Hablarnos en tercera persona nos ayuda a controlar las emociones

Dos experimentos muestran que esta manera de afrontar una tarea estresante (“¡Pepe, tú puedes!”) permite distanciarnos y tomárnoslo con más calma.

En el ámbito de la psicología se suele llamar «autoinstrucción» a la técnica de hablarnos a nosotros mismos con el fin de reforzar la conducta y afrontar una tarea que nos provoca desazón, como un examen o una presentación en público «voy a estudiar a fondo el tema 1», «voy a empezar por una anécdota y luego entro en el asunto», «me va a salir bien, estoy seguro»… Se recomienda también para tratar a niños impulsivos y pacientes con diversos trastornos psicológicos, como cuadros de ansiedad o esquizofrenia. Pero, ¿hay alguna diferencia si nos referimos a nosotros mismos en tercera persona–»Alfonso, tú puedes»–, igual que hacían Napoleón y otros próceres de la historia?

Pues aunque parezca un delirio de grandeza, investigadores de las Universidades de Míchigan y del Estado de Míchigan, en Estados Unidos, sugieren que es un excelente y sencillo método de autocontrol, como explican en la revista Scientific Reports.

Pongamos el siguiente ejemplo. Has tenido un mal día en el trabajo, te miras en el espejo y te preguntas, a modo de autoinstrucción: «¿Por qué estoy disgustado?». Puede servirte de ayuda, pero los expertos estadounidenses creen que sería más eficaz desde el punto de vista emocional si dijeras: «Ricardo –sustituir aquí por el nombre de cada cual–, ¿por qué estás disgustado?».

Así lo explica Jason Moser, profesor asociado de Psicología en la Universidad del Estado de Míchigan: «si nos referimos a nosotros mismos en tercera persona, es algo parecido al hecho de pensar en otras personas, y encontramos pruebas de esto en la actividad cerebral. Ayuda a tomar un poco de distancia psicológica con respecto a nuestras experiencias, lo que a menudo resulta de utilidad para controlar las emociones.

Reacciones menos emocionales

Los expertos llegaron a esta conclusión tras llevar a cabo dos experimentos. En el primero de ellos, realizado en el Clinical Psychophysiology Lab (dirigido por el propio Moser), los voluntarios tuvieron que contemplar imágenes neutrales y desagradables –como, por ejemplo, un hombre apuntando hacia ellos con una pistola– y luego expresarse en primera o tercera persona mientras los científicos examinaban la reacción de sus cerebros mediante un electroencefalograma. Así vieron que la actividad cerebral vinculada a las emociones decaía muy rápidamente –en apenas un segundo– cuando el individuo se refería a sí mismo en tercera persona.

Además, los colaboradores de Moser midieron el trabajo mental que suponía utilizar una u otra persona verbal, para comprobar que ambas prácticas exigían poco esfuerzo y que no había diferencias apreciables entre ellas.

En el segundo experimento, dirigido por el profesor Ethan Kross, se invitó a los participantes a referir experiencias dolorosas de su pasado, en primera y tercera persona, a la vez que visualizaban cómo se comportaban sus neuronas, esta vez mediante la técnica de resonancia magnética funcional (FMRI). Los resultados fueron muy similares: las áreas de la masa gris más vinculadas a las emociones se encendían menos cuando los sujetos contaban sus recuerdos refiriéndose a ellos mismos como si se tratara de alguien ajeno.

«De confirmarse», afirma Kross, «estos hallazgos tendrían profundas implicaciones en nuestro conocimiento básico del control de las emociones y nos ayudaría a encontrar nuevas maneras de manejarlas en el día a día de la gente». Y, por consiguiente, de mantener a raya el estrés.

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