El debate de fondo

Si la receta es la misma, los resultados no serán muy distintos. Las políticas liberales implican siempre un ajuste, endeudamiento, concentración de la renta y salarios deprimidos. Argentina ya tuvo episodios dolorosos durante la última dictadura, con Martínez de Hoz como precursor de políticas que se replicaron durante los 90 con Carlos Menem y Domingo Cavallo. La deuda externa se multiplicó varias veces, al mismo ritmo que la pobreza y el desempleo.
Es el mismo modelo que ofrece ahora Mauricio Macri, maquillado de amarillo y buenas intenciones. Apertura de la economía, liberación de importaciones y exportaciones, eliminación de retenciones, quita de subsidios y endeudamiento, todo junto a una devaluación que destruirá los salarios.
Mete tanto miedo la oferta que los economistas del macrismo tuvieron que esconderse para no dañar la pulcra campaña de Mauricio. Súbitamente desaparecieron de escena Alfonso Prat Gay, Federico Sturzenegger y Carlos Melconian, los paladines del ajuste y el endeudamiento.
Mete tanto miedo la idea de que los resultados sean los mismos, que hasta enemigos declarados del kirchnerismo están dando desesperadas voces de alerta.
Primero fue Roberto Lavagna, economista estrella de Sergio Massa y ex ministro de la primera etapa del kirchnerismo. “Desde la alianza PRO esconden a sus economistas y cuando no lo hacen reproducen lo que decía Domingo Cavallo, falta que digan que hay provincias inviables”, apuntó. En realidad, ya lo dijeron. Lo deslizó Prat Gay cuando cuestionó a los caudillos de «provincias con pocos habitantes».
“Si lo que hay es ajuste tradicional como tantas veces hubo en la Argentina, es decir, si se va a combinar lo peor que es la devaluación con transferencia a la inflación, hay que aclararlo», continuó Lavagna.
“No queremos cualquier cambio, no todos los cambios son iguales. Desde que el candidato del PRO dijo que iba a levantar el cepo el primer día de gobierno, opiné que eso era imposible a no ser que recurra a un enorme endeudamiento externo o a una gran devaluación, o a una combinación de ambas cosas”, indicó Lavagna.
Es eso, justamente lo que pretenden hacer. Corridos los economistas de la escena, cada tanto Macri o la candidata a vice, Gabriela Michetti, dan señales en ese sentido.
“Creemos que el endeudamiento en un país es algo sano”, dijo Gabriela en una recorrida de campaña que incluyó una fugaz visita a Posadas. “Nosotros haremos absolutamente todo lo que esté a nuestro alcance para que nuestro proyecto político sea un proyecto de cuidado de las personas», dijo sobre el impacto de una devaluación estimada en 50 por ciento para llevar el dólar de 9 y monedas a quince pesos. Lo que esté al alcance. Si no alcanza, vaya usted con Dios.
El periodista Ernesto Tenembaun es un conocido “militante” antikirchnerista. Desde sus programas o con sus columnas, siempre cuestionó las decisiones del Gobierno, especialmente las de Cristina. Pero hasta a él le alcanzó el miedo a volver atrás. En una columna publicada por el diario El Cronista, advirtió del peligro de volver a políticas ya aplicadas.
“Devaluar como si fuera una fiesta, como si no fuera a ocurrir nada, revela una de dos cosas: quien lo propone subestima sus efectos sociales -lo que es grave-, o que quien lo propone no tiene la más mínima idea de lo que va a hacer -lo que es más grave aún-”, deslizó el colega.
“Anunciada como una medida aislada y salvadora, la liberación del cepo parece más bien un piletazo”, agregó.
Se parece demasiado a eso. Rodríguez Larreta, el delfín de Macri que ganó la intendencia de la ciudad de Buenos Aires, insistió en que se va a levantar el cepo y «aspiramos a que la gente confíe y no vaya corriendo a comprar dólares». Aspiramos. “Esperemos que ese dólar esté por debajo de los 16 pesos”, se ilusionó el propio Macri.
En realidad, el anuncio anticipado de una devaluación ya generó efectos inmediatos en la suba de precios de algunos productos como el pan.
Pero será mucho peor después del 22 si se confirma un triunfo de Macri. ¿Para qué esperar a diciembre? Quienes tengan dinero irán corriendo a comprar dólares oficiales o en negro para poder canjearlos después cuando valgan 50 por ciento más caro.
Los exportadores y los patrones de la soja sentados sobre toneladas de grano, simplemente esperarán para liquidar después de diciembre, a un dólar mucho más alto mientras sus costos de producción seguirán en pesos y a valores actuales.
Es decir, solo un anticipo de las medidas que tomará Macri, ya provocó reacciones que poco y nada tienen que ver con la confianza o con «aspiraciones». Bussines are bussines.
