La Argentina que cambió

El 25 de Mayo de 2003 un nuevo presidente, casi desconocido, asumía el desafío de sacar a la Argentina del infierno. Venía del sur, una provincia con pocos habitantes y era un caudillo de difícil apellido que llegaba después del clamor porque se vayan todos y el interinato del senador Eduardo Duhalde, llamado a pacificar un incendio generado por más de una década de políticas liberales y un fin de ciclo de la mano de Fernando De la Rúa, que terminó cobardemente huyendo por los tejados.
El legado de la Alianza en el Gobierno fue obsceno, muertos en la plaza de Mayo, una deuda externa incontrolable y el ajuste como respuesta única a un callejón sin salida.
La hoy convertida en diputada nacional, Patricia Bullrich era la ministra de Trabajo que recortó el 13 por ciento de salarios estatales y la misma poda aplicó a las jubilaciones.
Domingo Cavallo fue recuperado del menemismo para intentar inyectarle vida a la agonizante Convertibilidad que ya había dejado a millones sin empleo y en la peor de las miserias durante los 90, con las privatizaciones y el endeudamiento.
El superministro no cambió las recetas en ese momento y todavía las sigue sosteniendo, por lo que recomienda volver a usarlas para “bajar el gasto y ordenar las macrofinanzas”. No es casual que la palabra ajuste vuelva a escucharse con asiduidad.
Vale advertir que las recetas, si son usadas del mismo modo, suelen generar los mismos resultados.
En los escasos dos años en el poder de De la Rúa, también se analizó recortar el presupuesto educativo y la política social estaba reducida a la mínima expresión.
En 2003 el desempleo había tocado el techo de 25 por ciento y la pobreza había alcanzado al 57,8 por ciento de la población, unos 20 millones de habitantes. En Misiones, en el primer semestre de 2003, la pobreza alcanzaba al 61,3 por ciento de los hogares y al 71,1 por ciento de la población después de la megadevaluación promovida por Duhalde. La indigencia alcanzaba al 32,8 por ciento de los hogares y al 52,8 por ciento de las personas. Literalmente, no tenían para comer.
El flaco desgarbado que venía del sur prometía no dejar sus convicciones en la puerta de Casa de Gobierno y aún con el escaso 22 por ciento de los votos, comenzó a mostrar que otro camino era posible. Se inició una etapa de enormes cambios en la Argentina acostumbrada al sometimiento económico y al servilismo naturalizado, con relaciones carnales y sonrisas fáciles con “mister Bush”.
El santacruceño renegoció la deuda externa y le pagó todo al Fondo Monetario Internacional en una decisión que buscó recuperar autonomía económica para poder deshacerse de las recetas de asfixia que eran aplicadas sin chistar.
Antes de huir en helicóptero, De la Rúa dejó el gobierno con una tasa de desocupación del 18 por ciento y el trabajo informal superior al 38 por ciento. El salario sufrió una feroz caída, solo comparable con la de 1989.
Era la época del club del trueque y los bonos Lecops que apenas si eran aceptados en los supermercados para comprar insumos básicos. La Carpa Blanca, las marchas de los jubilados y los atrapados por el corralito y las colas en las embajadas y aeropuertos llenas de jóvenes que se iban con sus esperanzas a otra parte, emigrantes de un país que le había quitado hasta los sueños.
Néstor Kirchner puso en marcha un cambio que tuvo como primer objetivo ordenar el país y las cuentas. Comenzó el proceso de un enorme desendeudamiento y recuperación del mercado interno. El nuevo presidente envió claros mensajes. Bajó el cuadro de Videla inaugurando una nueva etapa en los derechos humanos hasta entonces despreciados por la justicia y únicamente vivos en la memoria de víctimas y familiares después de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que clausuraron la etapa de los juicios iniciados en los primeros años del gobierno de Raúl Alfonsín.
El pago de la deuda al FMI fue otro momento clave. Argentina por primera vez en décadas comenzaba a tomar sus propias decisiones económicas. Los sucesivos acuerdos con el Fondo fueron gravosos para la economía y un sometimiento eterno para la política.
