Punta del Este colmada para esperar el nuevo año

Había muchas expectativa: este verano los argentinos no podían fallar, ya no más problemas de puentes, ni de cambio, ni de precios, pero la gente no llegaba y la dudas asaltaban a los más entusiastas. ¿Y si no vienen? Por fin entre el 26 y el 30 Punta del Este se llenó.

En el supermercado de la Parada 19, a las nueve de la noche del viernes, había dos largas colas. Alguien le dice al dueño que está detrás del mostrador “Se hizo espera la temporada, no llegaba nunca”. El hombre levanta la vista de los números, sonríe y contesta “Ahora sí nos podemos quejar de lo molesto que es que haya tanta gente”.

Ahora se quejan, los que viven todo el año en Punta del Este, de no poder estacionar, del atropello de la gente, de las colas interminable en el super, del tráfico que hace que para un trayecto de 15 minutos se tarde una hora. Pero se quejan con cierto alivio: vinieron!

Un hotelero comenta casi eufórico “Dijeron a los diarios que no había reservas y hoy quise conseguirle a un cliente en otro hotel y no había en ningún lado, un cinco estrellas céntrico tuvo que ubicar en otros hoteles 35 habitaciones porque estaba sobrevendido!”. El tipo de problemas que aunque compliquen la vida da gusto de que pasen, sobre todo luego de cuatro difíciles temporadas.

Los jardines están iluminados, las guirnaldas de luces de colores engalana los negocios y los restaurantes y paradores ofrecen varios menús que van U$S 120 en Leonardo Etxea, de la Parada 2, con bebida libre, a U$S 500 en el restaurant más caro del Conrad, el Saint Tropez. Los restaurantes elegantes del bosque rondan los doscientos por persona con un menú infantil entre noventa y ciento veinte: El Floreal está en U$S 280, L ` Incanto en U$S 275, el Bungalow Suizo U$S 220 y el flamante restaurante de I `Marangatú, en U$S 250.- Y el viernes ya era difícil conseguir lugar en algunos de ellos.

Del menú mejor no hablar. Los chef en esta oportunidad tienen permiso para darse todos los gustos: queso gorgonzola, pato confitado, pulpo con salsa de paltas, cochinillo mamón y otros platos que están fuera dela carta, es que esa noche “tiran la cocina por la ventana”.

Dos mega fiestas, una en José Ignacio y otra en medio del bosque, en lo que era una chanca de futbol, convocan a los menores de treinta.

Pero el gran lujo de la noche son los fuegos artificiales. La gente, luego del brindis de las 12 se lanza a la playa con botellas de champagne y fuegos artificiales. “Nos vamos a la playa porque vivimos rodeados de pinos y podría producirse un incendio” dice el dueño de un chalet en pinares, en la Parada 25. La abundancia de techos de “quincho uruguayo” aumenta el peligro.

Los veleros con sus mástiles encendidos en luce multicolores, cortan el negro de ese llano mar y las torres y los hoteles que está frente a la playa compiten en la cantidad y calidad de los fuegos artificiales, haciendo un despliegue luminoso que dura casi una hora.

El espectáculo y el lujo de las fiestas, han dado fama al balneario para esta fecha y las tarifas de los hoteles aumentan al doble. El vendedor de fuegos artificiales reconoce “Para año nuevo se vende el doble que para Navidad, y tenemos tortas de casi U$S 1000 que salen como agua”.

La costanera, sobre la cual hay restaurantes y boliches que ponen música, luego de las 12 se convierte en una gran pista de baile pública y gratuita.

“Nosotros vamos a la costa con una sillita de playa y aprovechamos los fuegos artificiales que ponen los edificios y la música de los boliches”- comenta Javier, un joven argentino que vive todo el año en Punta del Este. Y cada vez son más los que tomaron la receta: un picnic con champagne y a bailar y divertirse hasta la madrugada. Entre las paradojas de este balneario, la fiesta más cara del verano es gratis para quien la quiera disfrutar de esa manera.

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