Más fuerte aún, fue el pronóstico de Tenembaun. Si Macri llegara a gobernar, tendrá una base social frágil, que, ante una movida en falso en un tema tan sensible, puede evaporarse en tiempo record. “Ganarle una elección al peronismo era un objetivo imposible. Gobernar este país es aún más complicado que eso”, cerró el periodista.
Pretender que las medidas de ajuste y una devaluación de por lo menos el 50 por ciento tendrán efectos inocuos en la economía y en la sociedad es pecar de optimismo o necedad.
Cualquier devaluación se traslada a la puja de precios. ¿Qué le impedirá a un exportador de carne pretender en el mercado interno un precio similar al que recibirá en dólares? Si además se eliminan los controles cambiarios y se aliviana “la presión del Estado”, el indefenso será el consumidor de a pie.
Lo mismo sucede con los subsidios a la energía o al transporte. Con el recorte pretendido por Macri y sus economistas, las tarifas sufrirán una disparada, con un inmediato efecto en la inflación que se pretende “combatir”. Así, los salarios perderán poder de compra y como no habrá incrementos en la misma sintonía (con el argumento de bajar la inflación), sufrirán una depreciación, con la consiguiente caída del consumo, pérdida de empleo y cierre de empresas. Circulo vicioso. Y conocido.
El historiador y periodista misionero, Pablo Camogli, en su monografía “La distribución funcional del ingreso en tiempos de inestabilidad política -1950 a 1983-”, desmitifica que un ajuste como el que impulsa Macri tenga algún efecto positivo de mediano plazo.
Recuerda que Arturo Frondizi en 1959 aplicó un «shock» parecido y el efecto fue que se derrumbó el PBI 6,9 por ciento, se disparó la inflación 113,7 por ciento y se redujo la participación de los trabajadores en la riqueza nacional un 6,72 por ciento.
Algo similar hizo la dictadura en 1976 y redujo el PBI 1,7 por ciento, llevó la inflación al 444,1 por ciento y retrajo los salarios en un 30,33 por ciento.
Daniel Scioli admite un atraso cambiario y también reconoce que hay que achicar el déficit fiscal. Pero se diferencia de su contrincante en que propone medidas progresivas que diluyan el efecto negativo, acompañadas por otras que mejoren el poder adquisitivo del salario y la protección a los menos favorecidos.
La suba del mínimo de Ganancias a 30 mil pesos y el 82 por ciento móvil para las jubilaciones mínimas, van en ese sentido.
Segmentar las retenciones y combinarlas con bajas a las economías regionales, tendrá un impacto directo en los recursos y el empleo en las provincias sin afectar los recursos del Estado.
Scioli también promete revisar el valor del dólar, pero sin saltos al vacío.
Las promesas directas para Misiones, por caso, marcan claramente las diferencias. Bajar las retenciones a las exportaciones de té, yerba, tabaco y productos forestales pymes, redundará en la recuperación de unos 300 millones de pesos al año que quedarán directamente en manos de los productores. Si a eso se le suman unos puntos de reintegro, el dinero será más.
En cambio, una reducción a cero de las retenciones a la soja, como piensa Macri, tendrá un enorme impacto en los recursos provinciales. 600 millones están presupuestados por el fondo federal solidario, que se genera con la coparticipación de las retenciones. De esos 600, 200 van directo a los municipios.
Eliminar las retenciones como planea el PRO es una medida que no garantiza que mejoren las condiciones económicas de los productores.
En realidad, beneficiará a los grandes terratenientes y profundizará las diferencias con los pequeños productores, que no tienen posibilidad de crecer y competir con los grandes pooles de siembra. Así, lo más probable es que las fronteras de la soja se extiendan un poco más, expulsando de la agricultura a los pequeños y forzando la dependencia de un monocultivo.

 

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La otra diferencia sustancial entre Macri y Scioli es el rol del Estado.
Macri concibe al Estado como una empresa, donde la rentabilidad y la eficiencia están por encima de los problemas de sus operarios. «Cuanto menos impuestos cobre el Estado, más trabajo va a haber para los argentinos», repite como latiguillo.
Para hacer una comprobación empírica no hay que ir demasiado lejos.
Durante los 90, la presión impositiva fue nula en Misiones. ¿El resultado? Un brutal endeudamiento, pobreza y desempleo. Los empleados públicos terminaron pagando con el ISE y el IETE las decisiones de Ramón Puerta, por entonces gobernador, ex candidato de Sergio Massa ahora nuevamente alineado en las huestes macristas.
La actividad económica sí se concentró en pocas manos con el ingreso de algunas multinacionales y miles de colonos abandonaron sus chacras por los precios bajos de sus productos.
