Fútbol, birra y lexotanil

Los argentinos somos pesimistas, quejosos y opinólogos. Y así nos va. En nuestro mundo de quejas, críticas constantes y opiniones sobre todos los temas habidos y por haber, nuestra mirada final siempre es negativa. Basta con prender la televisión y ver qué tipo de noticias tienen más tiempo de pantalla. Esta especie de masoquismo es lo que se llama mente orientada la crisis, lo que significa que reaccionamos más intensamente a las percepciones negativas que a las positivas.

Más allá de los análisis sociológicos, somos lo que parecemos y somos lo que creemos ser. Por eso, cualquier cambio real implica primero un cambio de actitud. El impulso necesario para generar un cambio requiere ser protagonistas de ese mismo cambio. Y es precisamente ese rol protagónico el que a los argentinos nos cuesta tanto asumir.

Voy a dar un ejemplo. En apenas unas horas, la selección argentina va a estar jugándose todo frente a la ecuatoriana. Es una de las eliminatorias más ajustadas de los últimos tiempos. Un triunfo argentino representaría la clasificación casi segura al mundial de Rusia 2018, mientras que una derrota dificultaría incluso llegar al repechaje con Nueva Zelanda.

Entre los cálculos negativos y angustiosos de todos los argentinos con el fixture, la bronca, los memes y los chistes sobre la lesión Gago, también se nota una importante desilusión para con la Albiceleste. Messi no aparece, la delantera no funciona, al director técnico le faltan ideas… Hay muchas dudas sobre lo que este equipo, incluso en caso de clasificar, podría llegar a hacer en el Mundial. En cierta manera, sería mejor que Argentina se quedara afuera de Rusia, en lugar de hacer un papelón frente al mundo.

Por otra parte, no hay dudas de que los argentinos enfrentamos hoy por hoy problemas mucho más importantes que el fútbol. No está de más preguntarse por qué ir o no al Mundial debería ser un problema en un país con un 30% -unos 13 millones de personas- de pobres. Cabe responder que, si bien es cierto que el universo del fútbol es más que nada simbólico, lo simbólico es sumamente importante. Si no fuera así, la publicidad no sería una industria de miles de millones de dólares.

Comenzando por lo más evidente de todo, la participación de Argentina en el Mundial del año que viene va a generar consumo y trabajo. Banderitas, camisetas, televisores, diarios… cada Mundial es una oportunidad no sólo para los grandes medios de comunicación y las marcas, sino para todos los que dependen de ellos: periodistas, trabajadores y pequeños emprendedores.

Pero esto es sólo una arista de lo que un Mundial representa. También hay factores intangibles que a veces son mucho más importantes que los números rotundos. Los eventos deportivos generan una sensación de bienestar. También aumentan y mejoran la percepción de un país en el resto del mundo. El efecto vidriera es incalculable, si tenemos en cuenta que el último Mundial sumó un total de 3200 millones de telespectadores, contando 695 millones en la final, y 280 que lo hicieron a través de dispositivos móviles (fuente: FIFA).

Me da tristeza que ya nos demos por vencidos y dejemos pasar una oportunidad de mostrarnos frente al mundo. No se trata de gritar los goles de Messi. Es eso, pero también es mucho más. No dejar que nuestro pesimismo generalizado se traslade también al fútbol es un primer paso para modificar nuestra mentalidad orientada a la crisis, y enfocarnos en lo bueno. Es lo mismo que quiero hacer en esta nota: hablar de lo lindo que es jugar y ver jugar fútbol, sin amargarme con la calculadora y las críticas a los jugadores.

Quienes hayan visto la película Invictus recordarán que Nelson Mandela convirtió el Mundial de Rugby de 1995, celebrado en Sudáfrica, en una oportunidad para alcanzar la unidad nacional. Era algo que su país, dividido por problemas raciales tras 46 años de Apartheid, necesitaba desesperadamente. Y era algo intangible, imposible de medir en dinero. Esa me parece otra razón para alentar con todavía más fuerza a la celeste y blanca, cuando salga a enfrentar a Ecuador. Los eventos deportivos son simbólicos, sí, pero también ayudan a cambiar mentalidades y a cerrar grietas.

 

 

(*) @ossoreina

 

 

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