Mbororé, la primera batalla naval del Río de la Plata

A partir del año 1612 recrudecieron las “malocas” o “bandeiras” en las Reducciones del Guayrá, ubicación primigenia de las Reducciones Jesuíticas de Guaraníes. Estas continuarían asolando durante los años siguientes, siempre con una crueldad y ensañamiento, que según  el Padre Simón Masseta “ni en tierra de turcos ni de moros se hace lo que en Brasil”.

Los años más aciagos fueron 1627, 1628, 1629, 1630 y 1631, en los que, con desprecio aun de lo más santo y sagrado, los bandeirantes entraron a sangre y fuego en las Reducciones y llevaron acollarados a todos los indios que pudieron apresar y asesinando a cuantos oponían alguna resistencia.

La finalidad de las malocas era apresar indios de las Reducciones para venderlos como esclavos a los fazendeiros que los hacían trabajar principalmente en los cañaverales y otras tareas rurales en la áreas de influencia de San Pablo.

Entre 1612 y 1638 capturaron más de 300.000 indios, según la Real Cédula del 16 de septiembre de 1639.  Solamente entre 1628 y 1631 se vendieron como esclavos 60.000 en los mercados esclavistas brasileros.

Esto motivó que los sacerdotes de la Compañía de Jesús protestaran en varias oportunidades ante las Autoridades de ambas coronas, la española y la portuguesa. Así lo hicieron los Padres Masseta y Van Surck ante el Gobernador General del Brasil Diego Luis de Oliveira concurriendo hasta la ciudad de Bahía. A su vez el Padre Pablo Benavídez ante el Gobernador del Paraguay Luis Céspedes Jeria, quien se hallaba entonces en Villarrica del Guayrá, le suplicó que defendiera las Reducciones.

En el primer caso solamente obtuvieron algunas recomendaciones que no tuvieron ninguna aplicación en la práctica a pesar de los esfuerzos de los Padres mencionados. En el segundo, la respuesta de Céspedes, quien a su vez estaba casado con una sobrina del Gobernador Oliveira, fue “Dejad a esos pobres portugueses que se socorran como puedan en su indigencia” añadiendo ante la insistencia de Benavídez, “Dejad que el diablo se lleve a todos los indios, y escribídselo así a los otros misioneros”.

Esta era la terrible situación de las Reducciones que motivó al Padre Antonio Ruiz de Montoya, recurrir primeramente a la Audiencia de Charcas (hoy Bolivia) primer tribunal de alzada por sobre las autoridades de Asunción, concurre luego a Lima y finalmente debe dirigirse al propio Rey de España en Madrid, adonde arribó en el año 1639. Finalmente y con la providencial colaboración del Padre Francisco Diaz Taño, se obtuvo la real autorización de armar a los guaraníes misioneros  con “bocas de fuego” para la defensa de las Reducciones.

 Formación de la  “Última Bandeira”

Tenía como jefe indiscutido a Manuel Pires que pertenecía a una familia de linaje de Portugal, poseía plantaciones de caña de azúcar, alimento que se consumía en todo Brasil y se enviaba a la metrópoli portuguesa, con el negocio anexo del alcohol. Con una bandera (de allí el nombre de “bandeiras”) con su escudo de armas familiar convocaban en la Plaza de Sao Paulo a sumarse al emprendimiento.  No obstante ello era también asistido económicamente por otros postulantes a jefes bandeirantes o simplemente inversores que se beneficiarían de los despojos de las Reducciones de las Misiones de Guaraníes. Integrarían la “Bandeira” entre otros nombres, además de Pires, Antonio Da Cunha Gago, Baltasar Gonzalves, Antonio Rodrigues, Clemente Alvares, Simao Borges, Domingo pires Valadares, Francisco Correia y Pedro Furtado. Participaba también un francés de nombre Michel Jean Loiret quien se había asociado con José Pinto Fonseca. Un gigantesco portugués de barba rojiza Gilberto Melo Da Fonseca imponía miedo con su sola presencia.  El Jefe indiscutido era el experimentado bandeirante  Jerónimo Pedroso de Barros. Constituían una enorme bandeira, con suficientes pertrechos y víveres para una larga expedición. No bajaron por el Tieté hasta el Paraná como otras veces sino que tomarían el Iguazú, luego de marchar por tierra tomar el Apeteribí  (Pepirí Guazú, el verdadero) hasta el rio Uruguay y de allí derecho a las Reducciones de Guaranies Misioneros. Constituían un ejército de 450 portugueses bien armados y 2.700 tupies auxiliares con armas tradicionales aunque 250 de ellos también traían arcabuces. Armaron su campamento base en la zona de las nacientes del rio Uruguay.

 La Defensa de los Guaraníes Misioneros

Los bandeirantes desconocían que los Misioneros estaban adiestrados y armados con “bocas de fuego”. Para obrener la licencia correspondiente había viajado el Padre Antonio Ruiz de Montoya hasta Charcas, luego a Lima y finalmente hasta España. Y que también estaban advertidos por sus avanzadas de que se venía una maloca muy grande desde San Pablo, en una travesía de varios meses con su pesada carga de muerte entre manos.

