Capioví: Mil años de navidad

 -¡Mamá! -Decime, Mayra.

-¿Ya va a ser navidad? -Sí, casi.

-¿Mamá? -Sí ¿qué pasa?

-¿Cuándo vamos a ir al mundo del tío Ale?

(Mayra, 3 años)

 

El mundo del tío Ale no queda muy lejos de los mundos y las casas de la mayoría de los misioneros. Es un mundo, para Mayra, pero para las personas que recorren el centro de Misiones por la Ruta 12 es simplemente el nombre de una ciudad. Aunque sí, es cierto que Capioví tiene algo de irreal. Creo que tiene también algo de fantástico.

A Capioví se entra por una avenida completamente cubierta de adornos  navideños. Después de algunas cuadras, se llega a un poste de luz de cuatro brazos ¡cubiertos de escarcha! Se pasa debajo de la escarcha, se estaciona junto a un enorme paquete de regalos, se divisa no muy lejos una estrella, se camina con paciencia, se llega al centro de la plaza.

La plaza, atención, tiene algo de fantástico: es el suelo del antiguo cementerio. Un cementerio que, hace aproximadamente 20 años, se trasladó de lugar. Se desenterraron casi únicamente las manijas de los antiguos ataúdes. Solamente manijas se volvieron a enterrar en otro sitio. ¡Pero esto es pasto de otra crónica! Volvamos a la ciudad tal como la encontramos.capiovi

Dijimos: una plaza llena de campanas y de árboles navideños. Una navidad pequeñita, secreta como una aldea. Como – el último pueblo de una historia. Un “otro mundo” dentro de nuestra pequeña superficie provincial. Con pinos y papá Noel abrigado, pero también: con palmeras y sol de verano. Con estrellas fugaces, claro, pero, atentos: con tererés helados y (muchas) reposeras abiertas en la vereda.

Esta es, en resumen, una de nuestras ciudades navideñas. Como dice Mayra, un mundo, en el sentido de un salir un-poco-más-afuera de éste. Nos desorientamos los que venimos de algún pueblo vecino:

-¿Vio lo que es esto, vecina? Compare con el pueblo nuestro… ¿no es una vergüenza?

Pero vergüenza… me pregunto ¿para nosotros? La navidad de Capioví, según una de sus organizadoras, Úrsula Kleiner, busca sustentarse sobre todo en la comunidad. Nació de un impulso comunitario y evita por principio cargar a las organizaciones públicas de responsabilidades. Los vecinos profesionales y empresarios colaboran “como auspiciantes”, la  municipalidad hace lo suyo, pero Úrsula insiste en que el grueso de la ayuda proviene de una cantidad de vecinos casi imprecisable. Están los chicos de la escuela, pero también hay padres y abuelos. Un grupo de alrededor de 30 “vecinas voluntarias” se reúne durante todo el año y es el núcleo constante, alrededor del que los demás “colaboradores” se van organizando.

Dejemos la vergüenza a un lado. En todo caso, no es un sentimiento demasiado creativo. Semejante despliegue de trabajo comunitario ¿no debería darnos, más bien, un impulso… decisión, entusiasmo?

En el mundo del tío Ale, se reciclan por año 20.000 botellas de plástico. Las botellas se transforman en flores, en hojas curvadas y en cuernos de renos. Las tapas de las botellas se transforman en pequeños frutos rojos, que cuelgan entre los árboles. Mire por donde se mire, hay un detalle inesperado: un pequeño sobresalto para el visitante observador: ¡Allá, la llama de una vela que se enciende! ¡Aquí, en el árbol de los deseos, una tarjeta en la que alguien ha anotado: “volver a Misiones”!igle

Y todo, gracias al esfuerzo conjunto de una comunidad que durante todo el año se dedica a inventar. ¿Y qué? Un mundo. De a poco, con lo que se encuentra, con lo que sobra, incluso con lo que, a pesar de los soles y las lluvias, aún permanece.

La navidad de Capioví crece año a año. Los adornos de los años anteriores se reutilizan y se cuelgan en lugares nuevos. Y los años de esta navidad no la envejecen, porque el plástico que se recicla no desaparecerá de la tierra por los próximos mil años. El plástico, como enemigo, necesariamente va a sobrevivirnos. Capioví ha decidido convertirlo en aliado.

Un mundo quiere decir seguramente para Mayra: un lugar con reglas distintas, con normas distintas, con costumbres nuevas. Capioví tiene las suyas, y nos demuestra que la realidad es más inverosímil de lo que creemos. Una cosa es seguramente cierta: más que provocarnos vergüenza, la pequeña ciudad navideña parece estar invitándonos a sumarnos.

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Por Marina Closs

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