A tres años de la Masacre de Panambí: el único sobreviviente habla del horror que vivió su familia y cómo salió adelante «con ayuda de Dios»

Carlos “Nano” Knack está sentado en la oficina del aserradero familiar y desde allí asegura: “Sin la ayuda de Dios no hubiera podido seguir adelante. Él me da fuerzas. Pensando eso puedo entender cómo seguí mi vida. Y pensando en él me reconforta saber que voy a encontrarme con ellos algún día”. Cuando dice ellos, se refiere a papá Oscar (44), a mamá Graciela (43) y a sus hermanos Bianca (12) y Cristian (25), las víctimas de la llamada Masacre de Panambí, ese asalto que terminó con la muerte de los cuatro, quemados vivos, el 25 de mayo de 2014.
Llueve en Panambí cuando Misiones Online llega al aserradero. Frente al establecimiento ubicado en el kilómetro 7 de la ruta provincial 5 está la casa donde una banda de cinco encapuchados abordó a los Knack, que descansaba un domingo feriado lluvioso y frío en su residencia.
La suerte, el azar o el destino quiso que Nano no haya estado en el momento en el que irrumpieron los ladrones. “El día anterior había sido mi cumpleaños, un sábado, pero lo festejamos el domingo 25, con familiares. A eso de las 15, los invitados empezaron a irse y mi papá se tiró a dormir una siesta. Un rato después, llevé a mi novia a su casa y quedé allá”, recuerda Carlos. Mientras él hablaba con sus suegros, a un kilómetro y medio de allí, los asaltantes entraban por la puerta trasera del taller del aserradero, que desemboca en el patio de la vivienda. De allí hasta el living donde se encontraban Oscar, Bianca y Graciela mirando tele y Cristian comiendo torta había apenas unos metros.

“Cristian había llegado hacía un rato. Él había ido a hacer una cobranza con su novia a Corrientes. Después dejó a ella en Posadas y vino para acá. Los ladrones esperaron que él llegara para actuar. Sabían que traía el dinero. Pero ellos pensaban que en la casa había mucho más que los 300 mil y pico que teníamos”, relata.
Cuesta creer que en ese predio que da hacia la ruta 5, a apenas un kilómetro del casco urbano del pueblo, donde es constante el movimiento de vehículos, la banda se haya animado a golpear. “Pasa que el tiempo ayudaba y el feriado. No había un alma en la calle. Ese día llovía despacio, pero no paraba”, apunta Nano.
“A Cristian lo noquearon de un golpe con el revólver. Después lo maniataron y lo llevaron a la pieza de mi hermanita. A papi, a mami y a Bianca los dejaron en el living. Y allí empezó la tortura”. Nano traga saliva. Sabe que es la parte más dura del relato. “Se ensañaron mucho con mi hermanita, querían que mis padres les dijeran dónde estaba la plata. No querían saber nada de los cheques. Entonces papá les dijo donde tenía la plata, pero ellos querían más”, añade.
Para Carlos está claro que los asaltantes ya habían venido con las intenciones de quemar todo para no dejar rastros. “Trajeron el alcohol con ese plan. Y no lo hicieron porque mi familia los reconoció, sino porque querían borrar pruebas. Después de las torturas dejaron a todos en la pieza de mi hermanita y allí les prendieron fuego, con un colchón encima”, precisa.
A Nano le avisó una vecina que habían asaltado a su familia. Vino lo más rápido que pudo en su coche y encontró un despliegue policial importante. Y lo más dramático: a sus padres y hermanos en carne viva, completamente quemados. “Los médicos están preparados para ver eso, uno no. Dios mío cómo estaban, con la piel quemada y con la ropa derretida. Parte del colchón se había consumido sobre ellos. Así y todo, pudieron salir por una ventana y estaban en el pasto”, repite.
Oscar tuvo la fortaleza para correr unos 500 0 600 metros, hasta la casa del vecino más próximo, para pedir ayuda.
Graciela, Oscar y Bianca fallecieron en las horas siguientes. Cristian casi un mes después, en Posadas. “Yo hablé con Cristian muchas veces. Estaba envuelto con vendas como una momia. Era desgarrador verlo así. En las charlas siempre estuvo consciente. Me preguntó por papi y por mami. También por su auto y consultó si habían llevado la plata. Cuando le contamos que los demás se habían muerto, fue como un tiro para él. Siempre fuimos una familia muy unida”. Nano llora.
Seis meses después de la masacre, le dejaron entrar en la casa. Ese medio año vivió en lo de sus suegros. “Cada rincón me recuerda a ellos. La casa fue ideada por mi madre y mi papá la levantó después de muchos años de trabajo. Hoy vivo allí con mi señora”, comenta.
“Soy bautista. La religión, Dios, me ayudó a salir adelante. Trato de mantener la mente ocupada en el trabajo, cuando estoy con más tiempo libre, pienso en todo lo que pasó, en lo solo que quedé”, admite.
El aserradero de los Knack volvió a ponerse en pie gracias a la fortaleza de Nano. Le da trabajo a muchas familias del pueblo, aparte del sustento a su familia. En los últimos meses, como a todo el sector maderero, la crisis lo golpeó. Pero el joven, que atravesó la experiencia más dura que un ser humano puede soportar, cree que el mal momento va a pasar y que va a salir adelante.
Por el letal asalto del 25 de mayo de 2014, hay tres imputados que irán a juicio en el segundo semestre de este año. “Todas las pruebas apuntan a que son parte de la banda. Esperemos que la Justicia actúe como corresponde”, afirma. Va a estar presente en el juicio, que se hará en Oberá. No sabe cómo reaccionará ante la presencia de los supuestos asesinos. Entonces vuelve a pedir a Dios que le siga dando fuerzas, como hasta ahora.

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