Reflexión dominical del Monseñor Juan Martínez Obispo de Posadas

En el Evangelio de este domingo (Lc 13,22-30), el Señor nos presenta algunas condiciones para participar del banquete del amor, o del Reino. Desde ya, su propuesta es exigente: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán» (Lc 13,24). Es cierto que sólo podemos asumir las exigencias o condiciones, cuando descubrimos el tesoro. En el texto Jesús nos plantea que ese tesoro es el Reino de Dios, en definitiva este nuevo Reino es el Reino del Amor.

Considero importante que intentemos profundizar sobre el sentido cristiano de la palabra amor. Muchas veces escuchamos el uso de esta palabra vaciada del significado profundo que tiene. Es comprensible que esto ocurra en el contexto de nuestra época que tiende a superficializar las propuestas y presentarnos cosas que parecen ser, pero no son. Tenemos bebidas, comidas y a veces hasta relaciones humanas que son solamente Light (superficiales). En este contexto la palabra amor se liga a logros sensibles, a cuestiones circunstanciales y sin compromiso.

El amor que nos propone Jesús para ingresar a su Reino nos plantea que: «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn. 15,13). Nos quedamos sorprendidos de cómo muchos luchan por acceder a otro tipo de reino, el reino del poder, tener y placer. Reinos temporales que son absolutizados e idolatrizados. ¿Cómo hacer entender que la idolatría, no llena ni plenifica el corazón humano? Es lamentable tener que señalar que, aún en contextos que se dicen cristianos, es muy difícil encontrar actitudes que estén realmente motivadas por el bien común. A veces se habla de justicia, de los pobres, de reivindicaciones sociales… ¡Se habla!, se pelea y lucha, pero en general no tanto por solidaridad hacia el necesitado, sino para encubrir luchas de poder. El Eclesiastés nos señala el absurdo de tanto desgaste, «si todo es vanidad y solo atrapar vientos» (Ecl 1,14) Es bueno recordar a nuestra dirigencia que hay estilos que cayeron en desgracia y que no tienen futuro. El que apueste a trabajar de verdad, por el bien común de la gente, dialogue, y tenga en cuenta el valor de la ¡justicia!, seguramente contará con su credibilidad y favor.

Es necesario señalar que a pesar de estos males del presente, también podemos encontrar muchas expresiones de verdadero amor en nuestra sociedad, expresiones de bien común, que son, en definitiva, las acciones que sostienen y construyen la historia: El amor de una madre por sus hijos, el sacrificio de un padre de familia, amigos que dan la vida por sus amigos, los esposos que se hacen uno en el amor, ciudadanos y dirigentes generosos. Pero Jesús a los cristianos nos enseña algo nuevo, él amó así a todos, incluso a los enemigos. Por eso la caridad no es solo para un grupo, es universal. A este Reino o a este banquete están invitados todos: “Vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos» (Lc 13,29-30).

Pero no debemos olvidar que el ingreso es por la puerta angosta. Amar exige tener en cuenta a los demás, dar la vida por los otros, sobre todo por los que más necesitan. Para que el servicio a los demás no sea solo sacar provecho personal necesita del respaldo de la caridad.

Este tema tiene especial vigencia, porque hoy insistimos que es indispensable globalizar la solidaridad. La palabra solidaridad para un cristiano no tiene sólo un componente social, sino que además tiene un fundamento teológico o bien en la fe. La solidaridad es una expresión de la caridad. Jesucristo, es el maestro de la caridad, quien por amor dio su vida por nosotros.

Esta condición de amar que nos plantea el Evangelio de este domingo para entrar al Reino, como fundamento de la solidaridad y del bien común, es un tema central para que lo tengamos presente y evitemos seguir perdiendo el tiempo atrapando vientos. La mentira no tiene futuro.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo

 

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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