Reflexión dominical de Monseñor Juan Martínez obispo de Posadas

El Evangelio de este domingo (Mt 13,44-52), nos presenta algunas parábolas que nos hablan del asombro y de la alegría de aquellos que desde la experiencia de la fe descubren el Reino de Dios. Nos dice el mismo Señor que, dicha experiencia es como encontrar un tesoro de gran valor y por el cual uno es capaz de vender todo lo que tiene para conseguirlo. También compara el Reino con una perla de gran valor: «Y al encontrar una (perla) de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró» (Mt13, 46).

Desde ya que debe surgirnos la pregunta básica, pero esencial a nuestra condición de cristianos: ¿qué lugar ocupa Cristo y ese Reino que Él nos comunica en nuestra vida? Podemos entender este mensaje y acceder a este Reino, solamente cuando nos encontramos con el Señor. Y la puerta que nos permite tener esta experiencia que nos alegra y nos da la paz, es la fe. El «tesoro» de los Apóstoles y de los discípulos que colmó de gozo definitivamente sus vidas fue encontrarse con el rostro de Jesús resucitado. Ese rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años y que ahora se manifestaba mostrándoles «las manos y el costado». Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del Espíritu (Lc24, 13-35). En realidad aunque vivieron y tocaron su cuerpo, sólo la fe pudo franquear el misterio de aquel rostro…
A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la gente que es Él. De hecho recibió varias respuestas que no llegaban a acertar. Algunos dijeron Juan Bautista, otros Elías… Hoy podríamos también dar respuestas variadas: un personaje importante del pasado, un profeta más como un gurú, quizá otros incluso pueden manifestar que es Dios y hombre, pero sólo como un concepto recitado, una fórmula sin implicancias reales en la propia vida. Sólo Pedro acierta la respuesta en el grupo de los Apóstoles: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). ¿Cómo llegó Pedro a esta fe?: «No te ha revelado esto la carne, ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). La fe y apertura al camino de la gracia que Dios obra nos permiten acceder a tener una comprensión de Jesús resucitado y del Reino que Él anuncia.
Hace algunas semanas hemos planteado que la religiosidad es uno de los rasgos que hacen a la identidad cultural latinoamericana. También la necesidad de profundizar el proceso evangelizador de la misma. Así como el acentuar los itinerarios de la fe en orden a superar los errores y desviaciones que se dan en la búsqueda de Dios de nuestro pueblo. Pero el mayor flagelo en nuestro tiempo proviene de la indiferencia, no sólo en lo religioso, sino en todos los aspectos. Una especie de «nihilismo» que lleva a un cierto vaciamiento del sentido de la vida. Por ello, con todos pero en especial con los jóvenes, deberemos profundizar sobre la necesidad de volver a Dios para recuperar el gozo profundo que da el saber que la vida está cargada de sentido.
Quizá cuando avanzamos en esta reflexión a muchos les cueste captar que nos hemos excedido en vivir solamente en las circunstancias que van generando expectativas que duran algunos días, a veces meses y, en general, horas. Como sumergidos en nuestro tiempo posmoderno vivimos en general fragmentadamente y en una especie de «zapping cultural». Este exceso de información y atención sólo «fenoménica» o superficial, a veces inconsistente y sensacionalista, nos deja vacíos e insatisfechos. Este es el drama del secularismo, de un humanismo sin Dios, sin encarnación y Pascua, y después sin dignidad humana y sin valores. La reflexión de este tema es clave porque nos permite discernir cómo vivir más plenamente. La sola mirada fragmentada, de la cultura del zapping, o bien ordenada sólo por el consumo y el materialismo es uno de los problemas que debemos encarar, para salir de la actual crisis de valores que padecemos en la cultura actual.
En este sentido, volver a lo esencial del cristianismo siempre será novedoso, y el encontrarnos con Jesucristo nos permitirá experimentar lo que nos enseña la parábola que nos habla del tesoro. En este domingo en que el Señor nos habla del Reino de Dios, quizá nos encuentre sumergidos en urgencias, pero perdiendo la comprensión de lo importante, el tesoro que nos anima a caminar bien en las circunstancias del día a día. ¿Los cristianos sabemos que formamos parte de este Reino y que somos portadores de un tesoro, o creemos que esto es para algunos piadosos y piadosas? ¡Pidamos el don de la Fe para que podamos ver!

 

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!            Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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