La historia detrás de la mujer policía que le puso la tobillera electrónica al perro para salir a robar

Antes, mucho antes de que le pusiera la tobillera electrónica a su caniche toy para poder salir a robar a dos pistolas, la realidad se había llevado lo más importante de su existencia.

Y como casi todo en su vida, aquello también había tenido que ver con la Policía Bonaerense.

Aunque ella muchas veces se olvidara de su uniforme.

El 3 de enero de 2016 fue un domingo particular, último día de un fin de semana largo que había comenzado en el Año Nuevo. La mayoría de la gente usó las primeras horas de esa mañana para reponerse de los excesos de los festejos, pero algunos las dedicaron a otros menesteres.

 

Robar, por ejemplo.

El alerta llegó con un llamado al 911 donde un vecino de ese barrio de La Plata siempre caliente que es Los Hornos avisaba sobre tres motos que se movían de forma sospechosa por la zona. A la primera comunicación le siguió otra y luego otra, por lo que un par de patrulleros fueron hacia el lugar.

Era cierto. Había tres motos, con dos adolescentes en cada una. Y también eran reales sus intenciones: a los pocos minutos, una mujer llamó para denunciar que la habían asaltado.

Los patrulleros fueron sobre las motos, que salieron en distintas direcciones. Una, la que se llevaría la peor parte, encaró el camino más desesperado: de contramano, por la calle 132.

Un móvil de la Bonaerense en el que iban dos oficiales mujeres se puso detrás de la moto, una Honda Wave de 110 centímetros cúbicos robada a unas cuadras de allí pocos días antes. Hicieron unos centenares de metros hasta que el coche policial quedó a centímetros.

La versión oficial diría luego que desde la moto empezaron los tiros. Y que desde la patrulla hubo una respuesta, aunque con mala puntería. La velocidad no se redujo sino hasta que la moto encontró una prueba irrefutable de que la materia no se puede penetrar: en la esquina con la calle 65 pegó contra un Chevrolet Corsa y los dos adolescentes salieron despedidos, para dar de lleno contra una camioneta Isuzu que estaba estacionada.

El que manejaba, Gerónimo, casi no tuvo tiempo de darse cuenta de lo que había pasado. Su acompañante, Carlos, llegó a abrir los ojos durante unos últimos instantes.

Una ambulancia los llevó de inmediato al hospital San Martín, pero Gerónimo fue declarado muerto al llegar. Su amigo agonizó hasta las 10 de la mañana, pero encontró el mismo destino.

Ambos tenían 16 años. Pero Gerónimo los había cumplido tan pocos días antes que aún le costaba hacerse a la idea de que ya no tenía 15. Hincha fanático de Gimnasia y Esgrima de La Plata, cuando posaba para las redes sociales ni el gesto que hacía con el índice recto y el pulgar levantado como si tuviera un arma en la mano disimulaba su cara de nene. Siempre se lo veía rodeado de banderas de su club, de pintadas que aludían a la hinchada o de alguna que otra cerveza. Sus dos perfiles de Facebook aún incluyen fotos de las cuadras donde tan rápido se encontró con la muerte. Es que su casa estaba a solo unos metros del lugar del accidente, en calles 64 y 135. Y por eso su mamá llegó hasta allí cuando aún estaba en el piso, rodeado de policías.

 

De sus colegas.

La mujer, la oficial de la Bonaerense Miriam Elvira Vaca, se puso a gritar en cuanto se dio cuenta de lo que había ocurrido con su hijo Gerónimo. Se tiró sobre los policías y los insultó cuando intentaron contenerla. De inmediato empezó con una búsqueda de respuestas que pronto le daría resultados: exigía saber quiénes iban en el móvil que había perseguido la moto en la que iban los dos adolescentes. Mucho más a partir de que le reconocieron, por lo bajo, que el impacto fatal se había producido luego de una embestida del patrullero.

De nada sirvió que le mostraran el arma que se había incautado junto a la moto. La oficial se convenció de que su hijo había sido asesinado por sus compañeros y logró obtener los nombres de la subteniente Gabriela A. y de la oficial Denise G., conductora y acompañante de la patrulla que había encabezado la persecución.

Pasados el velatorio y el entierro de Gerónimo, la oficial Miriam Vaca empezó a tener problemas en su trabajo, en el Comando de Patrullas de Quilmes. Si bien nunca se había destacado, cayó en un pozo cavado bajo la obsesión de la muerte de su hijo. En los registros de la Bonaerense consta que a los pocos meses comenzó a amenazar de muerte a las dos oficiales de aquel patrullero. Se presentaba seguido en el lugar donde trabajaban, el Comando de Patrullas de La Plata, y llegó a ponerse tan violenta que sus colegas la terminaron denunciando ante Asuntos Internos en abril de aquel 2016.

Esto no detuvo a la oficial Miriam Vaca, que ya no encontraría mucho freno. En la madrugada del 16 de junio de 2016, alrededor de la 1.25, se apareció tambaleando por la puerta del Comando de Patrullas y encaró de mala forma a la ayudante de guardia.

-Me mataron a mi hijo. Ustedes mataron a mi hijo, acusó. -Quiero que baje algún jefe.

Su colega la intentó calmar, pero no pudo. Se le acercó y Miriam Vaca hizo el ademán de sacar un arma en la cintura. La discusión se hizo pelea y enseguida la madre de Gerónimo manoteó un vaso y se lo partió en la cabeza a la ayudante de guardia.

Su aliento a alcohol, diría luego la agredida, casi se podía catar.

