Recorriendo el norte de Italia para conocer al gran hacedor de vinos argentinos Lucas Pfister

Algunos especialistas en la neurociencia dicen que hay que conocer un lugar nuevo, por lo menos una vez al año, para que el cerebro pueda ejercitarse utilizando los sentidos, en especial la vista. Así que visitar al enólogo argentino Lucas Pfister (vitivinicultor como le gusta que lo llamen) era la excusa perfecta para conocer Italia por primera vez.

 

Antes de llegar a Bolzano, lugar donde me encontraría con Lucas, decidí pasar primero por Milano. Al llegar a esta ciudad, pude observar que sus calles, su gente y los modales, que me resultaban muy familiares. Buenos Aires, ciudad que fue poblada por inmigrantes Italianos, tiene su impronta bien marcada.

 

Milán es la segunda ciudad de Italia en importancia, esta metrópoli moderna es muy distinta al escenario medieval que ofrecen otras ciudades de este país. Entre el modernismo, la moda, y el lujo se mezclan los lugares clásicos que uno no puede dejar de visitar. Estas son, la famosa catedral gótica el Duomo, la Opera más famosa del mundo, el mejor Museo de Arte del norte de Italia, y por supuesto La Última Cena, la reconocida obra maestra de Leonardo da Vinci.

 

 

Mi primer destino fue la Piazza del Duomo, donde se ubica el Duomo (catedral). Para visitarla, se puede hacer la fila al costado de la misma, comprar la entrada y hacer el circuito turístico. La otra opción, si no tienen tiempo y coinciden un domingo, es hacer la fila rápida y sin costo para ingresar a la celebración de la misa. El Duomo cuenta con una decoración exterior de 3.400 estatuas, 135 agujas, 96 gárgolas y cerca de un kilómetro de tracería.

La construcción se inició en 1.386, dirigida por el arzobispo Antonio da Saluzzo, con el apoyo de su primo el duque Gian Galeazo Visconti. Sus obras continuaron durante cinco siglos, y bajo la supervisión de Napoleón se dieron los últimos detalles en el año 1809. Mide 157 m de longitud y 92 de ancho. Aconsejo subir a la terraza, para ver la decoración exterior.

Esta Catedral posee vitrales, considerados los mayores de Europa, dos órganos del siglo XVI y un candelabro de bronce de siete brazos del siglo XIV de origen francés o alemán. También posee un reloj de sol construido en 1786 y considerado el más grande del mundo. Todo esto la convierte en una de las catedrales más imponentes de Europa.

 

 

 

Cruzando la calle se encuentra la famosa Galleria Vittorio Emanuele II, (1865) cubierta de cristal, que alberga restaurantes y tiendas.

Esta obra de la Belle Époque se puede observar mejor desde el café El Salotto (el Salón) inaugurado en 1877. Aquí los turistas y los habitantes pasan a tomar un café, para hacer  una pausa y observar a los ciudadanos vestidos con diseños de moda.

 

Uno de los atractivos principales de esta galería, sacando las famosas tiendas de ropa y accesorios del mundo, es el monumento del Toro bajo la cúpula principalPueden observar que alrededor del mismo siempre hay turistas haciendo fila, es que la tradición dice que hay que pedir un deseo, y caminar en círculos,  sobre los testículos del toro. Una postal que no se puede dejar de hacerse en Milán, igual que disfrutar de un aperitivo típico como el Campari.

 

Me acerqué hasta el bar en la entrada de la Galería para beberlo, ya que en Italia tiene otro sabor. Luego llegó el momento del almuerzo, y que mejor que una porción de pizza, para ello hice la fila tradicional de los turistas frente al local Spontini sobre la calle San Raffaele, al costado de la Galería.

 

Les confieso que en Buenos Aires, especialmente en El Cuartito, se comen las mejores del mundo. Pero antes de emitir mi juicio final, tengo que darle una oportunidad a las pizzas de Nápoles, seguro en mi próximo viaje.

Cruzando la Galería, se llega a la Piazza dela Scala, y a su izquierda el Teatro Alla Scala, el más grande de Europa. Fue inaugurado en 1778, y vale la pena recorrerlo.