Desde el emplazamiento de la propia avanzada en Nuestra Señora de Asunción del Acaraguá, donde este caudaloso arroyo misionero desemboca en el Uruguay aguas arriba de San Javier,  se armó el comienzo de la defensa. Los “bomberos” guaraníes  anunciaron que bajaban cien barcos paulistas. Los Padres Jesuitas contaban con 4.000 guaraníes misioneros combatientes venidos de todas la reducciones, 300 de ellos con armas de fuego quienes habían sido instruidos en táctica militar por el Padre Domingo de Torres.

Contaban además con jefes guaraníes de gran predicamento como los caciques Nicolás Ñeenguirú,  proveniente de Concepción, Ignacio Abiarú de Acaraguá,  Francisco Mabroybá de San Nicolás, Arazay de San Javier, más lo capitanes de cada grupo. La plana mayor jesuita estaba integrada por el santafesino Cristóbal Altamirano y Pedro Romero, el mencionado Domingo de Torres, Antonio Bernal y Juan Cárdenas.

 La Batalla

El dia viernes 8 de marzo de 1641 cien barcos paulistas son interceptados a la altura de la desembocadura del Acaraguá sobre el Uruguay y le salieron al encuentro30 barcos misioneros con 250 combatientes guaraníes, con el objeto de hacerlos virar cerca de la margen derecha para que sean acribillados por los defensores quienes estaban ocultos en la costa. Los bandeirantes al ver la maniobra se dieron cuenta de que no se trataba ya de los indios que ellos estaban acostumbrados a llevar por delante de cualquier manera.  La lucha duró aproximadamente dos horas con grandes bajas para los atacantes paulistas.

La fortificación de la costa y una correcta maniobra táctica dieron  ventaja a los defensores misioneros. Les costó reponerse del duro golpe y recién el lunes 11 a las dos de la tarde volvieron los paulistas al ataque. Pero comandados por el Padre Romero, tripulando 70 barcos nutridos de soldados guaraníes con 50 arcabuceros, cuyo jefe era el Cacique Ignacio Abiarú quien iba en un barco con parapeto y un cañón, salieron a su encuentro.

Habiendo disparado el cañón se fueron a pique tres canoas paulistas y dio comienzo el combate en forma encarnizada. Los tiros eran abundantes de un lado y otro aunque con superioridad misionera. Ante esta delicada situación para los atacantes, Pedroso de Barros intentó envolver a la escuadra misionera consiguiéndolo por unos instantes pero prontamente fueron arrojados de sus posiciones y empujados hacia la costa donde los esperaban para acribillarlos nuevamente.

Los misioneros volvieron a barrerlos con su armamento. Entre tanto los bandeirantes que habían permanecido sin combatir, tripulando 130 naves entre barcos y canoas con 300 blancos y 600 tupíes fueron atacados nuevamente por los 70 barcos misioneros, tripulados por 300 guaraníes.

Han perdido 14 barcos y con muchas bajas entre muertos y heridos se retiran los bandeirantes a la costa oriental o margen izquierda del rio Uruguay. Pretendieron armar una fortificación pero fueron atacados ferozmente por los guaraníes misioneros y se vieron forzados a parlamentar.

Los bandeirantes enviaron a los Padres Jesuitas una carta llena de sentimentalismos, no excenta de mentiras acerca de sus propósitos verdaderos, reconociendo su error y pidiendo que no se les acosara más. La misma estaba firmada por el mismísimo Manuel Pires.

Se generó una tensa tregua de dos días. El Padre Ruyer, testigo de los sucesos explicaría que solamente trataban de ganar tiempo para volver a las andadas. Y así fue. Los combates se abrieron nuevamente el dia miércoles 13 de marzo y los bandeirantes sufrieron terribles reveses.

Continuaron los combates que se fueron haciendo esporádicos los días 14 y 15 por la desbandada de los atacantes paulistas, quienes fueron perseguidos y ejecutados hasta las últimas horas del dia 16, ya pisando las cercanías de las nacientes del rio Uruguay, donde habían establecido su campamento base. Se consideró suficiente la persecución de tantos días y considerando las bajas paulistas, les costaría volver. Así resultaría a la postre.

Conclusiones:

Tremenda batalla la de Mbororé cuyo comienzo conmemoramos los días 8 de marzo, que durara ocho días y que fuera determinante para que no volvieran con facilidad los criminales ataques paulistas sobre los pueblos misioneros.

Oficialmente se conmemora esta verdadera epopeya, un tanto mezquinamente, el día 11 de marzo de cada año

Con justicia ha sido reconocida esta trascendental batalla como la Primera Batalla Naval del Rio de la Plata. No es para menos, se enfrentaron 8 mil hombres en las proximidades de San Javier, en la Provincia de Misiones, cuando la ciudad de Buenos Aires no superaba las 1260 almas. Pensamos que muy otro hubiera sido el destino de la Mesopotamia y el propio litoral argentino de no haber sido detenidos los “bandeirantes”. Tan importante fue la gran victoria de Mbororé que su repercusión llegó a la Corte, disponiendo el Rey de España un especial Acto de Culto para dar gracias a Dios por tan insigne victoria.

Los guaraníes misioneros continuarían prestando señalados servicios hasta la Independencia y aun despúes a la querida Patria Argentina y a muchas hermanas sudamericanas. Vaya este recuerdo especialmente en su memoria.

Actualizado 11.03.16, en el 375º aniversario.

 Juan Manuel Sureda,  de la  Asociación Flor del Desierto de Misiones.

 

 

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