Dólar quieto; ¿riesgo para la macro o para la industria?

Por Jorge Vasconcelos. La pregunta es si esta falta de competitividad cambiaria significa que la actual quietud de la cotización del dólar habrá de resultar un fenómeno apenas transitorio. Para aproximarnos a la respuesta tenemos que incorporar más elementos a la discusión. Es cierto que la devaluación del peso de fin de 2015 está siendo erosionada por la magnitud de las subas de precios y de salarios, haciendo que la variación del tipo de cambio en términos reales se ubique en torno a 25 %. Magro si se tiene en cuenta que el tipo de cambio bilateral (peso/dólar) del año pasado se ubicó exactamente en el nivel del fin de la convertibilidad. Por caso, la Cámara Metalúrgica de Córdoba acaba de estimar el “tipo de cambio de equilibrio” sectorial en torno a los 18 pesos por dólar. Sin embargo, no debemos olvidar que, esta vez, la devaluación vino acompañada de eliminación o reducción de retenciones y de la liberación de restricciones para operar con el exterior. El impacto de precios relativos ha sido mucho más significativo para la agroindustria que, a su vez, es el sector que más pondera en las exportaciones del país.

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Así, entre noviembre del año pasado y mayo de este año, la variación del precio del dólar fue del orden del 48 %, pero el precio del maíz en el mercado interno subió 126 % y el del trigo un 76 %. Como la soja estaba menos afectada por las restricciones y, además, tuvo una quita de 5 puntos en las retenciones, su precio en el mercado interno subió sólo 2 o 3 puntos porcentuales más que el tipo de cambio. Considerando como ponderan el maíz, el trigo y la soja en la facturación, se puede calcular la variación de esa canasta de precios. Así, para el núcleo del complejo agrícola, el tipo de cambio real efectivo ha mejorado entre 40 y 45 % en términos anuales, o sea, casi 20 puntos porcentuales más que para el promedio de la economía, según un trabajo del Economista Jefe del IERAL, Juan Manuel Garzón. Dada la importancia de la agroindustria, la mejora de estos precios relativos puede hacer sustentable por un tiempo al sector externo, independientemente de los problemas de competitividad que experimenten otros segmentos de la industria. Esto se refleja en la fuerte reducción del déficit de la balanza comercial del primer trimestre, que pasó de 1200 millones de dólares el año pasado a 329 millones este año. Y en el resto de 2016, si bien las liquidaciones de la agroindustria se habrán de normalizar, aparecerá en escena el achicamiento del rojo de la balanza de combustibles, a juzgar por la significativa contracción de la demanda interna de energía. Completa este combo el posible arribo de más capitales al país, aunque al principio acotado a instrumentos financieros. Con ese escenario, la industria debería apuntar a sustantivas mejoras de competitividad por fuera del factor cambiario, un objetivo que sólo podrá lograrse por el esfuerzo cooperativo de empresas y trabajadores y por un aporte sustancial del Estado en sus tres jurisdicciones, aportando mejores servicios y aliviando la carga tributaria consolidada. El declive de las exportaciones industriales ha sido uno de los peores legados del gobierno anterior. Antes de la entrada en vigencia de los cepos, por cada dólar utilizado por la economía para importar bienes intermedios, había cerca de 1,5 dólares en exportaciones de manufacturas de origen industrial. En los últimos datos, por cada dólar importado de bienes intermedios, hay sólo 88 centavos de exportaciones MOI.

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