Reflexión dominical de Monseñor Juan Martínez Obispo de Posadas

En esta carta dominical quiero expresar el gozo de un acontecimiento importante que viviremos los argentinos el próximo 16 de octubre: la canonización del Cura Brochero, el primer santo que nació, vivió y murió en nuestras tierras. En la diócesis tendremos el gozo de realizar ese domingo 16 de octubre una misa, inaugurando la primera capilla que llevará el nombre del Santo Cura Brochero en el nuevo barrio Itaembé Guazú de Posadas en la que pediremos la intercesión del nuevo santo para que podamos evangelizar como él dando la vida por nuestra gente. La noche del sábado 15 de octubre los jóvenes harán una vigilia de oración en el que será uno de los templos más lindos que tendremos.

José Gabriel del Rosario Brochero, fue un «Pastor según el corazón de Dios quien fue ungido para ungir al pueblo fiel, un verdadero Pastor con olor a oveja», al decir del Papa Francisco. Nació en Santa Rosa de Río Primero en 1840. Se formó en el Seminario de Córdoba y en 1869 fue destinado como cura párroco a Traslasierra. Desde las Altas Cumbres, divisando el valle, vio que estaba todo por hacer. Pastor dotado de gran espíritu de sacrificio y extraordinaria caridad pastoral y social, sirvió a la gente más pobre del campo, compartió su vida y promovió en ella la elevación humana y religiosa, especialmente a través de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.

La devoción del cura Brochero a la Virgen María, con el profundo y cálido título de «Mi Purísima», nos abre a su amor hondo y concreto, muy atento a las necesidades de cada persona. Como la Virgen en las Bodas de Caná, también Brochero supo decir a Jesús: «no tienen agua», «no tienen educación», «no tienen caminos», «no tienen medios acordes para encontrarse como hermanos y comercializar sus productos…». Y él hizo lo que Jesús dijo: ayudó a todos sus contemporáneos a escuchar esa misma voz que abre las cataratas del amor de Dios y que se vuelca en el amor concreto al hermano: abrió escuelas, fue pionero en abrir un colegio para niñas, proyectó el ferrocarril, y entre todos hicieron caminos, acequias, diques, telégrafos, y la misma Casa de Ejercicios. Durante su breve período en la ciudad de Córdoba, nombrado capellán de la cárcel, veló con amor de padre por las necesidades físicas y espirituales de sus hermanos privados de libertad.

Él no fue un cristiano triste. Sabía de la alegría que da Jesús y la quería contagiar. Por eso al visitar a la gente en sus casas, les decía: «Aquí vengo a darles música». La música de saberse amados por Dios. Cercanos a la canonización del Cura Brochero podemos experimentar cómo la gracia divina le permite multiplicar sus brazos, sus pies, su corazón, a través de cada uno de nosotros, y nos invita a ser discípulos misioneros de Jesucristo: «Si en mi corazón no llevo la caridad, ni a cristiano llego», decía él.

Brochero nos anima, como bautizados, a salir a las fronteras, «de tal manera que la unción llegue a todos, también a las periferias, allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora». A ir hacia los que no conocen el amor de Dios porque no se les ha anunciado o porque la cruda realidad que les toca vivir les habla de que Dios pareciera estar ausente de sus vidas. Nos invita a compartir con ellos cuánto Dios los ama.

Expresamos nuestro gozo y gratitud por el don de la vida sacerdotal del Padre Brochero, modelo e intercesor, que reconocemos como una gracia singular para la Iglesia en nuestra Patria. En una carta a su condiscípulo y amigo obispo Yaniz, estando enfermo y con sus fuerzas físicas desgastadas, le decía: «Es un grandísimo favor el que me hecho Dios Nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme la ocupación de buscar mi fin, y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo». ¡Cómo no acudir a él con confianza!

Esta canonización es una nueva llamada de Dios para responder a la vocación a la santidad que todos recibimos en el bautismo. San Juan Pablo II, al comienzo del nuevo milenio, expresó que preguntar «¿quieres recibir el Bautismo?, significa al mismo tiempo preguntarle,  ¿quieres ser santo?» (NMI 31). Y el Papa Benedicto XVI nos recordaba que «los santos no son representantes del pasado sino que constituyen el presente y el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Son como las caras de un prisma, sobre las cuales con matices distintos, se refleja la única luz que es Cristo».

Queridos hermanos, los tiempos nos urgen, para que siguiendo el ejemplo de los santos, experimentemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar.

Les envió un saludo cercano y hasta el próximo domingo.                              Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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