Neymar: el crack que no tiene contra

Devenido en emblema y referente de talento de un seleccionado en el que no abundan los ejemplares de otros tiempos, Neymar es para el aficionado brasileño una divinidad futbolística.
Y más, tal vez, luego de que el jugador que eligió no ir a la Copa América del Centenario en los Estados Unidos se erigiera en el artífice principal de la conquista de la primera medalla de oro en la historia del fútbol masculino en los Juegos Olímpicos.
Cuando el tiempo pase y nos vayamos «poniendo viejos» (cortesía de Luca Prodan), los libros y enciclopedias deportivas contarán que Neymar, el joven de 24 años que prefirió jugar para su país estos Juegos de Río de Janeiro, decretó en la tanda de los penales una victoria que bien pudo haberse dado en los 120 minutos de angustia y gloria en el Maracaná.
Desde el minuto inicial, la ‘torcida’ demostró que ese romance con el astro no es ‘amor olímpico’. La ovación que recibió apenas tocó su primera pelota, sobre el costado izquierdo, fue realmente estruendosa.
El crack del Barcelona eligió ir del centro hacia la izquierda para encabezar la mayoría de los avances de un conjunto ‘verdeamarelho’ que compartió la posesión de la pelota junto a su adversario.
Lo cierto es que cada vez que Neymar, tomado en zona con Lars Bender como hombre más cercano, se recostó sobre la izquierda, alternó posiciones con Gabriel Jesús quien se tiró por el centro tratando de confundir a una defensa germana en la que Niklas Suele sobraba.
Sin erigirse en eje conductor nato, cada vez que la pelota pasaba por sus pies, el ex punta del Santos generaba desborde y creaba zozobras en la zaga rival. Así, a los 16m., le sirvió el gol a Luan, luego de una corrida hasta el fondo por izquierda.
Sobre los 26m., en tanto, la concurrencia le regaló la segunda gran ovación, cuando fue víctima de una infracción. Como una suerte de preanuncio de lo que vendría, el número 10 del ‘Scracht’ tomó la pelota, la despachó con la derecha y el balón ingresó por el ángulo superior derecho del arquero Timo Horn.
La multitud se encendió. Prefirió dejar de lado ese reiterado cántico en el que hablan de los «mil goles de Pelé» y defenestran a Diego Maradona para enfocarse en el «…Olé, olé olé, ola; Neymar, Neymar» que el ídolo agradeció haciendo reverencias, casi al mismo tiempo que mostraba un tatuaje en su brazo izquierdo.
De allí hasta el cierre de la primera parte, el delantero se mostró vivaz e inquieto, hasta que cercad de los 40m., ensayó una suerte de bicicleta que fue despejada por la zaga germana. El del Barcelona y los tiros en el travesaño de los alemanes explicaban el resultado del primer tiempo.
En la segunda parte, el crack rompió cierta monotonía con una corrida por izquierda en la que envío centro que no conectó ninguno de sus compañeros. Pero su radio de acción, claramente, se instaló por el centro. Y de sus pies, en cuentagotas, salió lo mejor de Brasil.
Si bien perdió algo de protagonismo, sobre todo después del empate conseguido por Maximilian Meyer (14m.), los destellos de su magia, de su claridad conceptual siempre se distinguieron. Como en aquella asistencia quirúrgica a Luan, que no quedó en nada porque el delantero del Gremio demoró el disparo final.
En dos maniobras consecutivas, Neymar mostró esa capacidad innata para ver lo que los demás no ven. Sobre los 30m., le metió otra habilitación de gol a Felipe Anderson que no pudo resolver y, sesenta segundos más tarde, despachó un remate cruzado que se fue rozando el poste, cuando piernas y piernas buscaban protegerse de ese tiro malicioso.
A medida que fueron transcurriendo los minutos, el cansancio fue advirtiéndose en todos y también en él, que prefirió redefinirse en su rol de abastecedor antes de finalizador de cada maniobra ofensiva. Incluso, un golpe en el tobillo derecho, recibido apenas comenzó el segundo período del alargue, disminuyeron sus posibilidades de pisar el área con asiduidad.
Y después de la atajada de Weverton a Nils Petersen en la tanda de los penales, la definición como la fábula de un cuento le quedó al crack amado: el jugador del Barsa, después de amagar, colocó la pelota arriba, junto al poste izquierdo de Timo Horn. El maleficio acabó y el pueblo futbolero coronó al ídolo.

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