El liderazgo político visto en masculino

 

Desde que las mujeres llegamos a ocupar por primera vez un puesto de toma de decisiones, hasta la actualidad, nos ha tocado ser juzgadas bajo la sombra de un liderazgo que se entiende como masculino.

 

Lidiamos con estereotipos y criticas constantes, no importa la ideología política o la trayectoria que nos lleven al cargo. Esto, no solo complica el generar ideas nuevas, sino también el desempeño del trabajo y nuestra participación. Hoy el desafío es muy grande y el techo resistente: cuanto más responsabilidades implique el puesto, más difícil es para nosotras acceder a el.

 

El porcentaje de mujeres en los parlamentos de todo el mundo ha pasado de un 13,1% en el año 2000 al 22% en la actualidad. Está en aumento, pero a ese ritmo nos llevará 50 años alcanzar la paridad en representación política. En cuanto a nuestra provincia, luego de las elecciones del domingo, ingresaron al poder legislativo nacional 2 mujeres en representación de Misiones y 6 en la cámara provincial.

 

Las mujeres vamos demostrando nuestras capacidades y luchando día a día para ganar espacios y derechos, pero hay algo muy importante que es superar este sesgo inconsciente de la sociedad. A pesar de que el liderazgo tiene referentes de ambos sexos, la visión de este se inclina hacia el lado de los hombres, a rasgos masculinos como: agresividad, competitividad, independencia y disposición para defender sus creencias y a la feminidad como: compasión, honestidad, sensibilidad, empatía y disposición para cuidar de los demás. Las características femeninas tienden a verse como negativas y símbolo de debilidad, que no solo nos perjudican a las mujeres de forma errónea, un hombre con características consideradas femeninas podría ser también juzgado como menos capaz para el liderazgo.

 

Varios estudios de investigación explican que es más probable el acceso de mujeres a puestos de responsabilidad y poder durante momentos de profunda crisis. Pero, de cuya gestión difícilmente ellas se beneficiarán. Podemos tomar como ejemplo el Brexit: como le tomo (luego de Thatcher) 26 años, con una Gran Bretaña dividida, llegar a una mujer a ese puesto.

 

Veamos cómo inconscientemente a veces los adjetivos se cambian al femenino: la capacidad de liderazgo se convierte en “ser mandona”; la decisión, en “una personalidad difícil”, y la ambición, en “arrogancia”. Me ha tocado hasta llegar a escuchar la descripción «machona» por tener determinación, o una tendencia a ser partidarias de un estilo de gobierno duro, o “rompe pelotas” por ser insistente.

 

Este estereotipo de liderazgo masculinizado, también genera que muchas mujeres busquen enfatizar sus características relacionadas con los hombres. Y es ahí donde se produce una contradicción, somos vistas como alejadas de nuestra condición de mujer por falta de feminidad y criticadas por eso. Las mujeres somos tal vez más colaborativas y flexibles que nuestros compañeros, pero no debemos rechazar la etiqueta del feminismo, o considerarlo un movimiento prescindible. Al contrario nuestra participación debería fomentar políticas orientadas a los derechos de las mujeres; encontrar una nueva forma de comunicarlas sin caer en etiquetas o estereotipos. Como mujeres no debemos perder la diferencia que nos caracteriza: allí radica el potencial trabajo y valor. No somos hombres y ésa es nuestra riqueza, al igual que la de ellos respecto de nosotras.

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