Opinión: La Familia y la Cumbre del Cambio climático en París

La Familia, base social de la civilización del amor. Tiempo atrás, simplemente se la definía así….gente que vive en una casa bajo la misma autoridad.

La familia, es tradición oral por excelencia, perdurando por todas las épocas y muestra (como nunca antes, en estos momentos históricos) su crisis cultural / social, indistintamente de sus colores de piel, idiomas, culturas, coyunturas, la cual se ve incrementada por los medios de comunicación, quienes provocan mayores sufrimientos en busca de su debilitamiento, tratando de destruirla o deformarla.

Dentro del marco del planeta, su cuidado, la CASA COMUN, y ante la Conferencia de Cambio Climático COP21 de Paris, en diciembre próximo es nuestra opinión que la FAMILIA es participe clave, y que debemos tener presente los dichos de Pio XI, quien en 1929, la describió como “el primer ambiente natural y necesario de la educación”.

En la “Casa común” que definió Francisco, imaginamos un gran árbol representando a la familia, la Mujer como tronco, acompañada por el hombre y donde los niños, ancianos, educación, formación están desarrollados en sus diversas ramas con sus frutos; un árbol rodeado con atmosfera predominante de AMOR.

La familia es UNION y CERCANIA, unidad que genera tendencia y otorga previsibilidad,(santuario para Juan XXIII), con Claudia opinamos que fue, sigue siendo y será siempre el pilar fundamental e irrenunciable de la vida social, y como lo hemos antedicho en nuestros artículos, entendemos que la mujer es su columna vertebral. La familia, está sostenida desde los inicios de los tiempos por la MUJER, desde que somos NIÑOS hasta que nos convertimos ANCIANOS, a través de la formación y educación; demostrado cotidianamente !!

 

Memorables palabras del “Papa bueno”, Juan XXIII, quien en Dic. de 1960, año de mi nacimiento, hablo de la “competencia” de la mujer en la familia: “ …a la mujer le compete un puesto insustituible, es la voz que todos escuchan en el hogar, cuando sabe hacerse oír y sabe siempre hacerse respetar; es la voz vigilante y prudente de la mujer, esposa y madre. Ella es, efectivamente, la que en todo tiempo y circunstancia tiene que saber hallar los recursos para afrontar con conciencia serena sus deberes de madre y de esposa; para hacer acogedor y tranquilo su hogar después de las fatigas del trabajo diario; para no abatirse frente a las responsabilidades que lleva consigo la educación de los hijos”..

Continuando…..»Este santuario (lo decimos con dolor de corazón) ..¡está amenazado por tantas insidias! Una propaganda a veces irresponsable se vale de los poderosos medios de la Prensa, del espectáculo y de la diversión para propagar especialmente entre los jóvenes los gérmenes nefastos de la corrupción. Es necesario que la familia se defienda, que las mujeres ocupen con valentía y profundo sentido de responsabilidad su puestos en esta obra, y que sean infatigables en vigilar, en corregir, en enseñar a distinguir el bien del mal, valiéndose incluso, si es necesario, de la protección de la ley civil».

La familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión se requieren un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos

En la familia conviven múltiples diferencias, mediante las cuales se estrechan relaciones, se crece confrontándose y acogiéndose mutuamente entre generaciones. Precisamente de este modo la familia representa un valor fundante y un recurso insustituible para el desarrollo armónico de toda sociedad humana, según afirma el ConcilioVaticano II: «La familia es escuela del más rico humanismo […] activa presencia del padre […] el fundamento de la sociedad» (Pablo VI, 1965,Gaudium et Spes, 52). En las relaciones familiares, conyugales, filiales y fraternas todos los miembros de la familia establecen vínculos fuertes, con concordia y respeto recíproco, que permiten superar los riesgos del aislamiento y de la soledad.

La comunión familiar puede ser conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Exigiendo una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación. Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión; aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar. Pero al mismo tiempo, cada familia está llamada por el Dios de la paz a hacer la experiencia gozosa y renovadora de la “reconciliación”, esto es de la comunión reconstruida, de la unidad nuevamente encontrada. En el próximo mes, se inicia el año de la Misericordia.

“Ser familia es una gran y bella vocación que requiere responsabilidad, también difícil de realizar, por esto Juan Pablo II quería ayudar a crecer en esta vocación” nos recuerda Mons. Mokrzycki, Arzobispo de Lviv y Presidente de la Conferencia Episcopal de Ucrania.

Ya en la Encíclica Familiaris Consortio, nov 1981, Juan Pablo II, nos decía: la FAMILIA, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar. Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida conyugal y familiar. Otras, en fin, a causa de diferentes situaciones de injusticia se ven impedidas para realizar sus derechos fundamentales.

