Desapación de Santiago Maldonado: sigue habiendo agujeros negros en el relato de la Gendarmería

Hace 67 días que está desaparecido. Fue una feroz persecución de tan sólo ocho minutos. Ése es el margen temporal que arroja el análisis de las imágenes que la Gendarmería Nacional le entregó esta semana a la fiscal Silvina Ávila, junto con el informe interno de esa fuerza, de 464 fojas, que contienen las declaraciones de los 52 efectivos -42 de El Bolsón y 10 de Esquel- y la logística empleada en el procedimiento del 1° de agosto, día en el que desapareció Santiago Maldonado.

La carrera dentro del lof para aprehender a los ocho manifestantes que agredían con piedras y cortaban la ruta 40, entre los cuales se encontraba Maldonado, comenzó a las 11.32, cuando el escopetero Darío Zolián, acompañado por el sargento Orlando Yucra, escudándose detrás de un chapón, irrumpe en el predio, saltando por el alambrado (ver foto).

Más allá de las claras omisiones en las fotografías, que refuerzan el interrogante sobre lo que verdaderamente ocurrió a orillas del río Chubut, las imágenes documentan sólo a uno de los once gendarmes regresando de su avance hasta la ribera, a las 11.40. Se trata del subalférez Emmanuel Echazú, con una herida sangrante en el pómulo, aferrado a su escopeta Batán.

Del análisis de ese informe, al que accedió LA NACION, surgen también numerosas inconsistencias y revelaciones entre los dichos de los propios efectivos, interrogados por el comandante general Luis Lagger.

Para determinar el origen de la o las lesiones que recibió Echazú, en el informe al menos diez gendarmes declaran que fue herido en el rostro por una pedrada antes de ingresar al lof. Una imagen de las 11.32 lo muestra delante de la tranquera, agarrándose con una mano el casco, mirando hacia la ruta, lo que presumiblemente indicaría que fue allí donde recibió la agresión. Echazú dice que la piedra impactó primero en el casco, se deslizó por la visera y lo golpeó en el pómulo. En la imagen, no se toca el rostro sino la parte superior del casco de kevlar. ¿Podría haber recibido otra lesión en el río?

Un minuto después es herido en el cráneo el cabo primero Ernesto Yáñez. En las tres imágenes, sin embargo, no aparece la escopeta que Echazú dice haberle entregado, el arma con postas de goma que el subalférez asegura haber recuperado después. En el informe, ninguno de los gendarmes afirma habérsela devuelto dentro del lof. Yáñez incluso lo contradice al afirmar que fue atendido por un enfermero en el momento del impacto en la ruta, lo que quedó registrado sucede después: cuando el cabo primero Diego Ramos lo asiste a las 11.41, una vez que regresa de la primera línea.

Hay un detalle revelador que aporta el cabo primero Jesús Vázquez, quien recibe la escopeta de Echazú: el arma con la que regresa del río tiene la «uña extractora rota». Según pudo saber LA NACION, sólo una de las cuatro escopetas -tres Batán y una High Standard- está siendo peritada.

Los gendarmes que llegaron a la ribera -Ramón Vera, Juan Pelozo, Darío Zoilán, Alejandro Gómez, Mario Leguizamón, Julio Segovia, Cecilio Fernández, Orlando Yucra, Damián Coronel, Neri Robledo y Echazú- coinciden, con algunas divergencias, en un mismo relato: Es Pelozo el que grita «acá hay uno», y varios de ellos logran visualizar «a uno de los manifestantes que se había quedado prendido a una rama».

«Alto, Gendarmería Nacional, quedate quieto», dice Pelozo que le grita al manifestante, apuntándole con su arma, que estaba trabada, como gesto de intimidación, «para que permanezca en el lugar». Se trata de una orden con palabras similares a las que contó en sede judicial el mapuche Matías Santana al declarar que escuchó: «Quedate quieto, estás detenido». Pelozo, que estaba junto a Gómez, no obstante, asegura que el encapuchado hizo caso omiso, cruzó el río y huyó hacia un cerro junto a otros tres individuos en dos caballos. «Un zaino y un alazán, sin monturas», según describe Zoilán, que asegura haberlos divisado a «unos 500 o 600 metros». Es el mismo que reconoce haber efectuado dos disparos a seis metros de distancia a una sombra que se movía en el río, «sujetándose a las ramas de los sauces». A pesar de que Zolián declaró en sede judicial que Echazú «llegó a los 10 o 20 segundos», el subalférez dijo que no escuchó detonaciones en el río.

