Jane Goodall: del amor por Tarzán a la pasión por la ciencia

Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS)- “De niña me enamoré de Tarzán, leía sus aventuras de principio a fin y mi único pensamiento era que se había casado con la Jane equivocada”. El auditorio estalla en risas ante la ocurrencia de la oradora. Su suave acento inglés y su aspecto de abuela tierna y bondadosa hacen que uno olvide, al menos por un momento, que se está delante de la mayor experta del mundo en chimpancés.

Pero es solo por un momento, porque cada palabra y cada anécdota que Jane Goodall –primatóloga y activista por los derechos de los animales- cuenta ante un nutrido público en la Academia Nacional de Medicina no hacen más que demostrar la pasión que esta investigadora tiene por lo que hace. De visita en el país, Goodall brindó una charla donde se entrecruzaron sus historias de vida, la riqueza de sus investigaciones y la importancia de cuidar el medio ambiente.

Podría pensarse que la devoción que tiene por la ciencia está íntimamente relacionada con el amor por los animales: no dudó en acomodar en el estrado a dos peluches a modo de “mascotas” -un chimpancé y una vaca- y en dirigirse ante todos con un lenguaje que, según aclaró, estaba segura que nunca se había hablado en ese recinto. Y se presentó…en un lenguaje de chimpancés, para luego traducir: “Hola a todos, yo soy Jane”.

Siete décadas atrás, esa Jane de carne y hueso soñaba con ser la Jane de tinta y papel que enamoraba a Tarzán y lo acompañaba en cada aventura. Y si bien nunca pudo concretar su amor platónico, el conocer esas historias de selvas y junglas africanas hizo nacer el sueño que la acompañaría toda su vida.

“En ese momento, aún siendo una niña, decidí que iba a viajar al África, a vivir con los animales y escribir libros sobre ellos- narra Goodall-. Todos se reían de mí, me decían que  busque un sueño que pueda cumplir. Y lo que me dijo mi madre es lo que le digo a los jóvenes de todo el mundo: si quieres algo, nunca te rindas, toma cada oportunidad que se te presente y trabaja muy duro para lograrlo”.

África mía

La oportunidad que tanto anhelaba Goodall no tardó en llegar. A los 23 años, una amiga cuyos padres vivían en Kenia la invitaban a pasar el verano allí. Sin dudarlo ni un segundo y con el dinero que había conseguido como camarera, Jane dejó atrás a sus padres, amigos y a su país para embarcarse en una aventura que sabía que duraría mucho más que unas vacaciones.

Una vez instalada en el país africano, Goodall se las ingenió para lograr una entrevista con Louis Leakey, reconocido antropólogo británico que buscaba a alguien para que estudie el comportamiento de los chimpancés. Esa joven inglesa, entendió, era la persona perfecta.

Leakey logró obtener fondos para financiar las investigaciones de Jane, que no tenía más conocimientos que los de sus lecturas y visitas a museos en su Londres natal. Pero el no tener una carrera de grado no fue un obstáculo para el entusiasmo de la científica.

“No me olvidaré nunca la primera vez que vi un chimpancé, mientras transitaba por la jungla- describe, con el entusiasmo a flor de piel-. Vi como agarraba una ramita y le sacaba las hojas para luego ponerla en un hormiguero y cazar hormigas. Estaba fabricando una herramienta, se suponía que los únicos que teníamos esa habilidad éramos los humanos”.

A fuerza de paciencia y tenacidad, Goodall logró ganarse su confianza. Así, descubrió que era una sociedad dominada por los machos, que definían sus territorios de manera feroz y que podían tener varias hembras; que muchas madres eran muy contenedoras y capaces de cualquier cosa con tal de defender a sus crías y que las comunidades establecían comunicaciones entre ellos e incluso mostraban gestos de cariño, como abrazos, besos y palmadas en la espalda.

La reina de la selva…y de Cambridge

¿Existen las aventuras sin obstáculos? Los contratiempos surgieron cuando Leakey le explicaba a través de una carta que, para seguir consiguiendo subsidios, necesitaba tener un título para legitimarse. Pero no había tiempo para una carrera de grado: era necesario directamente un doctorado.

“Imaginen mi susto y mis nervios- relata Jane- cuando en esa carta Leakey me decía que me había conseguido una vacante en Cambridge para estudiar etología, ni siquiera sabía qué significaba esa palabra. Luego me enteraría que era el estudio del comportamiento de animales. Mis miedos y desconcierto se profundizaron cuando, una vez iniciado el curso, los docentes me dijeron que todo lo que había hecho estaba mal”.

En efecto, sostenían sus profesores, Goodall había hecho todo de forma incorrecta…al menos desde su perspectiva. Le explicaron que no tendría que haberle puesto nombres a cada chimpancé, sino números y que era ridícula la idea de hablar de personalidad, mentalidad o emociones en animales, ya que eso pertenecía únicamente a los humanos.

Uno de esos profesores era especialmente crítico y reacio a las conclusiones de la antropóloga, pero cambió radicalmente su opinión cuando la acompañó Parque Nacional Gombe Stream, Tanzania, donde ella había hecho sus últimas investigaciones.

“Ese docente me ayudó a escribir todo lo que había estudiado e investigado para que pudiera obtener mi doctorado”, explica Goodall y agrega que, a su vez, los chimpancés la ayudaron a convencer a una escéptica comunidad científica que la jungla y otros ambientes naturales son lugares donde se manifiestan variadas formas de inteligencia animal.

A sus tareas como investigadora se le sumaría luego su activismo a favor del medioambiente, lo que la terminaría convirtiendo en Mensajera de la Paz de las Naciones Unidas. Antes de cerrar su charla, Goodall fue optimista de cara a la Conferencia por el Clima que se realizará en París la próxima semana y también pensando en el futuro del planeta. “Todos somos conscientes de la contaminación del aire, de la tierra y del agua. Y si bien se pueden sentir impotentes y desesperanzados, lo cierto es que cada uno puede ser parte, cada uno cuenta”. ¿Hace falta aclarar que recibió una ovación de pie?

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