La rebelión de las masas

Escribe Juan Carlos Argüello, jefe de Redacción de Misiones On Line. El mundo está consternado por el tsunami político en Estados Unidos. Nadie logra explicarse cómo un outsider antisistema logró convertirse en Presidente. Y mucho menos certeras son las explicaciones sobre qué podría suceder durante la presidencia de Donald Trump. El multimillonario irreverente, desafiante, racista y misógino sucesor de Obama ganó sin haber ocupado nunca un cargo público, en contra de la mayoría de los medios de comunicación y despreciado por el partido Republicano, que no se animó a abrazarlo ni puede ser considerado partícipe necesario del triunfo. Trump ganó pese a todo. Rompió la hegemonía.
Las razones de ese triunfo inesperado no se encuentran únicamente en la campaña electoral ni en la complacencia de Hillary Clinton al sentirse ganadora de antemano. Tampoco en la gestión de Obama, el primer presidente negro, que fue reelecto y se va con una imagen altísima.
Una de las explicaciones puede encontrarse en una respuesta al sistema político, al establishment, que no derrama beneficios y, en cambio, potencia las desigualdades. Obama, en definitiva, no cambió absolutamente nada el status quo, más allá de algunas medidas sociales significativas. Estados Unidos sigue teniendo un quince por ciento de la población debajo de la línea de la pobreza, lo que equivale a cerca de 50 millones de habitantes, bastante más que toda la población argentina. La pobreza ha ido creciendo por razones coyunturales como la crisis de 2008 y también por la falta de contención del Estado. El Congreso, dominado por los republicanos frenó muchas leyes sociales, y limitado los fondos para los llamados “food stamps” (certificados que las familias pobres pueden intercambiar por comida). Achicó los beneficios de desempleo y la inversión en educación. Más de 15 millones de niños menores de 18 años viven en hogares donde no existe suficiente comida para sobrevivir. Es decir, un 20 por ciento, o uno de cada cinco niños, pasa hambre.
Los subsidios estatales terminan beneficiando indirectamente a los grupos económicos que más dinero ganan y pagan salarios de miseria. En Walmart, la empresa con más trabajadores del país, que obtuvo unas ganancias de 14.690 millones de dólares limpios en 2012 sus empleados pedían donaciones para poder celebrar una fiesta que es símbolo de Estados Unidos: “Por favor, donen aquí productos de comida para que los empleados en situación de necesidad puedan disfrutar de una cena de Acción de Gracias”, rezaba uno de los carteles fotografiados en Cleveland.
“Estos son los hombres y las mujeres olvidados de nuestro país”, dijo Trump. “La gente que trabaja arduamente pero ya no tiene voz”. Entonces declaró: “Yo soy su voz”.
Sin embargo, la pobreza no fue tema de la campaña y ni siquiera en los debates los moderadores preguntaron sobre sus planes para combatirla –ni siquiera una vez, según el sitio especializado Alternet-. Hillary no podía hablar de la pobreza por ser la candidata de la continuidad y los republicanos la usaron para atacar a Obama, cuando ellos mismos son entusiastas defensores del libre mercado que “derrama” sin la intervención del Estado. Trump representa esa idea, pero promete recuperar el “sueño americano” a su manera.
Muchos de sus votantes fueron esos pobres sin estudios que se acumulan en el interior profundo de Estados Unidos, lejos de las vidrieras que se venden en las películas. Y aunque no crean que realmente les vaya a cambiar la suerte, ese voto es un castigo a la política que no ha sabido ni querido avanzar en cambios profundos. Demócratas y republicanos se reparten el poder desde los primeros años del país.

