Carta de monseñor Juan Rubén Martínez: “El evangelio privilegia a los pobres y excluidos”

En estos domingos de Cuaresma, mientras nos vamos encaminando a la celebración de la Pascua, estamos reflexionando sobre la dimensión social de la fe. La relación que el cristiano entabla con Dios no es intimista si no que se abre a la fraternidad. La experiencia del amor y la misericordia del Padre se desbordan animándonos a amar a los demás. Y en el corazón del camino discipular están especialmente los pobres y excluidos.

Ya hemos dicho que lamentablemente son muchos en nuestra época los que solo sobreviven, los que están excluidos incluso de los bienes básicos como la alimentación, la salud o la educación. Esta realidad debe interpelarnos seriamente. El papa Francisco es claro respecto a este tema: «Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. Si bien puede decirse en general que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda actividad humana sea transformada por el Evangelio, nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social: La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos». Temo que también estas palabras sólo sean objeto de algunos comentarios sin una verdadera incidencia práctica. No obstante, confío en la apertura y las buenas disposiciones de los cristianos, y les pido que busquen comunitariamente nuevos caminos para acoger esta renovada propuesta». (EG 201)

Para realizar un buen examen de conciencia y revisar nuestra condición de cristianos es importante recordar que debemos ser concretos. Cuando no encarnamos nuestros propósitos y nos quedamos en generalidades, corremos el riesgo de fracasar en nuestros propósitos. Hay muchos hermanos necesitados cercanos a nosotros. La mejor experiencia espiritual es partir de que también nosotros somos necesitados. Ya sea que nos identifiquemos con el hijo menor, alejado del amor de su padre, en la parábola del hijo pródigo, o con el hermano mayor que permanecía a su lado. En cualquier caso, experimentamos la necesidad del amor y la misericordia de Dios.

La caridad practicada necesita de una fe que esté acompañada por obras. «Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe». (Sant 2, 18b)

Si debemos evaluarnos personalmente considerando la dimensión social de la fe, también debemos hacerlo teniendo en cuenta el compromiso de nuestras parroquias, comunidades, movimientos eclesiales, institutos educativos. En estos ámbitos es clave vivenciar una caridad practicada incluyendo y privilegiando a los más pobres.

No podemos realizar aquí una descripción minuciosa de tantas situaciones de pobreza con las que convivimos. Pero sabemos que hay muchos hermanos que están en la marginalidad. Son muchos los asentamientos en nuestras ciudades en los que familias, jóvenes y niños sólo sobreviven. Uno de los problemas más grandes es la desnutrición que daña a quienes son víctimas de esto a tal punto de condicionarlos en el estudio o en la obtención de algún trabajo. Nos duele también que haya tantos hermanos desocupados o en situaciones de extrema precariedad laboral. También constituye una gran herida el flagelo de las adicciones que va ganando terreno sobre todo entre nuestros jóvenes.

La evangelización que realizamos tiene que llegar a todos, pero especialmente a las «periferias existenciales» como nos lo dice el papa Francisco. Esta preocupación de buscar caminos evangelizadores no es exclusivamente del clero y los consagrados sino, de todo el Pueblo de Dios.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que podamos avanzar decididamente con Jesús hacia la Pascua y que nos ayudemos unos a otros para vivir con más empeño nuestro compromiso bautismal ejercitando la caridad especialmente con los más pobres y excluidos.

Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo.

Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

 

 

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