Tragedia de Austral: veinte años después familiares evocan con dolor y esperanza de justicia a las 74 víctimas

Familiares de las 74 víctimas del vuelo 2553 de Austral, que la noche del 10 de octubre de 1997 despegó de Misiones rumbo a Buenos Aires y se estrelló en un descampado de la localidad uruguaya de Fray Bentos, recordarán el vigésimo aniversario de la peor tragedia aerocomercial de la historia de la Argentina sin haber visto a los responsables, rendir cuentas ante la Justicia.
El 10 de octubre de 1997 fue un día gris, de tormenta, y cuando Yamila Nair Williams atendió el teléfono desde su casa jamás pensó que aquella charla breve y trivial sería la última que tendría con su padre. «Me dijo que estaba por subir al avión, que era un vuelo corto, que nos veíamos en un rato y se despidió diciéndome ’te amo, cuida a mamá, cerrá la llave de gas’», reconstruyó ante Télam Yamila, que en ese entonces tenía 12 años.
Pero ni Rubén Williams, que tenía 37 y una casa nueva en Castelar donde vivía con su mujer y sus dos hijas, ni los otros 73 ocupantes del avión DC-9 de Austral que había despegado a las 21.18 regresaron: a las 22.10 la aeronave se precipitó sobre un descampado uruguayo a velocidad supersónica y dejó un cráter de 31 metros de ancho y 6 de profundidad. La mole de 40 toneladas quedó reducida a chatarra.
Gisela Farrher tenía 15 años y aquella noche había decidido, por primera vez en los meses que su madre llevaba viajando por el país como vendedora, ir a buscarla a Aeroparque con su hermana de 8 años. «Estábamos con un compañero de trabajo de mi mamá que había llegado en el vuelo anterior y como el de ella se demoraba fuimos a preguntar. Al principio nos dijeron que el avión estaba sobrevolando la zona, recién a eso de las 12 de la noche reconocieron que habían perdido contacto con el avión», contó Gisela a Télam en un bar del barrio porteño de San Telmo.
«Cuando a las doce de la noche me llamaron por teléfono a mi casa para decirme que el vuelo de mi marido estaba desaparecido entendí todo. Mujer de piloto sabe que vuelo desaparecido es vuelo caído», evocó a Télam María Elena Blanco, la viuda de Jorge Cécere, comandante del vuelo 2553. Así que levantó a sus hijos, les mintió, los dejó en la casa de unos amigos y se fue para Aeroparque.
Para ese entonces, mientras las autoridades de Austral ocultaban a los familiares amontonados en el salón VIP de la terminal qué era lo que sucedía, el canal de noticias Crónica comenzó a informar desde sus placas rojas que había habido un accidente aéreo, y sin brindar detalles, erróneamente, afirmaba que «había sobrevivientes». «Yo me senté en la sala de pilotos a esperar y me acuerdo que después vino el padrino de mis hijos, que era piloto de Aerolíneas Argentinas; le había tocado hacer el reconocimiento de la zona y me dio la noticia. Al poco tiempo Crónica dijo la verdad: fallecieron 74 personas», recordó María Elena.
«Los de Austral igual lo ponían en duda y a uno le agarra una bronca porque encima que estás viviendo una experiencia tan límite, que te va a tomar años poder incorporar a tu vida, estos tipos te mienten», agregó como si volviera a vivirlo Ignacio Politzer, hijo de Alejandro, un economista que había abordado el vuelo en Misiones, a donde había viajado por trabajo.
Pocas horas después un vuelo especial partió hacia Gualeguaychú con más de 40 familiares con la intención de trasladarlos hasta el lugar de la tragedia para identificar los cadáveres. Pero la misión fracasó cuando en Entre Ríos les explicaron que no había nada para reconocer. Los 74 cuerpos entraron en dos cajones que fueron enterrados varios años después en un cementerio privado de zona norte del Gran Buenos Aires. «Imaginate un globo que se pincha: yo tuve que asimilar que mi papá, de un segundo a otro, ya no existía más, que había desaparecido del mundo», explicó Yamila mientras mostraba a Télam un pedazo de chatarra del DC-9 que tiene guardado en su casa.
Algo parecido apuntó Ignacio Politzer: «El duelo, sin un cuerpo al que despedir es improcesable, ¿cómo sabés que se subió al avión? Al principio esa era mi fantasía, pero después aprendí a vivir con el agujero». «Durante muchos años a mí me costó decir Jorge se murió; si yo no vi nada. Además, con una profesión como la del piloto que no llega siempre a la misma hora, sentía que él podía aparecer en cualquier momento, eso fue lo peor. Costó mucho procesar esa ausencia», acotó María Elena.
Si bien desde la empresa se intentó instalar que la causa de la tragedia había sido una fuerte tormenta, inmediatamente volcaron la responsabilidad sobre el piloto, aunque pasó poco tiempo hasta que se supo que el motivo principal, entre un conjunto de irregularidades, fue la falta de una luz ámbar y obligatoria que debía estar en el tablero para permitirle al piloto saber cuando el velocímetro deja de arrojar datos confiables.
Pero veinte años después, la mayor tragedia aerocomercial argentina continúa estancada en el mismo sitio. Aún no existen culpables y la causa, caratulada como estrago culposo primero y recaratulada como doloso en 2006 con 27 personas imputadas, aún espera el inicio del juicio oral.»Nosotros todavía no pudimos ver qué dicen los culpables ante el Tribunal, qué dice el juez. Yo estoy tranquilo porque sé la verdad, pero entre los 16 y los 25 cuando había tormenta me pasaba algo interno, como una angustia de que alguien se iba a morir», sintetizó Politzer.

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas