A 50 años de la muerte del Che Guevara: el entierro en un aeropuerto, un pacto de silencio por el trofeo de guerra y el regreso a Cuba

 

El destino del cuerpo de Ernesto Guevara fue un misterio durante 28 años. En el medio, hubo una trama que incluyo un pacto de silencio del ejército boliviano para conservarlo como un trofeo de guerra, un militar que rompió ese acuerdo inesperadamente y la negociación de Fidel Castro para repatriar los restos del guerrillero a Cuba.

 

 

Las autoridades de Bolivia sembraron la semilla de la confusión desde el comienzo. Tras confirmarse la muerte de Ernesto Guevara el 9 de octubre de 1967, hubo dos versiones sobre el destino de sus restos.

 

Tres días después de la muerte, Alfredo Ovando Candia, comandante jefe de las fuerzas armadas bolivianas, le dijo a la agencia AP: «La inhumación se ha efectuado». Pero jamás aclaró el lugar. Y ante la consulta sobre un posible traslado a la Argentina, repitió: «No es asunto nuestro, ya lo hemos enterrado».

 

Es que por entonces, Roberto Guevara, hermano del Che, se encontraba en Bolivia. Reclamaba que le permitieran ver el cuerpo para hacer el reconocimiento.

 

Guevara, que en el viaje estuvo acompañado por los periodistas Samuel Gelblung y Antonio Legarreta, y por el camarógrafo Francisco Tonero, de Canal 13, volvió al país el 14 de octubre. En el aeródromo de San Justo, explicó que estuvo en Santa Cruz de la Sierra, que pidió autorización para ir a Vallegrade, y que cuando la consiguió, el coronel Zenteno Anaya le dijo que el viaje podía ser inútil, porque al llegar el cuerpo ya podría haber sido incinerado.

 

Finalmente en Vallegrande lo recibió el general Juan José Torres, que le anunció que el cuerpo había sido exhumado e incinerado. «Le hice notar que la tradición católica impedía la cremación de los muertos, respondiéndome el coronel que en Bolivia había libertad de culto», dijo Guevara. También reclamó las cenizas, pero sólo le ofrecieron fichas dactiloscópicas de su hermano.

 

Ese mismo día, en Bolivia, se conoció un comunicado del presidente René Barrientos: «En el caso del señor Guevara, lo último que hará mi gobierno es realizar una prueba dactilar con el dedo amputado que se pondrá a disposición de los peritos argentinos».

 

 

 

Los hechos de aquellos días intentaron ser reconstruidos una y otra vez por los periodistas, pero los rastros se agotaban en el hospital Señor de Malta, en Vallegrande. Allí, Susana Osinaga, una enfermera contó que le ordenaron limpiar el cadáver y luego le pusieron un pijama. Eso ocurrió en la noche del 10 de octubre, luego de que el ejército le permitiera a los periodistas observar el cuerpo, sacar fotos y hasta tomar huellas digitales. «Pueden cotejarlas de la manera que crean conveniente», les dijo Ovando Candia a los cronistas. En la madrugada del 11, el ejército se llevó el cuerpo de allí.

 

 

Una revelación inesperada en una noche de alcohol

 

Aunque muchos en Bolivia daban por cierta la versión sobre el entierro en el aeropuerto de Vallegrande, no fue hasta el 21 de noviembre de 1995 que fue confirmada de boca de uno de los protagonistas de aquellos hechos. En una entrevista con el periódico The New York Times, el general retirado Mario Vargas Salinas, le confesó al periodista John Lee Anderson que presenció el momento en el que el cuerpo fue enterrado junto a la pista del aeropuerto de Vallegrande.

 

Inmediatamente, el presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada, ordenó que comience la búsqueda. Públicamente, aclaró: «Vamos a buscar sus restos, pero Bolivia sólo negociará el tema con los familiares de los desaparecidos. No habrá relación con el gobierno cubano».

 

 

A los militares bolivianos les cayó muy mal la revelación de Vargas Salinas. Entre los periodistas argentinos que cubrieron la noticia del hallazgo de los restos en Vallegrande, les hicieron conocer la versión de que el hombre se había vuelto alcohólico, y que sólo así el periodista pudo sacarle la confesión.

 

Es más, Vargas Salinas intentó, en un primer momento, desmentir sus dichos. Pero Anderson tenía la entrevista grabada.

