Martina tiene 13 años y más de 400 familias de todo el país quieren adoptarla

Cuando una pareja o una persona soltera se postula para adoptar a un hijo le preguntan, entre otras cosas, cuál es el rango de edad del niño que buscan. En ese instante, aparece el primer choque entre los deseos y la realidad: más del 80% de los postulantes sólo quiere bebés o, a lo sumo, niños que apenas caminen para criarlos «de cero». Quienes adoptarían a un chico de 12 años en adelante, en cambio, son muy pocos. Es por eso que Martina -llamémosla así- quedaba inevitablemente fuera de la posibilidad de salir del hogar en el que vive y ser parte de una familia: tiene 13 años.

Martina llegó al hogar, a 20 kilómetros de Rosario, cuando tenía 9 años. La Justicia siguió con ella todos los pasos formales. Se intentó recomponer el vínculo con la familia biológica, y no resultó. Se buscó que pudiera permanecer con su familia ampliada (tíos, abuelos), y tampoco. Buscaron entonces entre los 1.100 inscriptos en la Ciudad de Buenos Aires (en el Ruaga), y nada. Extendieron la búsqueda a la Red Federal de Registros de Adoptantes, que revisa entre las postulaciones de todo el país y tampoco. Nadie buscaba una hija de 13 años. Para evitar que Martina siguiera creciendo en un hogar, en Santa Fe decidieron abrir una convocatoria pública.

«Primero lo hablamos con ella -explica a Infobae Matías Figueroa Escauriza, subsecretario de Asuntos Registrales de la provincia-. Le contamos que habíamos agotado las búsquedas y le preguntamos si estaba de acuerdo con que hiciéramos una convocatoria pública. Le explicamos que tal vez podían adoptarla en otra provincia y le preguntamos si le molestaría mudarse. Nos dijo que no tenía problema pero puso una sola condición: ’Lo único que quiero es tener una familia para siempre’. Eso nos generó un compromiso enorme de no fallar a la búsqueda».

Escucharla fue un requisito: el nuevo Código Civil, vigente desde 2016, prioriza el derecho a que la opinión de la niño/a o adolescente sea tenida en cuenta. Cuando tienen más de 10 años, incluso deben prestar su consentimiento.

Pusieron 10 días de plazo para que las familias que quisieran adoptarla se inscribieran y dieron datos mínimos, para proteger su intimidad: «Goza de buena salud y se destaca por su energía. Está en sexto grado, es buena alumna, cumple sin dificultades con los objetivos escolares y asiste regularmente al colegio, exceptuando el día de su cumpleaños que pide no asistir para disfrutarlo más. Quiere ser peluquera y se divierte peinando y maquillando a sus amigas. También le gusta mucho dibujar y hacer manualidades. Su deseo es encontrar un hogar y formar parte de una familia».

En las primeras tres horas se anotaron 100 familias. Y las inscripciones se reprodujeron: ayer, cuando cerró la convocatoria, había 456 familias de todo tipo dispuestas a adoptarla: 107 mujeres y hombres solos (94 ellas, 13 ellos), parejas gay (6 de hombres y 4 de mujeres). El resto, parejas heterosexuales (entre ellos, 4 de extranjeros). Hay, además, una extranjera sola (una mujer australiana que vive en Buenos Aires). El más joven de los anotados tiene 25 años, el mayor, 75.

 

Ahora, tendrán prioridad las primeras 10 familias que se inscribieron en Santa fe y las primeras 10 anotadas en el resto del país, «para que la jueza tengo un abanico de posibilidades si considera que es mejor que no viva cerca de su familia biológica -explica Escauriza-. Lo importante es que, más allá de esta búsqueda, si tantas familias se dieron cuenta de que pueden ampliar su disponibilidad a chicos más grandes, se anoten formalmente. Porque hay muchos niños y adolescentes que están en la misma situación, esperando una familia. Ella no es una excepción».

Si ser «grande» deja afuera a muchos chicos del derecho a tener una familia, formar parte de un grupo de hermanos vuelve a reducir sus chances. En marzo, la Justicia porteña hizo una convocatoria pública para adoptar a un grupo de cinco hermanos de entre 5 y 10 años, sanos y escolarizados. No quisieron separarlos porque el nuevo Código Civil también prioriza la «preservación de los vínculos fraternos»: no encontraron ninguna familia para ellos.

Es más difícil cuando el chico tiene una discapacidad. En la Ciudad de Buenos Aires, casi 8 de cada 10 postulantes quiere niños sin enfermedades. Ninguno quiere a alguien con una patología grave. Sin embargo esa es, justamente, la realidad de muchos de los 164 chicos que hoy forman parte de las convocatorias públicas abiertas (acá todas sus historias) y que no logran encontrar familia: son grandes, tienen alguna discapacidad más o menos grave, son originarios de una comunidad aborigen.

Hace un mes, Infobae contó la historia de Irene Lugo y Keila, una mujer soltera que a los 31 años adoptó a una nena con un retraso madurativo producto de los golpes que había recibido de sus padres. Keila tenía 4 años y estaba en el Hospital San Lucas, en La Plata.

Irene se animó a adoptarla y la niña, con terapias de estimulación y con el apoyo de su nueva familia, empezó a caminar, a hablar, dejó los pañales, va a la escuela. En la convocatoria pública, de hecho, hay un nene de 5 años con retraso madurativo y distrofia muscular que sigue en el Hospital San Lucas, como podría haber seguido Keila hasta que encontró a una madre.

 

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