Condenaron a 30 años de cárcel a un vendedor de cocaína que abusó durante siete años de su hija

La víctima contó que entre 2004 y 2013 su padre la violó más de 100 veces. La Justicia pudo probar 11 hechos.

La calurosa noche en que decidió morir, Micaela pesaba 42 kilos, tenía 19 años y llevaba siete soportando a su padre encima, por detrás y adentro suyo. Al menos una vez cada 25 días, durante todo ese tiempo, él abusó sexualmente de ella. Su familia -su madre, sus cuatro hermanos, también víctimas- miraban para otro lado por vergüenza.

Así que la muchacha se tragó 30 miligramos de la droga clonazepam y esperó. Pero no se fue. Horas después despertó rodeada por un equipo de médicos del Hospital Posadas. La habían traído de nuevo a la vida. Para que cuente por qué.

Su intento de suicidio, ocurrido en diciembre 2013, se había convertido en la manera de expresar lo indecible. Una denuncia trágica pero silenciosa contra su padre, Raúl Alejandro Cuello, quien finalmente el viernes pasado, cuatro años después, fue hallado culpable por un jurado popular y condenado a 30 años de prisión por haber cometido 11 abusos sexuales contra Micaela.
El primer abuso que la chica sufrió fue después de tomar la comunión. Luego hubo al menos 100 veces más. Cuello empezó a violarla cuando ella tenía 11 y no paró hasta el mismo día la chica quiso cortar con ese infierno y se tragó un blister entero de Rivotril.
En el Posadas los médicos alertaron a la Justicia y un equipo de fiscales atendió a la víctima, le puso apoyo terapéutico y la ayudó a sobrellevar una pesadilla que no terminaba ahí. Su madre y sus cuatro hermanos (dos mujeres y dos varones) enterados del procesamiento judicial del padre, echaron de la casa a Micaela, quien después de eso durmió en la calle y de prestada en casa de amigos y amigas, pero no levantó la denuncia ni jamás se desdijo.
Cuello cayó detenido en abril de 2015, después de estar un año y medio prófugo. Y no salió más. Pero antes intentó suicidarse él también. Los médicos lo definieron menos como un acto de desesperación que como una manera de llamar la atención. Los investigadores lo consideraron una exageración en su plan de zafar. Cuello usó un bisturí y ni así logró cortarse las venas. Internado, el hombre le dijo a la Justicia: «Estoy enamorado de mi hija».

Casi cuatro años después, el 18 de abril pasado, la Justicia lo sentó en el banquillo de los acusados frente a 12 ciudadanos (seis hombres y seis mujeres) que integraron el jurado popular. Cuello, calvo, de bigotes, con los rostros de sus padres tatuados en el costado izquierdo de su pecho y el de Micaela -su hija menor- sobre la tetilla derecha, también había perdido el apoyo del resto de su familia. Durante el juicio, sus otras dos hijas se animaron a contar que ellas también habían sido abusadas incontables veces por él.

Antes de la desintegración, la familia vivió en una casa en Ituzaingó de un solo ambiente. Más tarde construyeron dos habitaciones y como Cuello y su esposa estaban distanciados dormían separados. Cada uno con algunos de sus hijos. «La violación intrafamilar era moneda corriente. Por momentos los abusos se daban todos los días, o cada dos días. Hay un tema de colecho. Los padres hacía años que no dormían juntos. Algunos hijos dormían con la madre y otros con el padre», detalló un investigador.

A mediados de los 2000 Cuello se puso un kiosco, y el tiempo allí lo repartía con changas de albañilería. Eso fue hasta 2010, cuando encontró un negocio más fácil y mucho más rentable: vender cocaína. Ante la Justicia, el acusado asumió su condición de adicto y de vendedor. En 2013 el hombre estuvo un mes preso, acusado de comercializar esta droga ilícita. Fue sobreseído en esa causa, aunque la Cámara de Casación la tiene en la mira y podría dar vuelta la historia. Sobre todo por el argumento que usó Cuello días atrás durante el juicio por los abusos.
Según él fue todo una confabulación familiar. Aseguró que cuando estuvo preso por la causa de venta de drogas Micaela y un novio diez años mayor que ella, en arreglo con su (ex) esposa, le robaron un kilo de cocaína que él había dejado enterrado en el fondo de la casa. «A partir de ahí quisieron manejar el negocio, pero jamás abusé de mis hijas», dijo el viernes, bastante nervioso, mirando al jurado popular en los Tribunales de Morón.

Para los investigadores, que contuvieron y siguieron la vida de Micaela de cerca, no había dudas. Los peritos psicológicos y médicos certificaron la credibilidad de los relatos de Micaela. Y el jurado escuchó declarar, por pedido de Cuello, a la mujer, las otras dos hijas y uno de los varones. Tal vez el acusado creyó que podría mantener el circuito de terror que había construido. Pero no. Todos describieron situaciones de violencia física cotidiana. Las chicas contaron cómo también a ella las violaba. «Cuello fue sistemáticamente violento», explicó a Infobae uno de los investigadores.

El fiscal general de Morón, Alejandro Varela (el mismo que llevó la causa de abusos del cura Julio César Grassi), acusó el viernes 21 de abril a Cuello por 11 hechos de abuso sexual con acceso carnal agravados por el vínculo y un hecho de corrupción de menores agravado por el vínculo. Por esos delitos, pidió una pena de 35 años de prisión.

Luego de escuchar los testimonios, las pruebas y el alegato de defensa de Raúl Cuello, los 12 jurados deliberaron durante casi tres horas y pasadas las 23 aquel día declararon culpable al acusado. El juez Aníbale Termite finalmente le dio ayer lunes 30 años de pena. Recién dentro de 20 años Cuello podría recibir libertad condicional.

Del otro lado de las rejas, con el monstruo enjaulado, su hija Micaela intentará recuperar el curso de una vida que nunca fue normal.

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