«Los 33» mineros de Chile les hablan a «los 44» marinos argentinos

Hace 7 años quedaron encerrados 70 días en la mina San José. «Ojalá se aferren a nuestro milagro», le dicen.

Apenas recibió la noticia de la desaparición del submarino ARA San Juan, Mario Sepúlveda se hundió en el recuerdo de lo que él había vivido en la mina San José. El mismo estímulo de temor, «muy hondo», tuvieron el resto de los mineros chilenos que protagonizaron el histórico rescate de agosto de 2010.

Pasaron 7 años desde esos días en los que tenían que «pensar para respirar». Hoy, a una semana sin noticias del navío argentino, eso emerge.

Comenzaron a mandarse mensajes de WhatsApp. Sólo «¡Dios!», exclamó uno. No hizo falta más. El otro sabía de lo que hablaba y le pasó un link de una noticia de este diario. Ellos estuvieron 70 días «enterrados vivos» a 700 metros de profundidad y llegaron desde Atacama hasta Hollywood por un papelito que, en rojo, daba un mensaje esperanzador: «estamos bien en el refugio los 33». Ahora retoman esa frase y desde Santiago de Chile dicen a Clarín que quieren recibir la misma señal de «los 44».

Están dispuestos a viajar a Argentina para ver a los submarinistas cuando los encuentren y «darles una mano» para sobrellevar el shock que podría afectar la psiquis de los tripulantes después de esta situación de vida o muerte.

«Muchas veces el ‘te entiendo’ queda en una intención o una manera de decir. Pero en este caso mis sentimientos son súper reales. Estos 44 hermanos hoy en día están en un espacio tremendamente reducido, muy distinto a lo nuestro», dice el hombre de 47 años, que se desligó de la minería y hoy tiene una empresa de charlas motivacionales.

«Estamos mandándonos mensajes permanentemente con mis compañeros mineros». Los chats a diario sobre este tema son entre Omar Reygadas, Daniel Herrera. Franklin Lobos, Pablo Rojas y Carlos Barrios.

«Ojalá que los tripulantes se acuerden de nosotros. Que se aferren a nuestro milagro y no pierdan las esperanzas», sigue. «Si pudiesen escucharnos les diríamos que estén bien organizados, haciendo caso a todo lo que decidan. Eso también fue lo que nos salvó.»

La psicoterapia habla de una suerte de «empatía del sobreviviente», que permite el entendimiento con quien pasó por la misma situación de shock, pero sin involucrarse emocionalmente.

«En el submarino debe estar pasando lo mismo. Existen los líderes por contrato, los líderes natos. En ese grupo debe haber alguien que tira para arriba a los compañeros. En estos casos es cuando necesitamos a esos líderes», especula.

Como una suerte de vocero de «los 33», Mario habla de la parte del cerebro donde aloja el trauma y recuerda dos cosas que amenazaban con ser sus verdugos: la falta de oxígeno y quedarse sin comida.

«El tema del oxígeno -delimita Sepúlveda- es infinitamente peor para ellos. Nosotros, afortunadamente, teníamos 2,5 kilómetros para caminar y los lugares eran tremendamente altos, de 100 o 200 metros. Por eso, las posibilidades de tener un poquito de oxígeno estaban. El tema era cómo cuidarlo.»

«Tuvimos el problema de la comida desde el primer día. Nos dimos cuenta que había para un día y para 15 personas. No más. Pero ahí está la habilidad de los líderes. Quienes más conocíamos la mina San José tuvimos la habilidad de ser fuertes y decir que esa comida ‘hay que cuidarla porque nadie sabe cuánto tiempo vamos a estar hasta antes de que nos encuentren’. Por eso fuimos obedientes». A los mineros les sobró comida.

En el caso de los submarinistas, tienen más víveres de los que necesitaban para el viaje planeado.​

Según confirmó Enrique Balbi desde la Armada, los tripulantes entraron a la «etapa crítica» al cumplirse hoy los 7 días de oxígeno disponible en caso de que el submarino no hubiese podido emerger nunca para que el snorkel libere los gases de los motores y renueve el aire del ambiente.

Además de inyectar oxígeno artificialmente (con oxígeno gaseoso de alta presión y químicamente con unas candelas), los submarinistas están entrenados militarmente para seguir el protocolo de dormir o permanecer en reposo.

«Emocionalmente, las situaciones son igual de difíciles en la profundidad y en la superficie. Los muchachos que están en el submarino están atrapados como lo estuvimos nosotros. Pero ellos están encerrados en una máquina en cualquier parte del mar.»

«Emocionalmente, las situaciones son igual de difíciles en la profundidad y en la superficie. Los muchachos que están en el submarino están atrapados como lo estuvimos nosotros. Pero ellos están encerrados en una máquina en cualquier parte del mar.»

Con Franklin Lobo -el minero 27- pudo lamentar en persona lo que le pasa a «los 44». Trabajan juntos en Servel, el Servicio Electoral de Chile. Viudo, padre de 5 y de novio hace 20 años con su «compañera», hoy es chofer.

«Recordamos esos momentos críticos en los que bajaba el nivel de oxígeno en la mina. Es desesperante. El cuerpo te empieza a pesar, es todo un trabajo que entre esa cuota de aire que necesitás para respirar. Nosotros sabíamos que arriba nos estaban ayudando, que nos habían encontrado. Eso nos mantenía fuertes. Para ellos es mucho más difícil pensar claramente para manejar el tema de la respiración», advierte.

Se pone en el lugar de los familiares que esperan en Mar del plata y recuerda lo que le dijeron los suyos. «Vivir la ansiedad y la angustia de no saber dónde están, es tremendo. Hay que darle lucha, hay que estar, no perder la fe.»

El papelito histórico lo escribió José Ojeda. «Por una capacitación que le hicieron en otra empresa, sabía que si había un accidente tenía que enviar un mensaje lo más corto posible, pero preciso», explica Omar, de 63 años y con más de 30 años de experiencia como minero. Con la de la mina San José, tuvo 3 «encierros» en su vida bajo de la tierra. Todos juntos aplicaron un protocolo para cuidar ese oxígeno: «usar lo menos posible las máquinas, evitar movernos demasiado y buscar una parte donde sea más accesible el aire, aunque era aire tibio [no limpio]».

Omar hace hincapié en que sus familias nunca tuvieron miedo. Pero desde la firmeza, no desde de la seguridad de que nada iba a pasarles.

«Al saber que estábamos vivos, se aferraron al momento en que íbamos a salir a la superficie. Y, sobre todo, por la experiencia de muchos de nosotros como mineros», cierra.

Por eso entiende que los familiares de «los 44» a veces flaqueen en su fortaleza. Falta ese mensaje esperanzador que, esta vez, ellos también esperan. (Clarín)

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