Apareció el jefe de turno, pero tampoco pudo dominarla. El escándalo obligó a que convocaran por radio a más policías, que estaban patrullando la calle. Cuando llegaron, se encontraron con una Miriam Vaca fuera de control, que no paraba de gritar.

 

-¡Mataron a mi hijo! ¡Los voy a matar a todos!

Los agentes se tiraron encima de la oficial. Hubo más golpes, gritos y por fin la esposaron. La revisaron y descubrieron que estaba armada: en la cintura llevaba una pistola calibre 9 milímetros marca Browning, pero no era la reglamentaria sino una robada, con la numeración limada. Tenía 9 proyectiles en el cargador y uno más en la recámara, listo para salir.

La subieron a un patrullero y ahí, según sus compañeros, se dio la cabeza contra las rejas del móvil.

En el interrogatorio que le hicieron días más tarde, ya sobria y con un abogado defensor al lado, Miriam Vaca contó otra historia. Aseguró que aquella noche había salido de su casa cerca de las 12, con treinta pesos, tres cigarrillos y las llaves en los bolsillos. Caminó unas cuadras, contó, y de repente apareció un auto con vidrios polarizados con el cual la levantaron y la llevaron a trompadas hasta el Comando de Patrullas. Ahí, dijo, le pegaron, la tiraron al suelo, le rompieron un diente a patadas y hasta le pisaron una mano para obligarla a que disparara un arma, cosa que no hizo.

No le creyeron. La oficial Vaca quedó presa, imputada por encubrimiento )por el arma robada), resistencia a la autoridad y lesiones, y con un sumario abierto en Asuntos Internos con el que la apartaron del servicio activo. La enviaron al penal de Magdalena y al tiempo la fue a visitar su padre. Luego la fue a ver su pareja: un guardia del Servicio Penitenciario Bonaerense.

El 15 de septiembre de 2016, tres meses después de su detención, la oficial Vaca recibió una gran noticia: la Justicia le concedió el arresto domiciliario, monitoreado con tobillera electrónica por el propio Servicio Penitenciario Bonaerense en la misma casa de La Plata en la que vivía con el guardia del Servicio Penitenciario. La resolución fue firmada por el entonces juez de Garantías César Melazo, quien dos meses más tarde sería apartado de su cargo por un jury de enjuiciamiento por presuntos casos de corrupción.

 

La historia pública de la oficial Vaca no tendría nuevos capítulos hasta la semana pasada.

En la noche del jueves 29 de marzo, en un local de ropa de la marca Bendita ubicado en el centro de La Plata, una mujer le pidió a la vendedora una prenda detrás de la otra, hasta que llegado el momento de pagar sacó dos armas de fuego. Con el cañón de una de ellas le fue indicando a la empleada lo que tenía que hacer: entregarle la mercadería, darle los 2.318 pesos que había en la caja registradora, su celular y quedarse quieta. La ladrona escapó en minutos, sin darse cuenta de que el teléfono que se llevaba tenía un rastreador satelital que le permitiría a la Policía ubicarla unos minutos después. Le dieron la voz de alto y trató de huir, pero no lo logró. La revisaron y le encontraron un revólver calibre 38 con numeración limada y otro que resultó ser una réplica.

Llevaron al asaltante a la comisaría y allí dio un nombre que resultó no pertenecer a nadie. Le tomaron las huellas digitales y descubrieron que coincidían con las que habían recogido en tres locales asaltados los días previos: un negocio de Avón robado el 23 de marzo en 8 y 46; otro de ropa ubicado en 9 y 47, saqueado el 27 de marzo; y uno de 12 y 57, que había sido atracado el 28 de marzo. Enseguida le pusieron nombre a la detenida y a sus huellas: era la oficial Vaca.

Pero se suponía que Vaca estaba presa en su casa. Y la central de monitoreo de la tobillera electrónica no había recibido ningún alerta ni el 29 de marzo ni los días de los asaltos previos, pese a que la mujer policía se había alejado decenas de cuadras de su hogar. Los policías fueron a su domicilio y se encontraron con que la tobillera seguía allí y cumplía con tres requisitos fundamentales para que no se dispararan las alarmas: no estaba rota, no había sido alejada de la base de control y seguía en contacto con un organismo vivo que transmitía a los sensores el calor necesario para que el sistema creyera que aún la tenía colocada, ya que estaba puesta alrededor del cuello del caniche toy de la detenida.

Recién el 2 de abril el Servicio Penitenciario se enteró de que Vaca estaba lejos de su casa, detenida en la comisaría de Villa Elisa por los robos. Una comitiva fue a verla y la interrogó sobre la tobillera.

 

-Se la puse al perro y me fui, respondió la oficial.

Las primeras sospechas apuntaron hacia el concubino de la mujer policía, a quien se le abrió un sumario. Su excusa fue que está separado desde hace tiempo de ella, lo cual está bajo investigación. Pero el Ministerio de Justicia bonaerense fue más allá y denunció penalmente a quien se había encargado de colocarle la tobillera a la oficial -se sospecha que tenían una relación, al menos, amistosa- y a quienes debían controlarlo. También pidió una pericia sobre el aparato.

Fue la primera vez en 12 años de existencia que el sistema de monitoreo -que hoy tiene a 1.817 presos bajo custodia- falla en detectar que un detenido se quita la tobillera.

La oficial Vaca hoy está detenida en la comisaría 4º. En medio del escándalo, la auditoría de Asuntos Internos del Ministerio de Seguridad Bonaerense la exoneró. Ahora sí, ya no es más parte de esa Fuerza que tanto marcó su vida.

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