«Hay que separar la vida en partes, como una obra de teatro que se divide en actos». Nicanor Aráoz se abrazó al presente con la fuerza de los gigantes. Era la única opción que le quedaba después de enterarse de que su madre, Librada Haedo, había muerto como consecuencia de las quemaduras que lo ocasionó su padre. Ramón Ángel Aráoz la quemó viva después de decirle que era el amor de su vida y la persona que había elegido para conformar una familia. La mató en Corrientes, en los primeros días de diciembre de 2013, cuando el calor penetraba la tierra en el litoral argentino.
Respira hondo, piensa si realmente tiene ganas de revolver el pasado y se decide a hablar. Nicanor relata la historia de sus padres. El día que su padre mató a su madre. El dolor, los recuerdos y la desolación enredados en una charla telefónica. Una conversación amable y un pedido de justicia repetitivo. Nicanor, Matías y Viviana necesitan respuestas ante una interminable cantidad de preguntas que les dejó el femicidio que atravesó la familia al medio.
Los tres hermanos Aráoz no tienen dudas. Están completamente seguros de que su padre se está haciendo pasar por loco. Así lo dice Nicanor. Lo afirma una y otra vez con la seguridad de un científico que se pasó años estudiando. Su vida está lejos de las fórmulas y las investigaciones. Es artista plástico. Es un hombre de 35 años que empezó a vivir una nueva vida hace tres años. Sin madre y sin padre. Con la vida y con la muerte entrelazada hasta el final de los tiempos. Los Aráoz están convencidos. Su padre mató a su madre y se refugia en una supuesta demencia para evitar la cárcel.
«Tu vieja se quemó», le dijo Ramón, ex combatiente de la Guerra de Malvinas, a su única hija mujer en la madrugada del 2 de diciembre. Viviana no le creyó. Ni ella, ni ninguno de sus hermanos. Desde un primer momento supieron que su padre había quemado intencionalmente a su madre. Lo había hecho después de reconquistarla y pedirle que volviera a la casa que compartían en el barrio Pujol, en la ciudad de Corrientes. Librada había decidido irse a la casa de su hija después de muchos años de maltrato, desprecio y humillación. Pero volvió. Decidió volver. Y ese fue el principio del final.
Los tres hijos de Librada habían decidido que lo mejor era que su madre se mudara. Así fue que durante un año y medio Viviana vivió junto a su mamá. La querían lejos de su padre porque sabían que la relación estaba terminada y era peligrosa. «Había hecho un montón de denuncias de género. Pero nunca pasó nada. Ni siquiera llegó a juicio la causa de su muerte», contó Nicanor. El pedido desesperado de Librada al Estado no surtió efecto. No la protegieron ni la auxiliaron.
El segundo intento de convivencia del matrimonio fue trágico. Librada aguantó poco tiempo y llamó a su hija para contarle que nuevamente estaba sufriendo agresiones. Viviana le dijo que al otro día le iba a mandar los pasajes para que volviera a Punta Alta, donde ella vivía y a donde su madre iba a estar segura. Librada hizo las valijas, juntó su ropa y se decidió a comenzar una nueva etapa lejos de su marido. Pero nunca lo logró. El calor del fuego se apoderó de su cuerpo y la dejó al borde de la muerte en pocos minutos. El acto criminal de su esposo la privó de festejar su cumpleaños número cincuenta y tres con sus hijos.
La doctora Laura Varela, jueza a cargo del Juzgado de Instrucción N° 5 de Corrientes, dictaminó que Ramón Ángel Aráoz es inimputable. La fiscal María Fernández Cotarde cree lo mismo. Los hijos de Librada están en desacuerdo con la mirada de ambas. «Alegó demencia y hasta el día de hoy dice que él no la mató», aseguró Nicanor. El fallo de la justicia correntina persigue a los hermanos Aráoz día y noche. Se sienten desprotegidos y defraudados. Consideran, como tantos habitantes en este país, que la balanza se inclinó para el lado del mal. Entienden, cada uno de ellos, que su padre es un asesino.
Según un estudio del Observatorio de Femicidios, organismo dependiente de La Casa del Encuentro, hasta el 2014 más de 2200 chicos perdieron a su madre por violencia de género. Puñaladas, golpes y balas que penetraron cuerpos. Distintas formas de matar y muchas mujeres muertas. Muchas. Cientos. Miles. Todos esos cuerpos sin vida generaron un grito de rechazo. «Ni una menos», se animaron a exclamar en cada rincón del país. Ni una mujer menos. Ni una vida menos.
El último femicidio que conmocionó a la Argentina ocurrió en Mar del Plata. Lucía Pérez de 16 años fue violada y asesinada. Once días después habrá un Paro Nacional de Mujeres. Un nuevo pedido de justicia y prevención. «La marcha me da esperanza. No estamos viviendo todo esto con pasividad. Siento que todos estamos diciendo basta», explicó Nicanor. El caso de su madre es uno entre tantos. Uno más por el que se volverá a pedir justicia en Argentina en este miércoles negro.