 

Después llegó el momento de visitar y observar una de las pinturas más famosas del mundo La Última Cena (1494-1497), de Leonardo da Vinci. La misma fue pintada en una pared del refectorio de Santa María delle Grazie, de Bramante – una interesante iglesia renacentista-. Hay que pedir turno con por lo menos tres meses de anticipación para verla. Una obra maravillosa por su historia.

 

 

Al finalizar mi visita en Milano me trasladé a Bolzano para encontrarme con Lucas. Este agrónomo y enólogo, hizo su primera cosecha de vinos en Mendoza en el año 2009 para la bodega La Celia. Ese mismo año aprovechó una beca para realizar un máster en viticultura y enología en Montpellier, Francia. Luego siguió sus estudios en Portugal, y realizó prácticas en  Australia, Francia y el Sur de Alemania.

 

Una vez de regreso a la Argentina -en el año 2013- se instaló en la finca familiar en Ugarteche, Lujan de Cuyo, en Mendoza, para llevar adelante un proyecto propio. Así nacen sus primeros vinos 40/40 – ruta 40 y km 40 -, compuestos por tres vinos Cabernet Sauvignon, Malbec y un Blend. Este año ya elaboró su quinta cosecha comercial.

 

Pero este joven enólogo de 33 años no puede quedarse quieto, así que sus proyectos y la pasión por el vino lo llevaron a regresar a Europa el año pasado. La propuesta consistía en convertirse en el asesor enológico de la bodega WEINGUT H. LENTSCH durante ocho meses al año. Esta bodega se ubica sobre la ruta nacional Reichsstrasse 71, en Bronzolo, al norte de Italia. Elaboran principalmente Cabernet Sauvignon, Merlot y la uva de la zona Lagreín en tintas y Moscato Giallo entre otras en blancas. Estos vinos salen bajo la denominación DOC Alto Adige.

 

 

Tuve la oportunidad de compartir cinco días con Lucas y conectarme con su pasión por el vino.  Las jornadas comenzaban a las 7 de la mañana en la bodega,  catando todos los vinos de los tanques para interpretar la evolución de los mismos. Mi visita coincidió con la vendimia, así que no dude en ponerme a disposición de ellos para colaborar, y una de las tareas que me asignaron era prensar vinos. Resultó ser una actividad muy placentera y enriquecedora para mí.  Tener la oportunidad de practicar, no se da todos los días.

 

 

Pero este enólogo, no solo está en Italia asesorando a la bodega Lentsch, también su pasión lo llevó a tener un proyecto en conjunto con uno de sus mejores amigos Konrad Pixner, a quien conoció en Francia, durante su especialización en Montpellier. El objetivo era crear una línea de vinos distintos a los clásicos que la DOC Alto Adige podía brindar.

 

Es así que nace la marca Rebello (rebelde), ya que utilizan técnicas naturales sin invadir el vino, logrando productos con un estilo marcado. La línea tiene dos variedades, una blanca la Sauvignon Blanc, de viñedos donde asesora Konrad, que vienen de zonas más altas con suelos de sedimentos de las morenas -basalto mezclado con arcilla- y un tinto Cabernet Franc, de viñedos donde asesora Lucas, que vienen de una zona más baja que las uvas blancas, con suelos de porfilio colorado.

 

En bodega la fermentación del blanco se realiza sobre pieles, usando levaduras indígenas y prensado a mano. Luego, el vino se deja en barricas, cien por ciento nuevas, durante unos meses. Me contaban que el secreto es usar barricas sin tostar, para evitar el aporte de los sabores y aromas típicos del roble tostado; vainilla, café tostado o notas dulces. El objetivo es lograr cuerpo pero mantener la frescura y acidez características de esta variedad.

 

 

En el caso del vino tinto, su elaboración se asemeja más a la de los blancos. Un tercio se fermenta con maceración carbónica, sin extracción, se prensa antes que lo tradicional para mantener el dulzor. Luego se termina de fermentar como si fuese un vino blanco, y no lleva crianza en madera. Todo esto lo convierte en un vino ligero pero con personalidad.

 

Estos vinos son muy diferentes entre ellos, pero está claro que estos jóvenes pudieron expresar su rebeldía y contraste en este proyecto.

 

 

(*) Sommelier

www.karlajohan.com.ar/blog

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