El país estaba “monitoreado” y ante cada vencimiento renegociado, era mayor el ajuste aplicado. La receta era clara: el pago de las cuotas de deuda y sus intereses debía ser la prioridad del Estado. El problema es que cada vez “sobraba” menos y las migajas ya no alcanzaban para nada.
En 2003 la deuda pública argentina representaba el 138 por ciento del Producto Bruto Interno. En Misiones la ecuación era similar, la deuda representaba dos presupuestos y medio.
El kirchnerismo logró reducir el peso de la deuda al 40 por ciento del PBI, transformando al país en uno de los de mayor nivel de desendeudamiento del mundo en la última década. En Misiones, la deuda representará el año que viene apenas el 10 por ciento del presupuesto después de tres gestiones consecutivas de la Renovación, que volvió a ser ratificada en las urnas el último 25 de octubre.
Según un estudio de la escuela de negocios española EAE Business School, Argentina presentó una reducción en la última década del 73 por ciento de su tasa de deuda pública respecto al Producto Bruto Interno (PBI), y resultó así el país con mayor nivel desendeudamiento del mundo. En términos de su capacidad productiva, la deuda de los países latinoamericanos es menor a la que registran las principales economías europeas, siendo Argentina el país con mayor nivel desendeudamiento del mundo.
Por eso mismo, el país se convirtió en el enemigo público de algunos organismos financieros internacionales y especialmente de los Fondos Buitre, tenedores de un siete por ciento de la deuda que no ingresó a los canjes y que ahora tienen al juez Griesa como el espadachín defensor de sus derechos de cobrar a valores nominales los bonos comprados a valores basura. Llamativamente, en Argentina tienen más aliados de los que cabría esperar. Los pronósticos catastróficos sobre los siete males que padecería la Argentina si no llega a un acuerdo con los buitres, obligan al país a litigar en dos desgastantes frentes.
El desendeudamiento, sin embargo, le permitió al país entrar en una etapa de crecimiento económico inédito y la misma experiencia se vivió en Misiones, donde en la última década como nunca antes se hicieron obras de infraestructura, viviendas, escuelas y se bajaron los peores indicadores sociales.
En la Argentina, la pobreza bajó al 6,5%, según los datos oficiales y el desempleo se redujo al 6,9 por ciento.
El empleo se mantiene en alto pese a un contexto de crisis internacional y la caída en casi toda la región. La Argentina es el país de América del Sur que más redujo el desempleo y uno de los tres que en Latinoamérica, donde la desocupación registró un descenso, a diferencia del resto, que mostraron aumentos en las tasas de inactividad de sus trabajadores, aseguraron en forma conjunta la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Según el Banco Mundial, Argentina duplicó su clase media en la última década y fue el país latinoamericano con el mayor aumento de este segmento social como porcentaje de la población total.
Para lograr esos indicadores, el rol del Estado fue central. Lejos de dejar todo librado al humor del mercado, intervino en la economía aplicando incentivos y protegiendo la industria nacional con el control del mercado externo y las importaciones.
Entre 2003 y 2013 el gobierno incrementó el salario mínimo en más del 1.300 por ciento, generando una enorme masa de trabajadores que alimentaron el consumo y como consecuencia, el mercado interno.
El kirchnerismo también amplió enormemente la seguridad social, convirtiendo a Argentina en el país con mayor índice de cobertura social de América latina, con el 94,3 por ciento. Para eso hubo primero que recuperar el sistema previsional, que estaban en manos de operadoras privadas, que hacían enormes negocios invirtiendo en el mercado financiero los aportes de trabajadores y jubilados y, sin embargo, no cubrían las necesidades mínimas de los aportantes.
Después de recuperar la administración del sistema previsional, se lanzaron moratorias para incorporar a los trabajadores que, en edad de jubilarse, no tenían los aportes necesarios. Eso permitió que unos 2,5 millones de jubilados reciban una pensión. Para la oposición, esta medida es incremento del “gasto público”.
