No sobrevive el más fuerte, sino el más adaptable al cambio

Esta semana cerró El Gráfico, una revista que en sus casi cien años de funcionamiento llegó a ser sinónimo del periodismo deportivo en la Argentina. Aunque sea el más impactante, no es el primer cambio que se produce en los medios de comunicación últimamente. En la radio pasa otro tanto. Rivadavia sin dueño, lo mismo que la 10. El Mundo y Del Plata sin nadie que pague los sueldos. Ídolos y frecuencias en retirada. Marcas que no valen. La lista sería muy larga.
No deja de ser triste que mucha gente esté perdiendo su trabajo. También genera un poco de nostalgia pensar que se termina una época. El Gráfico existía antes de que naciéramos y sus tapas nos acompañaron y nos emocionaron a lo largo de nuestra vida. Pero vino el cable, que transmite en directo entrenamientos y miles de reportajes, el diario deportivo y las redes sociales que no dejan de controlar lo que hacen los jugadores a toda hora, Carmona y cia…
Es triste, pero que sea triste no lo hace menos cierto. A nivel personal pasa lo mismo. Cambia, todo cambia. Y el mundo nunca nos pregunta si estamos de acuerdo con ese cambio o no: simplemente nos lo impone.
Ya nadie recuerda que, en el siglo XIX, una de las industrias más importantes era el comercio de hielo. Dado que aún no había formas de producirlo artificialmente, el hielo era recolectado en forma natural en EEUU y Noruega y transportado con muchísimo esfuerzo para su uso en la industria y en los hogares. Muchos se preguntaron, entonces, qué pasaría con los recolectores de hielo. Asimismo, cuando aparecieron las heladeras domésticas, apareció otro lamento similar: las fábricas ya no funcionarían y miles se quedarían sin trabajo.
Es verdad que muchos trabajos se perdieron, pero lógicamente aparecieron muchos otros y el fin del mundo, por ahora, no llegó. Tampoco el correo vive más de llevar y traer cartas de amor, una función que ahora desempeña Whatsapp, ni de negocios que realiza directamente el email.
Lo cierto es que, cuando llega el cambio, de poco vale lamentarnos. Mucho se malinterpretó la frase de Darwin sobre la “supervivencia del más fuerte”. Lo que Darwin dijo realmente fue que “no sobrevive el más fuerte, sino el más adaptable al cambio”. Por eso, en algún momento los enormes dinosaurios se extinguieron y tomaron el protagonismo los mamíferos pequeños (como nosotros) que podían sobrevivir con menos cantidades de comida que aquellos monstruos.
La política, los sindicatos y las instituciones en general no están excluidas de este imperativo de “adaptarse o desaparecer”. Sin embargo, son muchos los antiguos partidos y dirigentes icónicos que se resisten a la modernización e insisten, en cambio, en viejas formas de ejercer la política. Mantener las tradiciones, por supuesto, es valioso, excepto cuando las mantenemos sólo porque nos falta imaginación para pensar algo nuevo.
Ni el peronismo puede continuar siendo el partido del choripán, el bombo y la marcha, ni el radicalismo puede quedarse pegado a la boina y el discurso de comité, y al la rosca ni la izquierda, a esta altura, puede sostener los ideales de Mao o Stalin y recurrir a la violencia como forma de hacer política. Lo peor es que las formas de aggionarse están ahí, al alcance de la mano: son las nuevas tecnologías, los nuevos medios y modos de comunicación.
Muchas veces la política rechaza esa modernización, apoyándose en un supuesto purismo y en el amor por los viejos fetiches: Perón y Evita; Balbín y Raúl Ricardo; Marx y Engels. O Leandro N. Alem, que famosamente dijo que era mejor perder que cambiar. “Que la espada se parta, pero que no se doble”, escribió este famoso líder radical, en la carta que dejó antes de suicidarse.
Existe la idea de que esa actitud será la que, a fin de cuenta, gane la partida. Sin embargo, es la gente la que impone el cambio, y son cada vez menos, sacando a los militantes de antaño, los que sienten algo ante la boina blanca o los dedos en V.
Frente al cambio de paradigmas, se trata de escribir una nueva historia y de encontrar una nueva identidad sin necesidad de abandonar los principios básicos. Sí, los cambios son traumáticos, pero peor sería no cambiar. Que la espada se doble, pero que no se parta.
@ossoreina

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