Santana indicó que oyó al menos seis o siete disparos antes de ver cómo tres gendarmes apaleaban a Maldonado y éste murmuraba: «Ya está, ya está». En su testimonial, fue aún más lejos: contó que cuando se reencontró con su grupo, un peñi les relató que había visto a «Santiago agarrado de una rama, agachado y a los gendarmes atrás disparándole». «Llovían las piedras y los tiros y por eso Santiago, que se había tirado al agua, volvió a la orilla».

Los uniformados dan otra versión: todos lograron cruzar y desde la margen opuesta los insultaban: «Gendarmes putos, inútiles. No agarraron a nadie. Cruzamos todos. Vengan crucen, no sean cagones», dijo Diego Ramos, el enfermero que atendió a Echazú cuando éste subió el barranco que precede al río Chubut. Ramos, al igual que el resto, asegura haber visto del otro lado de la ribera a cuatro manifestantes.

«Esta vez se quedaron con las ganas, putos de mierda. Vengan a buscarnos», dice Echazú que los insultaban. Aunque él aseguró no haber podido divisar a ninguno por la barrera de sauces. Tampoco oyó el «acá hay uno» de Pelozo.

Gómez, que se hallaba cerca de Pelozo, Segovia, Fernández y de Robledo, fue el que le ordenó a Ramón Vera que desistiera de tirarse al agua, cuando observó «el torso y la cabeza de uno de los manifestantes cruzar prácticamente caminando el río». «¿Me tiro a sacarlo?», le inquirió a su superior. «No, dejalo que se vaya, ya está del otro lado», sentenció Gómez. A un encapuchado de dos metros de alto, Robledo reconoce haberle asestado una pedrada en la espalda antes de que cruzara los casi 20 metros del ancho del curso de agua y comenzara a insultarlo. Para el gendarme, fue un acto reflejo en defensa personal, luego de que el encapuchado lo agrediera antes con una piedra que le impactó en la rodilla.

La gendarme Yanina Saldaño tenía a su cargo el registro fílmico y fotográfico, tarea que no pudo cumplir en la vera del río -según dijo-porque en ese momento estaba cacheando y vigilando a las dos mujeres, que junto a sendos menores, se hallaban en la guardia del lof: Claudia y Ailyn Piliquiman y los hijos de ambas, quienes llevaron al predio a Santiago Maldonado. Luego Saldaño retomó esa tarea en la guardia por orden del sargento Yucra.

Un punto quizá menor, pero ilustrativo del presunto exceso de los gendarmes durante el procedimiento, es el de la denuncia de la quema de pertenencias mapuches por orden del comandante Juan Pablo Escola. La fuerza en sede judicial negó ese hecho. Sin embargo, el suboficial José Omar Gómez reconoció que el sargento primero Daniel Alberto Orrego «fue el que inició el fuego». Este último lo contradijo y aseguró que la fogata ya estaba encendida y que él nunca se acercó porque permaneció en la «caja del camión [Eurocargo]».

Lo que está claro es que los tres móviles iniciales que ingresaron al lof se estacionaron en un primer momento cerca de la hondonada que desemboca en el río. Cuando la persecución culminó, el primer registro fotográfico los ubica a los tres móviles en hilera cerca de la choza de guardia. Entonces, eran las 12.05.

Respuesta de Bullrich a la ONU

La ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, pidió que Naciones Unidas tenga en cuenta «la voz de todos» y no sólo la de «un grupo que puede tener intereses políticos», al replicar una carta del Comité contra la Desaparición Forzada de las Naciones Unidas en la que el organismo pidió esclarecer la participación de Gendarmería en la desaparición de Santiago Maldonado. La Nación.

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