En paralelo, el Gobierno también aumentó en más del 1.400 por ciento la jubilación mínima -que cobran cerca del 75 por ciento de los retirados.
El poder de compra de los salarios y las jubilaciones es ahora el más alto desde la salida de la convertibilidad, medido por la inflación de las provincias, según el Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz. El nivel general de salarios mejoró en septiembre un 29,8 por ciento en términos nominales en relación al mismo mes de 2014 y un 4,5 por ciento en términos reales, si se consideran los ingresos deflactados por el IPC-provincias.
“Esta suba real ya contabiliza el noveno mes consecutivo para el nivel salarial general, y el quinto mes consecutivo para el salario privado registrado”, indicó el informe.
En cuanto a los jubilados, se consignó que el haber mínimo jubilatorio aumentó de 3.822 a 4.299 pesos, es decir un 33 por ciento más entre los meses de septiembre de 2015 y 2014, “recuperando su poder de compra en 7 puntos según el IPC-provincias”.
Respecto a la Asignación Universal por Hijo, al pasar el monto mensual de 644 a 837 pesos, (+30%) incrementó su poder adquisitivo frente a todos los índices de inflación «recomponiendo los ingresos de los sectores más vulnerables de la sociedad».
“Esto implica que el poder de compra de los salarios y jubilaciones sean los más altos desde la salida de la Convertibilidad, superando en más de 9 puntos el salario promedio de aquel período”, consignó el CESO. Claramente, los salarios no son un costo, sino una herramienta para sostener el crecimiento de la economía.
La presidenta Cristina Fernández, quien el 10 de diciembre dejará el poder, asumió en 2007 con 45,9 por ciento de los votos. El modelo había sido ratificado en las urnas y aquel inicial 22 por ciento se duplicó. Pero apenas asumió, enfrentó una de las más duras batallas por la aplicación de retenciones a los patrones de la soja. Gracias al creciente valor internacional de la oleaginosa, el “campo” se transformó en una enorme sabana verde que pasó a representar el 60 por ciento del total de tierras cultivadas, la mayor parte en manos de grandes pooles de siembra. Las retenciones a sus enormes ganancias en dólares despertaron la furia chacarera y provocaron un cisma en el Gobierno con la traición del vicepresidente radical Julio Cobos, que votó a favor de los patrones rurales.
Sin embargo, esa derrota terminó fortaleciendo a la Presidenta, que en contraofensiva, tomó decisiones históricas, como la creación de la Asignación Universal por Hijo, la recuperación de Aerolíneas Argentinas y la expropiación de YPF para volver a tener dominio sobre los recursos energéticos.
La AUH, reconocida hasta por el Banco Mundial, supone entre el 24 y el 36 por ciento de los ingresos en las familias más desfavorecidas, y representa una ampliación de derechos y de la cobertura de la seguridad social a los menores cuyos padres están desempleados o trabajan en negro.
Después de la sorpresiva muerte de Néstor Kirchner en 2011, con el 54 por ciento de los votos, Cristina se convirtió en la primera mujer reelecta. Por primera vez, de manera continua, un mismo modelo político iba a gobernar por más de una década.
La ampliación de derechos le dio a la Presidenta una inmensa cantidad de seguidores. En 2010 se aprobó por ley el “matrimonio igualitario”, convirtiendo a Argentina en el primer país de América latina -y el décimo del mundo- en permitir el casamiento entre personas del mismo sexo.
En 2012, el Gobierno promovió la Ley de Identidad de Género, que permite que travestis, transexuales y transgéneros sean inscriptos en sus documentos de identidad con el nombre y sexo de elección, y además obliga al Estado a solventar las operaciones de cambio de sexo.
El gobierno de Cristina también fue elogiado por mejorar los derechos de las mujeres: a finales de 2012 una nueva ley agravó las penas para los delitos de violencia de género y otra endureció las condenas para los crímenes de explotación sexual y la trata de personas.
