#Historia de amor: Lo cruzó por la calle y se enamoró, pero resultó ser amigo de su novio

Lo cruzó por la calle y se enamoró de él; resultó que era amigo de su novio. Lo que sentía no era correcto, lo reprimió y lo ocultó durante doce años. Años en los cuales conservó dos objetos que la harían soñar con él casi todas las noches y le darían coraje para cambiar su destino.

Con tristeza, Martina no pudo apartar la mirada de una medallita del Espíritu Santo y su anillo taco de polo. El anillo otra vez se había quebrado y ella, una vez más, estaba dispuesta a ir al joyero del barrio para repararlo. Esos dos tesoros eran lo más preciado que conservaba de un amor que parecía no estar destinado a ser.

Cada vez que los observaba, los recuerdos de Martina se trasladaban al año 1999, cuando tenía 17 años. En aquella época, ella se dejaba llevar más por los mandatos que por sus sentimientos. Y esa temporada, cuando vio a Mario en la calle de su Gualeguaychú natal por primera vez, prefirió ignorar el hecho de que había quedado flechada de amor. Él era morocho y muy alto, por lo que dedujo que debía ser uno de esos nuevos jugadores de básquet de Central.

Pocos días después de este encuentro casual, en una fiesta del club, su novio le presentó a un nuevo amigo, uno que para su sorpresa resultó ser aquel morocho que la tenía desvelada desde hacía un par de noches.

Sentimientos reprimidos

Así estaban dadas las cosas por aquel entonces, Martina tenía novio pero en un segundo, y sin buscarlo, se enamoró de otro hombre. Y ella, con todos sus ideales de lo que creía que era correcto, prefirió tratar de ignorar, tapar y reprimir sus emociones y darle prioridad a lo que entendía que correspondía.

Mario y Martina pasaron a formar parte del mismo círculo de amigos. En cada encuentro grupal, ella percibía que él le provocaba emociones fuertes y la sensación de que lo amaba. Se buscaban, trataban de estar cerca y peleaban a modo de juego. Pero no pasaba de eso.

Luego de dos temporadas, y ya con 19, quien fuera su novio de entonces, decidió terminar la relación para irse con una chica de 15. Y un día después, mientras Martina iba por la calle inmersa en pensamientos asediados por sentimientos encontrados, vio a Mario caminar hacia ella. En un acceso de adrenalina, de pronto entendió que ese amor oculto, aquel que le despertaba sensaciones que no se permitía sentir, tal vez tendría una oportunidad de ser.

Hasta el final de los tiempos

«Mañana pasá por casa a saludarme que me estoy yendo a Italia en dos días», le dijo él.

La tierra se abrió bajo sus pies. En ese instante, Martina supo cuán enamorada estaba de Mario. Todo aquello que había reprimido durante aquellos dos años, emergió de manera incontrolable; la invadió el amor y una infinita tristeza, porque sabía que en el fondo siempre había estado ilusionada con formar algo juntos. Pero Mario se iba lejos, muy lejos. Lo había comprado un club italiano y, junto a ese pase, le habían robado su oportunidad.

La medallita, que era de la abuela de Mario, se la dio en la despedida. Allí, apartados de sus amigos, él se acercó con una foto, un buzo suyo y esa pequeña insignia del Espíritu Santo. «Es para que te cuide y para que me recuerdes», le había dicho sin agregar nada más, porque para él, ella siempre sería alguien que había sido la novia de un amigo.

Conmovida, Martina se ausentó un tiempo de la despedida para ir a comprarle y regalarle un anillo taco de polo, uno igual al que tenía ella en su dedo anular y que jamás se quitó en los 12 años que pasó sin verlo. A partir de aquel día, ese anillo la unía a él.

El amor paciente

En aquellos años de distancia, él seguía jugando en Italia, mientras que en la vida de Martina no sucedía nada trascendental, salvo que volvió con su ex novio y lo perdonó a pesar de que él la había dejado por otra chica.

Martina volvió por lástima, volvió porque este chico le decía que se moría de dolor al estar sin ella. Pero ella también sabía que había vuelto porque Mario ya no estaba, porque en ese momento de su vida se sentía muy mal, vulnerable y triste. Aun así, Martina soñaba casi todas las noches con su amor lejano. Casi siempre lo veía a la distancia y quería abrazarlo, pero nunca lo lograba.

Recién después de 8 años, Martina tomó coraje y pudo cortar esa relación que no la hacía feliz y que la llenaba de resignación e inconformismo.

Hasta el final de los tiempos

Casi 12 años sin ver a Mario y ahí seguía ella, apretando su medalla contra el pecho, dispuesta a remendar el anillo una vez más y soñando con su amor casi todas las noches. Para entonces, ella ya tenía 30.

Un día, después de soñar con un abrazo concretado y de mirar la imagen de la medalla del Espíritu Santo, supo que ya no quería vivir en la nostalgia de los recuerdos de la adolescencia y tuvo la valentía para contactar a Mario por Facebook. En sus conversaciones, y muy de a poco, Martina le contó todo lo que había sentido desde el primer día en el que lo había visto. Le dijo que durante 12 años había experimentado una sensación de angustia extrema ante la idea de que ellos jamás estarían juntos; que lo había pensado, soñado y que hubo muchas mañanas que despertaba llorando porque creía que lo había perdido para siempre.

Desde Italia, para Mario, todo esto fue demasiada información junta y le decía que estaba confundida. Durante meses de mucha comunicación, de avances y retrocesos, de aceptar, para después negar y rechazar, llegó el día -un 24 de diciembre del 2012-, en el cual se pusieron de acuerdo para encontrarse en Italia.

Hasta el final de los tiempos

El 23 de enero del 2013, 12 años después, Martina y Mario se reencontraron en el aeropuerto de Verona y desde ese instante no se separaron nunca más. Al verse, supieron que eran ellos, que se habían estado esperando y que querían compartir la vida.

Hasta el final de los tiempos

Pasaron 4 años desde ese día y hoy, Martina mira su medalla y su anillo con un cariño profundo. Hace 2 años que está casada con el amor de su vida; viven en Italia felices pero, por sobre todo, viven tan enamorados que cada noche brindan por su amor eterno y fantasean con reencontrarse en todas las vidas hasta la eternidad; hasta el final de los tiempos.

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