El pueblo donde los vivos se meten en ataúdes para agradecer que no se han muerto

 

Te contamos la experiencia de un pequeño pueblo europeo donde ingresar a un ataúd se convirtió en una tradición cultural para los vivos, quienes, a través de procesiones celebran la vida luego de haber sufrido enfermedades, accidentes, entre otras circunstancias que pusieron en juego sus vidas.

 

En el interior de una pequeña iglesia en esta aldea gallega, Pilar Domínguez Muñoz se acomodó el vestido, se puso lentes oscuros y se metió a su ataúd.

 

Su hija, Uxía, observaba nerviosa mientras los portadores del féretro cargaron a su madre sobre sus hombros. Domínguez Muñoz parecía descansar en paz mientras recorría las calles acompañada por una banda de músicos.

 

Después de todo estaba viva, al igual que su hija. Esa era la razón de la procesión.

 

Domínguez Muñoz fue una de las nueve personas que participaron en el extraordinario ritual funerario que se celebra cada 29 de julio en Santa Marta de Ribarteme, un pueblo de unos cuantos centenares de residentes, en lo alto del noroeste de España.

 

Por macabro que parezca, el festival es una celebración para quienes escaparon de las garras de la muerte el año anterior. Se celebra el día de la santa patrona más importante de la parroquia local, Santa Marta, cuyo hermano, Lázaro, volvió a la vida cuando Jesús visitó su hogar según el relato bíblico.

 

Algunos devotos representan su propia muerte después de sobrevivir a un accidente o una enfermedad grave, mientras que otros lo hacen para agradecerle a la santa haber salvado a un familiar.

 

Domínguez Muñoz participó por segundo año consecutivo para mostrar su agradecimiento porque la salud de su hija ha mejorado. Uxía sufre osteogénesis imperfecta o trastorno de huesos de cristal.

 

La marcha funeraria, que data del medioevo, es un ejemplo del fervor pagano y religioso en Galicia, donde abundan leyendas acerca de poderes curativos de brujas locales, o meigas.

 

Aunque el festival de esta aldea es inusual, la curación —tanto física como espiritual— está en el núcleo de algunos de los principales peregrinajes católicos del mundo, como el de Lourdes en Francia y Fátima en Portugal.

 

Xosé Manuel Rodríguez Méndez, funcionario del ayuntamiento, dijo que la festividad celebra “la victoria de la vida por sobre la muerte”. Los orígenes de la festividad no son claros, pero Rodríguez Méndez sugirió que también estaba vinculada con la pobreza y el aislamiento de las aldeas que rodean esta región.

 

La peregrinación ha atraído a multitudes más grandes en años recientes, a tal punto que las autoridades locales dijeron que harían cabildeo para añadir el evento a la larga lista de festividades oficiales en España que reciben subsidios públicos por constituir actividades turísticas.

 

Este año, la iglesia de la aldea cobró por primera vez por rentar ataúdes: 100 euros por cada uno; el reverendo Alfonso Besada lo justificó como una manera de filtrar a los excéntricos que buscan participar “solo por el folclor” en vez de hacerlo por su fe religiosa.

 

Horas antes de la procesión de ataúdes, los devotos ya se habían reunido alrededor de la iglesia para escuchar la misa realizada en el exterior, así como para hacer fila y tocar la figura de la santa.

 

Muchos frotaron un pañuelo blanco en los pies de Santa Marta, antes de tocarse la cara con él. Algunos comenzaron la procesión de rodillas, mientras que otros caminaron con una larga vela en la mano.

 

Justo detrás de los ataúdes, un pequeño coro de fieles cantó una y otra vez un himno de alabanza a Santa Marta.

 

Cuando comenzó la procesión, la mañana lluviosa ya se había convertido en una tarde calurosa de verano. Acostados en sus ataúdes, algunos devotos utilizaron una sombrilla para proteger sus rostros del sol sofocante mientras que otros se abanicaban con la mano o con un pequeño ventilador eléctrico.

 

Uno de los muertos vivientes usó un sombrero Panamá blanco. Domínguez Muñoz dejó que una brazo colgara por afuera del ataúd para tomar la mano de uno de sus portadores.

 

Después de que los ataúdes regresaran a la iglesia sus ocupantes salieron, estiraron sus piernas y se limpiaron el sudor y las lágrimas. Marcos Rodríguez, de 38 años, dijo que sintió un “alivio enorme” mientras abrazaba a Nicolás, su hijo de seis años, quien se veía feliz y confundido porque su padre estaba llorando.

 

El pasado 29 de julio, Nicolás fue sometido con éxito a una cirugía cerebral. “Le prometí a Santa Marta que le agradecería si salvaba a mi hijo”, dijo Rodríguez.

 

“He llorado mucho hoy al recordar lo que le pasó a Nicolás, pero si llego a enfrentar una situación tan terrible de nuevo, desde luego que lo haré una vez más”.

 

 

Fuente: The New York Times

 

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