 Por ello la Iglesia puede y debe ayudar a la sociedad actual, pidiendo incansablemente que el trabajo de la mujer en casa sea reconocido por todos y estimado por su valor insustituible. Esto tiene una importancia especial en la acción educativa; en efecto, se elimina la raíz misma de la posible discriminación entre los diversos trabajos y profesiones cuando resulta claramente que todos y en todos los sectores se empeñan con idéntico derecho e idéntica responsabilidad. Aparecerá así más espléndida la imagen de Dios en el hombre y en la mujer. (Fam. Consortio).

 La familia es la base de la sociedad, y el lugar donde las personas aprenden por primera vez los valores que los guiarán durante toda su vida. (Juan Pablo II).

 En primer lugar, la misión educativa de la familia concuerda admirablemente con la misión educativa de la Iglesia, ya que ambas proceden de Dios de un modo muy semejante. Porque Dios comunica inmediatamente a la familia, en el orden natural, la fecundidad, principio de vida y, por tanto, principio de educación para la vida, junto con la autoridad, principio del orden.

La familia es un don de Dios; ella implica una vocación que viene de lo alto, que no puede improvisarse. Ella es el principio de la verdadera y buena educación; la familia es todo o casi todo para el hombre; por ejemplo, para el niño que despierta a la vida en sus primeras experiencias imborrables; para el adolescente y el joven, que encuentran en ella un ejemplo que imitar y un baluarte contra el nefasto espíritu del mal; para los mismos cónyuges, protegidos contra las crisis y las desorientaciones a que a veces están expuestos; para los ancianos, finalmente, que pueden disfrutar en ella del fruto merecido de una larga fidelidad y constancia.

El papa Francisco advirtió a los colegios (Escuelas Católicas es una institución que representa en España a 2.048 centros educativos concertados católicos, 1.207.527 alumnos y 100.400 trabajadores) que si excluyen a los padres, así como sus creencias y valores están realizando “una amputación grave” en la educación de los niños. Destacó “el papel de los padres y de toda la familia en la escuela” porque, según precisa, educar es también “un acto de amor” y “son ellos los que tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos”. “Los niños y jóvenes tienen derecho ciertamente a recibir una educación de calidad impartida con competencia y profesionalidad pero sobre todo necesitan una educación de calidad humana, moral y espiritual y para ello es imprescindible el testimonio y coherencia de los profesores, este debe ser un aspecto fundamental y distintivo de la escuela católica”, educando a sus alumnos para que “luchen contra la cultura del descarte y la marginación” porque, según recuerda, educar supone también “abrirse a una amplia dimensión social” y, a su juicio, es “una obligación compartir con los pobres y necesitados el pan de la cultura”.
Merece también nuestra atención el hecho de que en los países del llamado Tercer Mundo a las familias les faltan muchas veces bien sea los medios fundamentales para la supervivencia como son el alimento, el trabajo, la vivienda, las medicinas, bien sea las libertades más elementales. En cambio, en los países más ricos, el excesivo bienestar y la mentalidad consumística, paradójicamente unida a una cierta angustia e incertidumbre ante el futuro, quitan a los esposos la generosidad y la valentía para suscitar nuevas vidas humanas; y así la vida en muchas ocasiones no se ve ya como una bendición, sino como un peligro del que hay que defenderse.

El principio interior, la fuerza permanente y meta última es el AMOR; es así como la familia sin el amor, no es una comunidad de personas, sin el amor la familia no puede vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas. Ya en el año 1979, Juan Pablo II, en la encíclica Redemptor Hominis nos indico que “El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente”

A través de los medios de comunicación, hemos sido participes de aquel Domingo 27 de septiembre de este año, de la Misa de clausura del VIII Encuentro Mundial de las Familias, donde el Papa Francisco nos hablaba de “gestos”: … “gestos mínimos que uno aprende en el hogar, gestos que hacen diferente cada jornada. Son gestos de madre, de abuela, de padre, de abuelo, de hijo, de hermanos. Son gestos de ternura, de cariño, de compasión. Son gestos del plato caliente de quien espera a cenar, del desayuno temprano del que sabe acompañar a madrugar. Son gestos de hogar. Es la bendición antes de dormir y el abrazo al regresar de una larga jornada de trabajo. El amor se manifiesta en pequeñas cosas, en la atención mínima a lo cotidiano que hace que la vida siempre tenga sabor a hogar. La fe crece con la práctica y es plasmada por el amor. Por eso, nuestras familias, nuestros hogares, son verdaderas Iglesias domésticas. Es el lugar propio donde la fe se hace vida y la vida crece en la fe. ¿En cada casa se grita o se habla con amor y ternura? Es una buena manera de medir nuestro amor”.

Con Claudia, hemos descubierto el gran contenido de las Misas matinales en la Capilla de Santa Marta, allí Francisco nos entrega “pequeños ayuda memorias” , como este de Enero del cte. en que hizo referencia al hermoso trabajo de las mamás y de las abuelas, el hermoso servicio de esas mujeres que hacen las veces de mamás y de mujeres en una familia (puede ser una empleada, puede ser una tía) de transmitir la fe; y añadió, que deberíamos preguntarnos “si hoy las mujeres tienen esta conciencia del deber de transmitir la fe, de dar la fe”.

