Ríos, música y cambios de nombre: a la deriva en el último Festival del Litoral

El sábado 26 de noviembre, Nora Urdinola y Ricardo Ojeda, fundadores del Festival del Litoral posadeño, invitaron al público asistente a rebautizar el festival, en honor a la ciudad sede desde hace 50 Años. Ahora, nuestro viejo Festival del Litoral pasará a llamarse, en extenso: Festival de Posadas, Misiones y el Mercosur, con algunos comentarios por lo bajo de los asistentes del resto de Misiones (que no éramos pocos) y que, evidentemente, nos tomamos el segundo lugar entre los especificativos con un poco de recelo. “¿Por qué no Festival de Misiones?”, oí a los vecinos protestando. Y otros: “Festival de Donde Sea que Suenen Acordeones. ¿Qué nos incumbe? ¿Dónde están los choripanes?”.
Haciendo a un lado los resquemores interioreños que, evidentemente, quien suscribe también tuvo que superar, saludamos desde esta nota el cambio de nombre. El orgullo posadeño es comprensible. Posadas es una dama, y a las damas suele perdonárseles cierta tendencia al egocentrismo y a la vanidad. Pero, ya que ésta fue nuestra última noche del Festival del Litoral, propongo describirla en unas pocas líneas, para despedirnos del viejo nombre como se merece.
Las cosas que ya no son, ¡Dios mío! siempre nos parecen irremplazables. Festival de Posadas… ¿nos podremos acostumbrar? Claro, señores, tampoco vamos a tomárnoslo tan a pecho. Sin embargo, una endecha necesita de cierto tono melancólico: de modo que empecemos por hablar del nombre.
¿Qué quiere decir litoral, en principio? litus: del latín “costa, orilla”, del indoeuropeo leit-os “zona en que fluye agua”. Litoral quiere decir: al costado del agua. Y en ese sentido ¿Qué nombre más exacto podríamos haberle puesto? ¿En qué otro festival se oyen las guitarras y acordeones, con el río de fondo y casi – encima? ¡Flotando detrás de todo como un inmenso – palacio negro! El río, y póngale usted el color que se le ofrezca (color acero, dirá Ramón Ayala. Digo yo: nocturno… plateado con azul), no estaba mal que aquel río estuviese ya puesto con toda precisión en el nombre. Y encima de ese río azul-plateado-negro-acero-y-otra-vez-azul, el Paraguay latiendo con su muralla de doradas lucecitas. Foquitos lejanos que son como – estrellas flotantes que llegan por el agua, como ofrendas que entregan los países hermanos en honor del Festival, en la última noche de su viejo nombre. Festival ¿de Posadas? No, ¡“del Litoral”, esta noche, por última vez!
Y bien, ahora, para cortar con el tono melancólico:
¿Litoral? ¡Ni que ocho cuartos! Corrientes, Entre Ríos, ¿Santa Fe?, ¿Formosa? eran “litoral”, según el viejo Misiones 4. Recuerdo que la división escolar dejaba a Misiones allá encima, casi entregada a los subtropicales brazos de los dos “países hermanos”. Misiones era la “Mesopotamia”. ¡Oh, nombre exótico y extraño! Y otra vez, una palabra que contiene un río: “meso-”: en medio de, potamós: río, en griego.
En cuarto grado, uno era informado de que la provincia de Misiones estaba rodeada de agua… Por el sur, por el este, el oeste y el norte. Y luego: Misiones estaba (además de constantemente arrasada por las lluvias) plantada encima de un acuífero inmenso. Cavernas, pasillos y salas subterráneas de agua, siempre corriendo. Lo cual quería decir: por abajo y por arriba, el agua también nos había rodeado.
Recuerdo haber leído alguna vez que el poeta norteamericano T.S. Eliot afirmaba que era absolutamente determinante para el estilo y ritmo propio de un escritor su proximidad con respecto a algún curso de agua. En la obra de Faulkner se oye el Mississippi; por las nevadas novelas de Dostoievski corre siempre el Neva.
Nosotros, que, en 29.801 kilómetros cuadrados no tenemos un río, sino tres, más cientos de arroyos, más ¡cataratas e incluso – una garganta del diablo! Nosotros ¿podremos algún día sintetizar toda esa proliferación de agua sin dirección ni fondo y escribir – y pintar o cantar – un gran poema?
Un poema a todo. No al Río Uruguay, al Iguazú ni al Paraná. No a tal arroyo, a tal cascada del camino. Sino a toda el agua en la que estamos metidos: a la lluvia, al acuífero, al río, al arroyo, a la vertiente, a la cascada.
Así tendríamos quizá que comprender ese fenómeno ¡misionero por excelencia! que es el gualambao. Con compases ni de 2/4 ni de 3/4, sino de ¡12/8! Con compases de ríos y arroyos, de gotas y ondas y espuma y saltos y rocío y lluvia. Cuentan las historias que el gualambao nació del matrimonio de la música guaraní, europea y africana. Así será que habrá nacido (como el Festival del Litoral). Pero propongo que tenga también, entre nosotros, su renacimiento: que el flamante y renombrado Festival de Posadas siga siendo simplemente ¡el nuestro! No un nombre ni otro, sino música, gente y ¡un río! Un sitio en el que misioneros y no misioneros tengamos la oportunidad de escuchar el sonido (la música) de los miles de arroyos y ríos, de las aguas visibles e invisibles, las lluvias que en este preciso momento, en esta precisa ¡mesopotámica! Provincia, nos – ¡están atravesando!

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