Cambio climático: por qué la Argentina sufre tanto las catástrofes naturales

La temporada de verano 2017 tuvo como protagonistas : el agua por las intensas lluvias e inundaciones, el fuego, los aludes que alteraron el equilibrio natural de la sociedad y provocaron severos trastornos sociales que opacaron el espíritu del verano con noticias trágicas, señalan en un informe de RSE y Sustentabilidad, en el sitio Infobae.

 

El agua fue un personaje destacado. Cayó mucha agua. Se transformó en inundaciones que tapizaron campos y poblados principalmente en las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. Y que se reeditó en marzo y abril con las tremendas inundaciones de Comodoro Rivadavia, Santiago del Estero, Tucumán. Argentina simuló ser un país bajo agua.

 

Un millón y medio de hectáreas incendiadas en la provincia de La Pampa con miles de damnificados y cientos de acusaciones cruzadas entre gobernantes, chacareros y otros deudos. Las llamas se propagaron por el país para encender alarmas. Agua, fuego y aludes: así como dos veces se llevó la salteña Tartagal, esta vez dejaron su huella de deforestación en la provincia de Jujuy. La relación entre estos desplazamientos con la pérdida de cobertura vegetal de una tasa de desaparición del equivalente a tres canchas de fútbol por día es sintomática.

 

Hay puntos de encuentro entre las inundaciones, los incendios forestales y los aludes, además de convocar a los noticieros bajo el rótulo de «catástrofe»: la ausencia de prevención, la crisis de ordenamiento territorial y la creciente vulnerabilidad de la población o sus actividades económicas frente a inclemencias de la naturaleza que llevan miles de años operando sobre el planeta.

 

«Un desastre no debe confundirse con el evento climático, meteorológico o geológico que le da origen», sostuvo el experto Andrew Maskrey en un célebre libro llamado «Los desastres no son naturales». Un desastre natural, decía Maskrey, es un proceso económico, social, político y ambiental detonado por un episodio originado en la naturaleza.

Impedir la sequedad que propaga los fuegos o techar las ciudades sobre las que caen los aguaceros está fuera de toda posibilidad. Y apenas lamentarse no es propio de quienes tienen responsabilidad en el Estado. La ciencia social y ambiental han descripto muchas acciones anticipatorias tendientes a reducir la vulnerabilidad de la sociedad sobre la que se derrumban los cielos o crecen los ríos. Será cuestión de esperar que alguien las aplique.

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