 

Las primeras excavaciones se realizaron entre diciembre de 1995 y enero de 1996. Pero los intentos fueron infructuosos, porque Vargas Salinas no pudo precisar con exactitud el lugar. El trabajo se suspendió.

 

Y el misterio pareció reavivarse cuando en julio de 1996, el general retirado Gary Prado, que participó de la captura del Che, reiteró que el cadáver había sido incinerado y sus cenizas esparcidas al viento.

 

Y definitivamente la búsqueda estuvo a punto de quedar trunca cuando en abril de 1997 una ordenanza municipal declaró «patriomino histórico de Vallegrande los lugares y restos de la guerrilla». Sin embargo, la decisión política estaba tomada a nivel nacional, y tras dos meses de interrupción en los trabajos, el gobierno boliviano anuló la ordenanza.

 

 

El 28 de junio de 1997, el forense cubano Jorge Gonzáles, a cargo de la búsqueda, ordenó detener la máquina excavadora tras escuchar el estallido de un hueso a unos dos metros y medio de profundidad. La larga espera pareció llegar a su final.

 

Pero no faltó el drama. La limpieza del lugar y el cuidado de los forenses para retirar los restos iba a demandar de mucho trabajo. El mandato de Sánchez de Lozada concluía un mes después. Entonces empezaron a circular versiones que indicaban que el presidente electo, Hugo Banzer, estaba dispuesto a detener la búsqueda. Hubo pedidos para acelerar los trabajos. Pero el mismo Banzer confirmó unos días después que no iba a entorpecer la investigación.

 

Siete cuerpos fueron recuperados. Además del Che, en la fosa común estaban los cubanos Aniceto Reynada, René Martínez y Alberto Fernández; los bolivianos Willy Cuba y Simón Antúnez, y el peruano Juan Pablo Chang.

 

En los días previos al traslado definitivo de los restos a Cuba, otra vez se encendieron los temores y las polémicas. Informes de inteligencia advirtieron al gobierno boliviano: grupos paramilitares intentarían secuestrar los restos del Che. En Bolivia, todo el operativo causó una gran controversia y mucho revuelo. Hasta John Anderson, el periodista que consiguió la declaración que permitió esclarecer el misterio, llegó a Vallegrande el 3 de julio, para completar la historia.

 

Algunos militares bolivianos sintieron que se estaba rindiendo un homenaje a Guevara. Gary Prado se quejó: «Hay una invasión foránea y se glorifica a los guerrilleros. Es un insulto a todos nosotros y a los que perdieron la vida en aquellos combates», dijo.

 

 

Mientras tanto, Banzer trataba de calmar un clima interno tenso: «No podemos considerarlos como un botín de guerra. Estos restos deben ser trasladados al país de origen para que le brinden los honores que allí crean correspondientes».

 

La lectura política de la situación fue interpretada como un acuerdo entre Bolivia y Cuba para sacar provecho de ambas partes. El embajador boliviano en La Habana, Franklin Anaya, coordinó con Fidel Castro que la entrega se realizaría a través de los familiares y no entre gobiernos, en un intento de quitarle el tinte político al asunto. Cuba puso a disposición equipo para la investigación y el avión para repatriar los restos.

 

Por un lado, Sánchez Lozada, volvió a conseguir la atención internacional durante los últimos meses de su gobierno. Según los diarios de la época, las investigaciones le demandaron al estado boliviano un costo de cuatro millones de dólares.

 

La prensa internacional señaló que el asunto fue utilizado por Fidel Castro para dar nuevos bríos a la revolución, con un pueblo golpeado por la crisis, agravada por tratarse de los primeros años tras la caída de la ex Unión Soviética y la pérdida del respaldo del bloque comunista.

 

El 12 de julio de 1997, el ataúd de Guevara fue exhibido públicamente en La Habana; cinco días después, fue el tema principal en el Festival Internacional de la juventud y de los estaudiantes. Finalmente, el 17 de octubre, Castro dio un discurso durante la inhumación en el Monumento al Che en Santa Clara, que se convirtió en un mausoleo. El líder cubano recordó a su amigo, lo despidió con los honores militares, aunque también llamó a la multitud a luchar y resistir por el bloqueo comercial que sufría la isla. Luego se dispararon 21 cañonazos. Fidel Castro, su hermano Raúl y los familiares del Che, depositaron los restos en el mausoleo.

 

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