En Enero del pasado año, en el Congreso Nacional del Centro Italiano Femenino, Francisco rememoro la carta apostólica Mulieris dignitatem de 1988, del beato Juan Pablo II, acerca de la dignidad y vocación de la mujer, un documento que en línea con la enseñanza del Vaticano II, ha reconocido la fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual (cf. n. 30); recordando también el mensaje para la jornada mundial de la paz de 1995 sobre el tema “La mujer, educadora para la paz”.

Nuevos espacios y responsabilidades se han abierto, y que deseo vivamente se puedan extender ulteriormente a la presencia y a la actividad de las mujeres, tanto en el ámbito eclesial como en el civil y profesional, no pueden hacer olvidar el papel insustituible de la mujer en la familia. Los dotes de delicadeza, peculiar sensibilidad y ternura, que abundantemente tiene el alma femenina, representan no sólo una genuina fuerza para la vida de las familias, para la irradiación de un clima de serenidad y de armonía, sino una realidad sin la cual la vocación humana sería irrealizable. Esto es importante. Sin estas actitudes, sin estos dotes de la mujer, la vocación humana no puede realizarse.

Todavía hoy, en gran parte de nuestra sociedad permanecen muchas formas de discriminación humillante que afectan y ofenden gravemente algunos grupos particulares de mujeres como, por ejemplo, las esposas que no tienen hijos, las viudas, las separadas, las divorciadas, las madres solteras.

Es preciso defender y promover la dignidad de la mujer. En efecto, hoy en muchos contextos ser mujer es objeto de discriminación, y con frecuencia se penaliza el don de la maternidad en lugar de presentarlo como un valor. Tampoco hay que olvidar los crecientes fenómenos de violencia de los que son víctimas las mujeres, a veces lamentablemente también en el seno de las familias. Por otro lado, la explotación sexual de la infancia constituye una de las realidades más escandalosas y perversas de la sociedad actual. Asimismo, en las sociedades golpeadas por la violencia a causa de la guerra, del terrorismo o de la presencia del crimen organizado, se dan situaciones familiares deterioradas y sobre todo en las grandes metrópolis y en sus periferias crece el llamado fenómeno de los niños de la calle.

Las madres son el antídoto más fuerte a la difusión del individualismo egoísta. “Individuo” quiere decir “que no puede ser dividido”. Las madres, en cambio, se “dividen”, ellas, desde cuando acogen un hijo para darlo al mundo y hacerlo crecer. Una sociedad sin madres sería una sociedad deshumana, porque las madres siempre saben testimoniar incluso en los peores momentos, la ternura, la dedicación, la fuerza moral. Las madres a menudo transmiten también el sentido más profundo de la práctica religiosa: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que un niño aprende, se inscribe el valor de la fe en la vida de un ser humano.

En la familia, que es comunidad de personas, debe reservarse una atención especialísima al niño, desarrollando una profunda estima por su dignidad personal, así como un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos; así como con los ancianos, donde existen culturas que manifiestan una singular veneración y un gran amor por el anciano; lejos de ser apartado de la familia o de ser soportado como un peso inútil, el anciano permanece inserido en la vida familiar, tomando parte activa y responsable —aun debiendo respetar la autonomía de la nueva familia— y sobre todo desarrolla la preciosa misión de testigo del pasado e inspirador de sabiduría para los jóvenes y para el futuro.

 Nosotros no somos huérfanos, tenemos la Virgen, la madre Iglesia y nuestra madre. En la familia está la madre. Toda persona humana debe la vida a una madre y casi siempre debe a ella mucho de la propia existencia sucesiva, de la formación humana y espiritual. Pero la madre, aún siendo muy exaltada desde el punto de vista simbólico – tantas poesías, tantas cosas bellas que se dicen poéticamente de la madre – es poco escuchada y poco ayudada en la vida cotidiana, poco considerada en su rol central en la sociedad; es más, está siendo denostada gracias a la violencia de género.

En este año del Bicentenario del nacimiento de Don Bosco, fundador de la Congregación de la cual soy ex alumno, la Familia Salesiana (conformada por consagrados y laicos comprometidos), ha festejado y va creciendo en cada uno de los más de cien países fomentando un apreciable numero de vocaciones sacerdotales.

En nuestras oraciones al Señor Jesús …..EL PASADO A TU MISERICORDIA, EL FUTURO A TU PROVIDENCIA, EL PRESENTE A TU AMOR………

Y como nos recordó en su paso por la Argentina el Rector Mayor Fernández Artime, “el pasado no fue mejor, tan solo fue distinto”. (Fuente:  Gabriel Alsó, ex alumno Salesiano y colaboradora Claudia M. Fassa).

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