Destino de elite: el crack misionero de Argentinos Juniors que seduce a los grandes

Esteban Rolón es un futbolista diferente, dentro y fuera de la cancha; vida y obra del N° 5 que pasó por el rugby y también juega al golf y al squash.

Ésta es la historia de un chico de 12 años que quería ser jugador de fútbol. Pero este cuento no se parece a ningún otro: Esteban Rolón, el pichón de crack de Argentinos, el número 5 de salón que seduce a los grandes, tenía contención afectiva y la heladera repleta. Era un libre pensador en Guaraní Antonio Franco: un enganche hábil, sin compromiso táctico. Hasta que surgió el sueño de su vida: Argentinos, la cuna del fútbol, tenía una cama preparada en la pensión. El nene abandonó Posadas, a los viejos y los amigos, y voló hacia La Paternal.

 

Seis años de sueños sobre otros colchones, de aquí, para allá. De novena a cuarta división, reserva y primera. A unos 1000 kilómetros de distancia de Ángel, su papá, el dueño de una próspera inmobiliaria, y de Mirta, su mamá, maestra jardinera y secretaria. «Fue una decisión difícil. Pero yo lo tenía claro: sólo quería jugar al fútbol», sostiene el Jefecito, el técnico en el campo de juego. Clase, humildad, bajo perfil. Ni redes sociales, ni tentaciones, ni provocaciones: Rolón no es un futbolista de portadas de escándalos. Terminó la escuela primaria y secundaria («acá mismo, debajo del estadio») y dócil para la lectura, empezó Marketing Deportivo, en la Facultad de River, pero el fuego de su estilo lo frena, por ahora: «No pude continuar por los horarios».

«Los primeros días fueron complicados, lloraba mucho, sobre todo, en las noches. Pero el grupo, de unos 20 chicos, era muy bueno. Extrañaba todo: los amigos, la familia, los olores. Mis papás venían, cada tanto. Extrañaba mi casa, mi lugar», recuerda, ahora que es famoso y que lo quieren todos: Independiente, Racing, Boca, Gremio. Málaga, dicen, lo pretende ahora mismo. En La Paternal descubrió el hambre. El pan duro que comían tantos otros, del interior profundo. «Me encontré con otra realidad en Buenos Aires, chicos con necesidades tremendas. Yo creo que por eso maduré más rápido, pensás las cosas desde otro lugar. El único camino es la humildad, los valores no hay que perderlos», se reconforta.

Vuelve atrás. Como cuando descarga el juego con los zagueros, que le cuidan la espalda. «Tenía que hacer la cama, el desayuno, limpiar mis cosas, tenía que tener mucho cuidado con otras cosas, como poner el candado al armario y la heladera. Imaginate un chico de 12 años del interior.», se sorprende, a la distancia, ahora que vive en un departamento y que es la figura del campeón del ascenso.

Lee en los viajes, en las concentraciones. Es un profesional que parece un veterano: mucho gimnasio, cuidados intensivos. «Me dedico al 100 por 100 al fútbol, no quiero ser un frustrado el día de mañana por no haber hecho lo que tengo que hacer», acepta. «Y disfruto a mi manera», aclara. Salidas con amigos, cine y pesca, cuando se puede. «Extraño ir a pescar. Ituzaingó, en Corrientes, a 80 kilómetros de Posadas, es mi cable a tierra. Hay pacú, dorado, surubí. Es lindo, nos gusta. Podemos pasar horas charlando de la vida», se reconforta, en los días que vendrán.

 

En Argentinos le cortaron un poco las alas. Siempre lo vieron como clásico número 5. Una mezcla perfecta entre Fernando Redondo, Esteban Cambiasso y Sergio Batista. «No, no: no me parezco a ninguno», se sonroja. «Me gusta tener la pelota, hacer jugar al equipo. Yo tuve la suerte de jugar al lado del Lobo Ledesma: es mi ídolo. Es un crack, me enseñó todo. Me gusta mucho el 5 del Napoli (Diawara). También, Toni Kroos, Sergio Busquets. Acá me enseñaron a querer la pelota. Te tiran conceptos desde chico: saber moverse de espalda, manejar los perfiles, jugar a dos toques, ser simple, encontrar el compañero más cercano, descargar con los centrales.», abre el manual del buen número 5. «Porque hay sectores para gambetear. No importa lo que yo quiera hacer, sólo interesa lo que le sirve al equipo: el fútbol es resultados. No puedo tirar un caño dentro del área, eso también se enseña», cuenta, con las palabras precisas y la templanza de un viejo cacique.

Descree de los elogios, de las etiquetas. Se corre de los excesos. Del fútbol y de la vida («todavía no me acostumbro a la locura del tráfico, al ritmo de la gente; en Misiones puedo hacer tres o cuatro cosas en el día y acá, una sola; me adapté, sí, pero acá todo es un quilombo»). Sueña poco, piensa mucho. «Y pienso en Argentinos, trato de no escuchar todo lo que se dice de mí. Quiero crecer, ser un jugador de elite. ¿Un club grande, la selección, Europa.? «Me mantengo en el día a día. Soy tranquilo, lo que se diga de mí no me gusta. No soy de llamar la atención, me manejo con calma», sostiene, con la cabeza de un hombre de 40, en la imagen de un joven de 22.

De Misiones, a una pensión. De la cancha, al descenso; y del abismo, la consagración. «Jugué diez partidos en la primera de Argentinos antes de descender. Aprendí mucho en el ascenso, me dio madurez. Es un torneo largo, durísimo, recorrés toda la Argentina. Todos ayudaron: desde el cuerpo técnico hasta el último utilero. El descenso me dolió mucho, porque soy del club. Sufrí demasiado, la pasé muy mal. Y volver fue un desahogo. Sigo un sueño: consagrarme como un jugador de elite», repite.

Para Rolón, la vida no es un juego: es un deporte. Pelotas ovaladas, pequeñas y diminutas. «De chico jugaba al rugby, mi viejo es fanático; él quería que jugara al rugby. El golf me encanta y lo sigo jugando, acá cerca, con el kinesiólogo. Y el squash es mi especialidad: fui a un Nacional para menores y salí subcampeón. Me salía bien», recuerda. El golf lo representa. La calma de un samurái lo refleja. «Es tan tranquilo que sirve para manejar la ansiedad y la concentración. Sirve para distraerme», explica el pibe que juega de maravillas. Que juega con la cabeza. (LaNación)

 

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