“No voy a permitir que mi hermanita se críe con el asesino de mamá”

Alejandro Trento es hijo de una mujer que fue asesinada, presuntamente, por su pareja. Su historia muestra una de las caras menos contadas detrás un femicidio: hijos que se quedan sin madre y, en muchos casos, peleando para que la Justicia les permita criar a sus hermanos. Hoy se cumplen 5 meses de la muerte de su mamá.

Alejandro tiene 25 años y una mañana como la de hoy, hace exactamente 5 meses, una de sus hermanas le tocó el timbre de su departamento. Estaba desesperada y le decía algo que todavía le cuesta repetir: su mamá había sido apuñalada y habían encontrado su cuerpo en el auto. Alejandro es el mayor de siete hermanos y lo que pasó lo arrancó del lugar de un joven estudiante universitario común y corriente y lo puso en el lugar de hermano y padre a la vez. Es él quien ahora pelea legalmente por la vida que le espera a la más chica de sus hermanas: una nena de 6 años que ahora tiene una madre muerta y un padre detenido y acusado de haberla matado.

«Aquel día, la pareja de mi mamá dijo que la habían asaltado. Yo era muy pegado a ella, sabía que ellos no estaban bien, pero al principio le creímos. De hecho, él vino al velatorio y al entierro», cuenta Alejandro Trento desde Córdoba capital, donde vive y donde vivía Natalia Padilla, su mamá.

 «Pero en la fiscalía nos hicieron dar cuenta de que había algo en la hipótesis del robo que no cerraba, porque en el auto había quedado el teléfono de mi mamá, que valía 12.000 pesos y quedaron 10.000 pesos en su cartera. Después, encontraron el cuchillo con el que creen que fue apuñalada y se dieron cuenta de que pertenecía a un juego de cubiertos de la casa en la que vivían los dos», sigue él. El novio de su mamá, un chofer de colectivos de Córdoba, fue detenido cuando terminó el entierro.

Los hijos que quedan huérfanos y a cargo de la buena voluntad de algún familiar -y de la compasión de algún juez- son las caras menos contadas de los femicidios. Y no son pocos: casi 3.000 chicos se quedaron sin madre en los últimos 8 años, según la Ong La Casa del Encuentro. Alejandro es uno de ellos. Y recién ahora está entendiendo la implosión que puede causar un femicidio en una familia y lo duro que puede ser «el después». En estos pocos meses, tres de sus hermanos (que no eran hijos del hombre que está detenido) tuvieron que irse a Catamarca a vivir con su padre biológico. Otros quedaron en Córdoba y la nena más chiquita -la única hija de la mujer asesinada y el acusado de matarla- quedó repartida: en parte al cuidado de su abuela materna, en parte al cuidado de Alejandro.

Si no es fácil para un hermano, tampoco lo es para los abuelos. En la mayor parte de los casos son ellos quienes, siendo muy mayores y contando sólo con dinero de alguna jubilación, tienen que criar a los hijos de una hija asesinada. En la familia de Alejandro, además, ya habían existido otras tragedias.

«Mi abuela tenía tres hijos pero ya no tiene ninguno», dice. Una hija murió en la explosión de una ambulancia en Córdoba, un caso que hace 10 años conmocionó a la provincia (la abuela se hizo cargo de su nieta cuando quedó huérfana). El hijo varón, que también era Policía, entró en una depresión después de la muerte de su hermana y se suicidó. Y hace cinco meses, el femicidio de Natalia (la abuela también está criando a la hija de ella).

La nena tiene la fortuna de que alguien quiera criarla: «Pero la Justicia tiene otros tiempos», dice el joven, con la voz agotada. «El padre está detenido, así que no cobra el sueldo, por lo que la nena se quedó sin prepaga. Ella tiene hipotiroidismo, por lo cual va a tener que tomar medicación toda la vida. Yo trabajo y me va bien, puedo pagarle la prepaga pero la Justicia todavía no definió a un tutor legal, y el tiempo pasa. Como no tiene esos papeles, me costó horrores anotarla en el colegio, porque yo ni siquiera tengo el mismo apellido», sigue él, que está por recibirse de Licenciado en Gestión Ambiental.

Alejandro dice «todavía no caí». No cayó que su mamá está muerta y que el asesino puede ser el hombre con el que ella había vivido los últimos seis años. Y no cayó -no tuvo tiempo- porque aún está atravesando un proceso agotador. «Para poder hacer el hacer el pedido para ser tutor legal de mi hermana tuve que ir a una audiencia para ver si el padre lo aceptaba, tuve que tenerlo cara a cara y bancarme todas sus provocaciones. Después, tuve que iniciar una demanda: más tiempo, más plata para abogados. La verdad, no me importa la plata, quiero que ella esté bien, pero parece que se tiene más consideración por el asesino que por la nena». Alejandro -que paga útiles escolares, remedios, comida- no pide plata ni lástima: solo pide que no se lo hagan más difícil de lo que es.

Es que, para la ley, ni siquiera los femicidas condenados pierden la patria potestad sobre sus hijos. Eso quiere decir que pueden, incluso desde la cárcel, exigir que sus hijos vayan a visitarlos. «Tengo miedo de que lo dejen en libertad y le entreguen a una nena tan vulnerable. Mi mamá había hechos dos exposiciones policiales denunciando que él era violento y en las dos decía que él amenazaba a la nena también. No se cómo voy a hacer pero no voy a permitir que mi hermanita se críe con el asesino de mamá».

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