La Presidenta prohibió por decreto la publicación de avisos gráficos de oferta sexual en los diarios como una medida para prevenir la trata y en 2013 el gobierno promulgó una nueva ley que castiga el trabajo infantil y otra que busca regularizar la situación de más de un millón de empleadas domésticas, la mayoría de quienes trabajan de manera informal. El Fútbol para Todos permitió que miles de argentinos miren en directo a sus equipos sin la necesidad de pagar un abono al monopolio mediático que retenía los goles para alimentar a sus programas.
Se suman a estas medidas otros respaldos sociales como el Progresar o el Procrear, para cubrir la demanda de viviendas. El Progresar permite que jóvenes de entre 18 y 24 años culminen sus estudios. En Misiones, casi el 50 por ciento de los jóvenes que reciben las becas, están cursando estudios superiores. En la provincia hay 45.710 jóvenes y “vamos camino a los 100 mil”, sostuvo el delegado local de la Anses. Se trata de becas de 900 pesos mensuales, de los cuales cobran 720 y el resto cuando demuestran que son alumnos regulares. Son cerca de 500 millones de pesos volcados directamente a la economía familiar, que se suman a los 1.428 millones que llegan por la AUH.
Esta enorme red de contención e inclusión social, conviertió a la Argentina en un país que logró sostener el empleo, la economía interna y redujo los niveles de pobreza por encima de otros países de la región. Los expulsados del 2000 volvieron y los europeos sin trabajo compran los pasajes para venir a la tierra del mate y el dulce de leche.
Argentina también logró sortear los efectos de la crisis global que estalló en 2008 y que todavía tiene coletazos que mantienen a millones de personas sin trabajo alrededor del planeta, en países que siempre fueron el «ejemplo», como España, Alemania o Estados Unidos. Brasil mismo, después de un titánico esfuerzo de inclusión iniciado con Lula, comenzó a aplicar recetas ortodoxas que hicieron caer el PBI y aumentó las tasas de desempleo y pobreza. Las políticas liberales que está usando Dilma Rousseff para sostener su capital político le están dando resultados desde lo institucional, pero claramente provocaron un distanciamiento con su base social.
Las propuestas de ajuste recorren, sin embargo, toda Latinoamérica. Cada país que enfrenta una elección concentra las fuerzas de la derecha para volver a recuperar el poder perdido en la última década. Brasil, Bolivia, Ecuador, Chile o Venezuela antecedieron el debate que se presenta hoy en la Argentina.
Hasta ahora, salvo en Paraguay, donde fue expulsado Fernando Lugo, los procesos progresistas no se detuvieron. En Chile se impuso por un período Sebastián Piñera hasta el retorno de Michelle Bachelet y Dilma tuvo que batallar hasta el final para lograr su reelección, acosada por la coalición opositora.
Pero en el mismo Paraguay, dominado eternamente por el partido Colorado, las elecciones municipales de medio tiempo registraron triunfos del frente liderado por el ex obispo o algunos de sus aliados, con derrotas coloradas en la capital Asunción o distritos potentes, como Encarnación, la cuna de Alfredo Stroessner, donde pasaron casi 80 años para que haya un cambio de signo político.
Ahora es Argentina la que enfrenta el dilema, con el fin de un ciclo de doce años entre el caudillo llegado de lejos y su esposa, la actual Presidenta. Después de un año cargado de política, con las Primarias de agosto, se llega al gran domingo definitivo. La primera vuelta de octubre ya es historia.
La paridad reflejada en la primera vuelta ya es más que una anécdota. En los últimos días los dos candidatos tuvieron tiempo para mostrarse tal cómo son y dar sus mejores propuestas u ocultar sus inconfesables intenciones.
Los enormes cambios que tuvo el país en los últimos años, se pondrán a prueba hoy ante el mejor de los jurados, el voto en libertad y democracia. Serán los argentinos los que decidan si el cambio se sigue profundizando o simplemente se da vuelta la hoja.

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