A 15 años de la muerte de Walter Olmos: juego macabro y dudas

«Dale que te quemo, dale que te quemo». Eso repetía Walter Olmos junto a sus músicos con una pistola Bersa calibre 22 en la mano.

Se la había regalado un amigo catamarqueño como él. Sonreía como un niño grande: para el cantante no se trataba más que de un juego. Estaban en un modesto hotel del barrio porteño de San Cristóbal a punto de salir para los tres shows que debían dar esa noche en Quilmes, Berazategui y La Plata.

Las crónicas de la época aseguran que había un fuerte olor a cerveza en el ambiente, que Olmos dijo que iba a ducharse y que al rato se oyó un chasquido del gatillo del arma. Esa vez la bala no salió y todos respiraron tranquilos. Al rato, un ruido mucho más fuerte. El cuartetero quedó tendido sobre la cama con un disparo en la sien.

Hace quince años, el 8 de septiembre de 2002 los argentinos se enteraban de que había perdido la vida de manera trágica una estrella de la movida tropical de 20 años que, para muchos, era algo más que el discípulo de Rodrigo y de Carlos «La Mona» Jiménez.

En medio de la noche, los fans y los móviles de televisión comenzaron a rodear el hotel, ubicado en la calle Estados Unidos, entre la sorpresa y las lágrimas.

Walter Olmos nació en Catamarca el 21 de abril de 1982, en plena guerra de Malvinas. Su madre, Noemí, lo tuvo con apenas quince años. Lleno de privaciones y en una familia numerosa y humilde –él fue el primero de nueve hermanos–, Walter se crió en las calles de la capital de su provincia.

«¿Cómo lo describo? Mucho frío, nadie te da una mano tirado ahí en la calle. No tenés ganas de ir a tu casa, te da miedo que tu vieja te pegue porque no llevás un mango. Sabés que en cualquier momento viene la policía y te levanta. Vos querés hacer algo y nadie te da una mano para que tu familia pueda comer. Eso es hambre», relató sobre aquellos años el cantante en una nota con la revista Veintitrés, en mayo de 2001.

Aquellos días sin hogar, haciendo changas y lustrando botas, quedarían más adelante inmortalizados en su tema «Chico de la calle», en el que Olmos canta desgarrado «chico de la calle que nadie te pregunta si te falta el pan, chico de la calle que sufriendo esperas ser un poco más».

El cantante contó en varias entrevistas que de chico tuvo múltiples entradas a la comisaría por hurtos menores. «Nunca robé plata o cosas de valor. Siempre robé comida», aseguró en distintos medios y contó que de noche recorría las veredas en búsqueda de recortes de pizza que sobraban en las pizzerías para poder comer algo.

Pero todavía faltaba tiempo para que se convirtiera en el joven que llenaría estadios por todo el país y llevaría alegría a los amantes del cuarteto. Entonces era un chico de 13 años y, por su comportamiento, lo enviaron a un instituto de menores. Fue en ese lugar donde empezó a escuchar –y de algún modo a imitar con su voz– a Carlos «La Mona» Jiménez, el ícono cordobés de la movida tropical.

Ferviente devoto de la Virgen del Valle –a quien luego también le dedicaría una canción que entre otras cosas dice «Virgen del Valle, nunca yo me olvidaré, virgencita del Valle tu imagen en el pecho yo la llevaré»– durante sus años en el internado Olmos le hizo una promesa: «Si me hacés cantar, yo te doy diez pesos».

Tuvo que pasar un tiempo hasta poder cumplir lo prometido, según contó en una entrevista en 2001 con el diario Página 12: «Empecé a cantar cuando salí del Hogar Tutelar, a los dieciséis. Había hecho esa promesa porque, la verdad, quería ser famoso.

Pero antes pasó algo y yo no pude cumplir la promesa con la Virgen. Había empezado a cantar en una banda chiquita. El tipo que la armaba tenía carnicería y verdulería, y yo lo que quería era que me diera para comer, para poder llevar algo a mi casa. Pasó el tiempo, pero el tipo no me daba nada, nada de nada, ni para hacer un estofado. Y no le pude pagar a la Virgen lo que le prometí. Las cosas quedaron así por un tiempo y al final pude entrar a la banda Los Bingos, que es una banda catamarqueña que hace cuarteto desde hace treinta años. Pude tener la chance de cantar con ellos y ahí sí ya le pagué a la Virgen los famosos diez pesos».

Luego de eso, otro hecho que para Olmos también fue milagroso tuvo lugar durante una visita a Catamarca del cantante Rodrigo Bueno, por esos años un consagrado del cuarteto en todo el país.

El Potro estaba en un boliche cuando escuchó una grabación de Olmos, preguntó quién era ese chico «con la voz parecida a la Mona Jiménez» y de inmediato lo invitó a viajar con él. Walter se convirtió en la sombra del astro, en su chofer, en su secretario. Y también en una suerte de delfín, hasta que hicieron juntos el hit «Por lo que yo te quiero», que quedó registrado en un disco en vivo del cordobés.

