenida Nicolás Milazzo al 300, en medio de aplausos.

«Chau, mi amor», le dijo Fernando al féretro, que estaba enfundado en una bandera argentina, tras abrazarlo, derrumbado por el llanto, aturdido por el dolor, enojado con la institución. «Justicia, justicia», fue el grito de despedida junto al sonar de las palmas.

El adiós fue, como quería Altamirano, con honores. En el trayecto al cementerio, algunos vecinos salieron al paso del cortejo fúnebre y aplaudieron a Rocío y a su familia, que decidió donar sus órganos en un conmovedor gesto de amor en medio del dolor.

Ya en el cementerio se leyó el decreto de ascenso post-mortem. Perroni le entregó a la madre de Lourdes, Adriana Silvana Jofre (46), la bandera celeste y blanca que rodeaba al cajón de su hija. Y la gorra de policía de la joven asu padre, Juan Carlos Espíndola (54). Los abrazó a ambos, en medio de las lágrimas de la mujer, a quien acompañaba a su lado su otra hija, de 21 años. El más chico, de apenas 9 años, no estuvo presente.

El cura párroco que ofició el responso rogó que «Dios recompense la entrega de Lourdes», porque la mujer policía dio «su propia vida para hacer de esta provincia un lugar mejor». Todos la despidieron con dolor y se fueron en silencio, una vez más.

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