No estamos solos

Hoy me levanté temprano y como era feriado pensé en salir a dar unas vueltas en bici, pero cuando abrí el portón del garage me encontré con un montículo gigante de basura, ramas, y desperdicios de mis vecinos que eligieron ese espacio de la cuadra para arrojar lo que corresponde que tire cada uno frente a sus propias casas, ordenadamente.
Me enfurecí, me enojé, y saqué fotos para volver a enviar al grupo de whatsapp del barrio, sin mucho sentido. Me quedé pensando porqué no veían los carteles de “prohibido arrojar basura”, qué pasaba que no leían los mensajes, que sucedía que nos les importaba que allí donde ellos dejaban lo suyo, nosotros necesitábamos salir.
Mientras trataba de encontrar una respuesta, parada y absorta con el portón abierto, pasó un auto en contra mano, y siguió como si nada unas 3 cuadras hasta que se perdió doblando a la altura de la cancha Guaraní, a toda velocidad. Decidí arriesgarme, y salí a caminar. Me encontré con escenarios de decadencia similares frente a otras casas, contenedores de la Municipalidad rebasados en su capacidad, basura por todos lados, moscas, bichos y olores nauseabundos, en un barrio donde el otro importa poco o nada. Sí interesa “sacar la basura de MI casa».
Posadas, es la ciudad de toda mi vida, es el lugar donde nací, y la tierra que me eligió o yo elegí para crecer, ¿será que por eso no me da lo mismo? pensé en silencio, y me di cuenta que hoy no podía escribir sobre motivación, o los temas de siempre.
Esta es la ciudad donde cruzar un semáforo en rojo está permitido cuando nadie te ve, exceder la velocidad en plena costanera, frente a montones de policías que miran su celular y chatean, es moneda corriente; y manejar alcoholizado esquivando controles es ser “vivo”. Lo seguimos haciendo, convencidos de que estamos solos cuando en realidad hay otros que vienen circulando en el mismo espacio, en otra dirección. Peatones, conductores, ciclistas cuyas vidas están en riesgo cada vez que hacemos lo mismo: cruzar, seguir, avanzar como si nada, total da igual, yo llego tarde, yo quiero tomar, yo, yo, yo…
Los ejemplos de individualismo con los que convivimos son interminables y suceden en todos los niveles, lugares, estratos sociales. Es la misma Provincia donde los vecinos de un asentamiento, sin agua potable, se pelean a golpes con sus baldes para sacar más agua que los demás, cuando llega el camión cisterna. Es la misma tierra colorada donde aplicar glifosato o potentes herbicidas a las plantaciones está naturalizado. No importa lo que pueda suceder con el suelo, con las plantaciones de al lado, tampoco importa lo que viene después cuando consumimos esas frutas y verduras que llegan a la mesa de las familias misioneras.
Sucede en el campo, sucede en la ciudad, sucede en todos lados. Creemos que estamos solos y nos olvidamos que para llegar a donde queremos llegar necesitamos de otros. Para transitar, alguien hace el camino, construye la ruta. Para tener una ciudad limpia, alguien barre, otros sacan la basura. Para comer, alguien planta; para viajar alguien nos lleva, y algunos construyen los autos, los barcos que manejamos.
No estamos solos. Y aún si fuéramos extremos, si eligiéramos escondernos en el medio de una isla perdida, sabríamos que el mar nos une, que los ríos están conectados, y que a la primera de cambio que a otros se les ocurriera arrojar basura, derramar petróleo, ensuciar, tarde o temprano el problema llegaría a través del agua a nuestra remota isla.
No estamos solos, y mientras sigamos haciendo de cuenta de que sí, tenemos que saber que en algún momento el problema también podrá llegar a nuestra puerta. 
 
(*) 
Lic. en Comunicación, Trainer en PNL, Coach

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