En 2007, antes de la crisis hipotecaria, el 1 por ciento que más ganaba concentraba el 24 por ciento de la riqueza; cifras exactamente iguales a las de 1928, antes de la Gran Depresión. ¿Por qué confiar en el mismo carcelero?
El voto a Trump no se identifica necesariamente con sus ideas propaladas en la campaña. El pueblo no se volvió mágicamente machista, misógino ni racista. Pero como ocurre en otras partes, es un voto de hastío. La globalización y el ultracapitalismo no han hecho sino empeorar las condiciones de vida locales de enormes porciones del mundo, mientras que bancos, entidades financieras y una élite empresaria son cada vez más ricos.
La obscena desigualdad ahonda las diferencias de clase y de raza. Según los datos oficiales de los organismos de estadísticas de Estados Unidos, si bien la media de ingresos por hogar se encuentra en los 53.657 dólares, en el caso de los hogares negros, la cifra baja hasta los 35.398 dólares anuales, mientras que en el caso de los asiáticos sube hasta los 74.297 dólares. Los hogares del quintil más bajo, es decir, el 20% de la población de menos renta, en 2014 recibió ingresos de 21.432, o menos, frente a los 112.263 dólares, o más, que ingresó el 20% más rico. Pero el 5% más rico tuvo una renta anual de 206.568 dólares o más.
Son votos que desafían poder establecido. La misma matriz se puede rastrear, con sus matices locales en otras partes del mundo. El Brexit en el Reino Unido, el crecimiento de Marine Le Pen en Francia, el resurgimiento del neonazismo en Alemania y el este de Europa, España con Podemos y Grecia con Syriza. Y hasta en Colombia, donde fracasó el proceso de paz. Circunstancias distintas, un mismo fondo. En Colombia, aunque en disminución, la pobreza alcanza al 27,8 por ciento de la población, pero crece al 40,3 en el ámbito rural, donde la guerrilla se movía a sus anchas. ¿Por qué aceptar que reciban beneficios de un Estado que a los otros les da la espalda?

Ni hablar de la crisis griega, endeudada hasta niveles insoportables. La economía del Reino Unido, creció a una media del 1,5% durante la gestión de David Cameron desde 2010, con una tasa de desempleo del 5,6%, por debajo del 9,8% de media de la Unión Europea y lejos de los dramáticos números de otros vecinos.. Sin embargo, el crecimiento y el alza del empleo se han conseguido en gran parte por los pobres salarios y la extremada flexibilidad laboral, que tiene en los contratos de cero horas (que no garantizan un tiempo mínimo de trabajo) su mayor exponente. En 2010 los bancos de comida de Londres asistían a 40.000 personas. En 2014 hubo que repartir más de un millón de ayudas.
Es la lógica capitalista, llevada al extremo. Y la respuesta lógica es buscar la propia supervivencia. El otro se convierte en un competidor, en un enemigo. Y más si es un extranjero o un refugiado que pelea por el mismo puesto de trabajo o… el mismo subsidio a la comida. No importa si las enormes oleadas de inmigración son promovidas por el mismo sistema que busca maximizar sus ganancias o por guerras santas dominadas generalmente por intereses geoestratégicos y baños de petróleo. Trump aprovechó ese sentimiento de autodefensa y promete expulsar a inmigrantes y levantar un muro en la frontera con México para evitar el ingreso de ilegales. Probablemente no cumpla. O solo se empeñe en lo primero. Pero logró captar la atención de quienes no tienen nada que perder. Y quizás nunca ganen nada.

Trump repartiendo gorras de su campaña en Los Ángeles, el año pasado Credit Max Whittaker para The New York Times
Trump repartiendo gorras de su campaña en Los Ángeles, el año pasado Credit Max Whittaker para The New York Times