En tiempos en los que la música tropical y el cuarteto ya habían pisado fuerte en Buenos Aires, el éxito de Walter Olmos resultó arrollador y a la vez vertiginoso. Se separó de su promotor para emprender su propio camino y al poco tiempo su primer trabajo «De pura sangre» había llegado a ser disco de platino, con más de 100 mil copias vendidas.

El trágico final de Rodrigo en un accidente automovilístico, el 24 de junio de 2000, fue un golpe duro para Olmos: en más de una ocasión lamentó no haber estado aquella noche al volante y así evitar la muerte de su mentor.

El joven siguió adelante con su carrera, llenó estadios por todo el país y se consagró, definitivamente, con una serie de shows que dio en el mítico estadio Luna Park de Buenos Aires a mediados de 2001 con entradas agotadas. Pero las jornadas, entre shows, presencias en programas de televisión y viajes, eran cada vez más extenuantes para alguien que no llegaba a los 20 años.

«Estoy muy cansado. Soy un chico sano, no tomo nada para aguantar. Estoy débil, con sueño, tengo hambre, extraño a mi familia», dijo en una entrevista por aquellos días.

El vértigo de las giras lo llevaría, por primera vez, a estar en riesgo: en abril de 2002 Olmos quedó internado en terapia intensiva luego de sufrir un accidente automovilístico en Catamarca. El auto en el que viajaba el músico volcó y se incrustó en una casa. Por el choque el artista tuvo un fuerte traumatismo de cráneo.

Pocos meses después, ya recuperado, volvió a Buenos Aires y retomó las jornadas agotadoras con noches en las que debía hacer hasta cuatro presentaciones seguidas.

El 8 de septiembre de 2002 Walter se encontraba en la habitación 22 del hotel San Cristóbal Inn, un sencillo lugar donde se alojaba siempre que estaba en la capital. Antes de la medianoche, llamó a su novia Vanessa y le dijo: «Salgo a hacer los shows y a la mañana, cuando vuelvo, te juro que te preparo el desayuno». Según relató el sonidista Juan López a la revista Pronto del 11 de septiembre de ese año, mientras esperaban la camioneta que los llevaría a uno de los shows, el joven empezó «un macabro juego» con el que se entretenía apuntándoles con un revólver a quienes entraban al cuarto.
«Entré a la habitación y me puso el arma en la cara. Escuché un clic y le dije: ’Dejate de joder con eso que le vas a pegar un tiro a alguien’», narró López. Según su relato, Olmos quiso tranquilizarlo, dejó caer una bala de la recámara al piso y le dijo: «Ves que no pasa nada, ya le saqué la bala». Pero en la Bersa todavía quedaban 12 proyectiles.

«Walter estaba como jugando. Se tiró en la cama y, mientras yo me preparaba para darle el teléfono para que llamara a su hermana, se llevó el arma a la cabeza y se disparó», detalló López. La bala, reconstruyeron las crónicas periodísticas de la época, entró por la sien derecha del artista y quedó alojada en su cerebro, lo que le produjo el deceso casi instantáneo.

 

Walter Olmos fue despedido por cientos de seguidores primero en una capilla ardiente que se armó en la bailanta Mundo Bailable, de Ingeniero Budge, y luego en su Catamarca natal, donde una multitud se acercó hasta el féretro, que recorrió 8 kilómetros desde la casa hasta el cementerio.

Por esos días circularon por los programas de televisión allegados, familiares, fanáticos y músicos de Walter y las teorías sobre sus últimos días se multiplicaron: se dijo que estaba agotado, que se había peleado con su manager, José Luis Gozalo, que el joven no recibía el dinero que le correspondía por su trabajo, entre otras cosas.

 

Desde la casa familiar, en el barrio de La Chacarita, en la capital catamarqueña, Morena Olmos cuenta que allí están todos con los preparativos para el cumpleaños 50 de su madre, Noemí.

Es en esa misma casa donde la joven, que hoy tiene 24 años y un bebé de pocos meses, encontró cuando era más chica letras inéditas de una serie de canciones de su hermano. Estaban en el cuarto que le perteneció al cantante y que, desde su trágica muerte, permanece casi intacto.

«Fue lo mejor que me pudo haber pasado», asegura Morena, quien en 2016 grabó un disco con esos y otros temas de su hermano, en una suerte de placa homenaje que se llamó «Siempre estás aquí».

De la familia, Morena es la única que siguió los pasos de Walter porque de chica se interesó por la música tropical y estudió canto. Aunque tenía 8 años, todavía recuerda cuando viajó a Buenos Aires a ver los shows de su hermano en el Luna Park.

Con tantos años transcurridos, para todos todavía es un misterio lo que ocurrió durante las últimas horas de Walter.

«Se dijeron muchas cosas pero nadie se explica qué pudo haber pasado. Y para mí mamá, sobre todo, es muy difícil», afirma Morena, que planea continuar con su vida artística y hacer shows sobre todo en el norte del país.

A quince años de la muerte del cuartetero, ella prefiere recordarlo «siempre sonriendo, siempre ayudando a los hermanos». Como todos los años, y porque la familia es muy creyente, el próximo 8 de septiembre planean hacer una misa en memoria del artista en la catedral de su ciudad, ahí donde Walter le hacía promesas a la Virgen para poder convertirse, definitivamente, en una estrella.

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