Es una incógnita qué puede suceder con la economía de Trump. Y sus efectos. Pero con lo que dejó ver, Estados Unidos se cerrará en sí mismo y adoptará una política más proteccionista de la industria y la producción local para generar empleo y activar el consumo. Probablemente toque poco y nada los intereses del mundo financiero. Es un monstruo grande. Los analistas financieros prevén que haya una suba de las tasas de interés de la FED para atraer capitales, lo que complica a los mercados emergentes que estaban absorbiendo dólares especuladores. Argentina, entre ellas.
El proteccionismo de Trump llega justo en momentos en que la Argentina viró hacia una apertura de la economía y una liberalización del intercambio comercial.
Si los pronósticos se cumplen, lo sufrirá la producción local exportadora, aunque no será lineal. Apenas el siete por ciento de las exportaciones argentinas fueron a Estados Unidos en los primeros nueve meses del año, según un reporte de la Fundación Mediterránea. Sin embargo, podría afectar a los envíos de té e infusiones y al ya golpeado sector forestal entre otras producciones que ya están viviendo tiempos complejos.
Es el plano financiero el que puede ponerse más cuesta arriba para la Argentina, ya que el programa económico de Mauricio Macri es demasiado dependiente de la capacidad de endeudamiento. Las primeras recomendaciones son que se modere la toma de deuda y que se bajen las expectativas sobre la lluvia de inversiones que hasta ahora no llegó.
Macri y Trump hicieron negocios juntos –papá Franco tuvo un fallido desembarco en el negocio inmobiliario en Estados Unidos-, pero el Presidente argentino, aunque asegura que han compartido “miles de horas”, no tiene el mejor concepto de su futuro par. Contra toda regla de la diplomacia, Macri y su equipo de relaciones internacionales, empezando por la canciller Susana Malcorra, apostaron demasiado y anticipadamente, por un triunfo de Hillary. La jefa de la diplomacia hasta lamentó públicamente que no haya ganado. La visita de Obama parece haber encandilado en demasía, aunque hasta ahora no arrojó resultados concretos.
Argentina venía haciendo bien los deberes del manual ortodoxo. Hasta consiguió elogios del Fondo Monetario Internacional, que no se privó de recomendar mayor ajuste fiscal y del gasto público, incluyendo el salarial. Ahora pueden haber cambiado los papeles. Si se cierra el grifo del endeudamiento desde Estados Unidos, no habrá más camino que seguir las recomendaciones del FMI para no perder el acceso a otros mercados. Una difícil encrucijada, porque un mayor ajuste profundizará la recesión y tendrá un impacto directo en el malhumor de los argentinos justo cuando Macri debe enfrentar su primer test electoral. El Presidente se ilusiona con un segundo mandato pero para eso tiene que ganar las legislativas. Siempre tras bambalinas, Eduardo Duhalde advirtió que si no gana, el Gobierno de Macri podría derrumbarse por malas decisiones económicas.
Hasta ahora los resultados no han sido los mejores para Macri. La pobreza y el desempleo se dispararon con sus principales medidas, pero en paralelo no hubo ni lluvia de dólares ni se controló la inflación, que, vaya paradoja, será casi el doble de la del año pasado, cuando en la campaña presidencial el ahora Presidente decía que era lo más fácil de solucionar. En cambio, la inflación volvió a aumentar en octubre hasta un alarmante 2,4 por ciento en octubre –más según el Congreso, la ciudad de Buenos Aires y otras consultoras-. El ministro Alfonso Prat Gay asegura que no hay que preocuparse porque, en el promedio, la suba de precios del segundo semestre es de solo 1,5 por ciento. Verdad a medias, porque cuando los valores se redujeron al mínimo, no se incluyeron las subas en las tarifas de gas y electricidad.
“Hay gente que la está pasando mal”, reconoció Macri en medio de lágrimas durante una entrevista concedida al diario La Nación en la que también reveló que lo atacó un fuerte estrés después de haber ganado las elecciones, porque pensaba que no iba a ser tan grande el salto de intendente a Presidente.
Las lágrimas de Macri remitieron a aquellas de Domingo Cavallo ante Norma Plá, la jubilada que le interpelaba por un aumento en las pensiones a 450 pesos. Pla murió sin ver aumentos, pero por lo menos no tuvo que sufrir el recorte del 13 por ciento que aplicó el superministro, ya en el gobierno de la Alianza. Al momento de llorar, Cavallo, ganaba 10 mil pesos y se quejaba de que no le alcanzaba.

Pasaron 24 años, pero las escenas se repiten. Esta semana el presidente por un día, Federico Pinedo, defendió la paritaria VIP que todavía rige en el Senado –ya fue cancelada en Diputados por las quejas de la oposición- y aseguró que los 83 mil pesos que gana no le alcanzan “con la inflación que hay”. ¿Autocrítica o cinismo?
En un escenario tan cambiante en el contexto internacional y un gobierno nacional más concentrado en resolver sus propios dilemas, más que nunca se fortalece la idea del “misionerismo”, que no es otra cosa que la protección de lo local, de cuidar y vivir con lo propio. Esa idea fue consolidándose desde 2003, cuando aquí también se rompió una hegemonía que había dejado a la provincia con los peores indicadores económicos y sociales. El concepto creció en paralelo a un modelo nacional que también apuntaba a la protección del mercado interno y del empleo local.
En cambio, ahora todas las variables económicas que dependen de la Nación han empeorado, como los recursos de coparticipación y los giros para obras públicas. Pese a eso, Misiones logra sobrevivir con recursos propios y mucha gestión del gobernador Hugo Passalacqua en el plano local, nacional e internacional, con gobernadores paraguayos y brasileños, con quienes se proyecta obras de infraestructura para mejorar la conectividad regional. Passalacqua no ceja en su empeño de conseguir cosas para la provincia en una pulseada permanente con el Gobierno nacional.
En un escenario adverso, Misiones logró cumplir con el programa de Gobierno y, a diferencia de otras provincias y de la línea que baja de la Nación, sin endeudarse.
La política fiscal es la que permite sostener en alto banderas como la salud pública de excelencia, la implementación del boleto estudiantil gratuito, lujos como el cine Imax y el bono navideño que se pagará sin contratiempos en Misiones.
El corolario, se espera, será la recuperación del ITC diferenciado para los combustibles, como herramienta para combatir las asimetrías que se han profundizado en los últimos meses por la devaluación y los tarifazos. Se ilusionaron varios con que el Presidente mismo viniera a Misiones a anunciar la reimplantación del beneficio por el que lucharon el Gobierno y empresarios durante todo el año. Pero nuevamente, cuestiones de agenda y la tormenta del viernes, postergaron la visita. De todos modos, la recuperación del ITC sería inminente.
El gravamen reducido llegaría inicialmente a Posadas y Puerto Iguazú, aunque la Provincia pretendía extenderlo a todas las ciudades.
El beneficio fiscal tiene un doble valor: se conquista en protección de la economía local y con la sinergia de empresarios y Gobierno. Es un reconocimiento explícito de la Nación al impacto de sus políticas y se lo recupera a menos de un mes de que el Gobernador ratificara que la política fiscal era innegociable como piedra basal del modelo.
No fueron pocos los operadores de la oposición y de la alianza Cambiemos los que pretendían que para que la Nación reimplantara el ITC, Misiones cambie su política fiscal. Pero los mismos empresarios salieron al cruce de funcionarios de Nación y sus delegados locales, a quienes advirtieron que, por ejemplo, el sistema de salud se sostiene gracias a la recaudación local. ¿Habrá garantías de la Nación de sostener los recursos necesarios?, preguntaron. Del otro lado hubo silencio.
En una cena realizada el viernes por la noche, el Gobernador les pidió a sus ministros y funcionarios que no aflojen en la gestión, bajo la premisa de estar cerca de la gente. Se espera que el 2017 sea un poco mejor, con un mayor flujo de dinero de parte de la Nación, lo que tendría un impacto positivo en Misiones, especialmente en el empleo en la obra pública. “Tenemos que transpirar aún más la camiseta para honrar el lugar donde nos puso la gente. La Renovación debe honrar ese precepto permanentemente: el poder está en la gente, es quien nos marca el rumbo. Se vienen tiempos electorales, y nosotros seguiremos trabajando como lo venimos haciendo, con más ahínco, de cara al pueblo. Esa es nuestra identidad”, sentenció.

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