En la visión PRO, el Estado es mejor si es no tiene relevancia. Por eso no sorprende Juan José Aranguren, eventual ministro de Energía, deslizara la idea de reprivatizar YPF. Es el mismo Aranguren que hasta poco tiempo fue CEO de Shell.
Pero también se lo recuerda por los injustificados aumentos de precios que motivaron que el ex presidente Néstor Kirchner llamar a un boicot contra la petrolera anglo-holandesa. Ocurrió en Posadas hace diez años, cuando Shell había subido sus precios entre 2,6 y 4,2 por ciento, mientras que las otras petroleras mantenían sus valores.
“En el país hubo un sector que se quedó con la renta de todos los argentinos, y cuando la ven peligrar y entra a participar otro conjunto de argentinos, trata de volver a adueñarse. Mi deber es defender al pueblo argentino y ponerme al frente del pueblo”, había dicho esa noche Kirchner en defensa del boicot.
Ahora ese mismo Aranguren ocupará un rol clave si gana Macri. Ya dijo que la soberanía energética no es relevante y que revisará la continuidad de la YPF estatal.
“El modelo de Macri tiene ganadores, pero no será el pueblo”, coincidió el gobernador Maurice Closs.
“Para el sojero, viene Macri y en vez de vender la tonelada de soja a dos mil pesos, venderá a 3.600. Pero el resto no tiene soja, el misionero no tiene soja. Y el sueldo te va a alcanzar para menos, porque habrá una inflación de por lo menos 30 por ciento”, agregó sobre la política económica que impulsa la alianza Cambiemos.
En Misiones comenzaron a aparecer voces que ponen en duda la conveniencia de un «cambio». Hay sectores empresarios que serán perjudicados, especialmente por la apertura de las importaciones. Otros hombres de negocios señalan que «nadie quiere volver al ajuste», aunque advierten que se hace urgente recuperar competitividad para explotar el potencial productivo de Misiones, que en la última década recibió enorme inversión en infraestructura.
Un directivo de una yerbatera sostuvo que el sector perdió no menos de 700 millones al año más impuestos por no poder subir precios a salida de molino. «Debería estar entre 31 y 32 pesos a salida de molino, pero en Buenos Aires podés encontrar paquetes a 20 pesos», se quejó.
Lo mismo sucede con la madera y la pasta celulósica, que no pueden exportar y afrontan subas de costos, lo que redunda en una enorme capacidad de producción desaprovechada.
“Salvo que Scioli salga a decir qué hará para Misiones, puede perder votos”, pronosticó.
Omar Pérez, directivo de la Coordinadora Mercantil, una entidad que busca nuclear a pequeños comerciantes no representados por la Cámara de Comercio tiene una visión pesimista sobre el impacto de un eventual gobierno de Macri.
“Es preocupante cuando los referentes económicos de Macri aseveran que si ganan las elecciones, aplicarán una devaluación «brusca» de la cotización de la moneda estadounidense”, analizó.
«Esta situación conllevaría una redistribución de los que menos hacia los que más tienen, reduciendo el salario real por que los precios de los alimentos y de muchos otros productos de la canasta familiar están ligados al dólar, con un dólar alto y los salarios congelados el poder adquisitivo cae, ergo hay mucho menos consumo y menos ventas en los comercios y empresas. También con un incremento del precio del dólar y la apertura de las importaciones, se producirá un ingreso descontrolado de productos importados que traerían como consecuencias una nueva destrucción de la incipiente industria nacional y varias Pymes, comercios, economías regionales e industrias quedarían en el camino como en la década de los 90 en Argentina», adelantó.
En cambio, en la Cámara de Comercio de Posadas, donde muchos dirigentes jugaron abiertamente por el PRO, incluso como candidatos, prefieren no expresarse públicamente.
Pero por lo bajo, señalan que una devaluación tendrá un impacto de corto plazo que se verá compensado por una disminución de las compras en Encarnación. También, claro está, se verán beneficiados con un congelamiento de salarios.
Pese a que la industria forestal reclama mejores condiciones para exportar, el vicepresidente de la Asociación Maderera y Aserraderos del Alto Paraná (Amayadap) Román Queiroz fue contundente: «El 22 de noviembre se ponen en juego dos modelos de país. El que plantea Mauricio Macri con un libre mercado que produjo el quiebre de muchas empresas en la década del 90 y el que propone Daniel Scioli que es el cuidado de las empresas nacionales como la de fenólico y que con una regulación de las importaciones nos permitirá seguir en crecimiento; es decir continuar manteniendo las fuentes laborales de los trabajadores y de sus familias. Hay una película que ya la vi y que no deseo que se repita».
El empresario sostuvo que «con Scioli si bien vislumbramos una economía devaluada, no será tan veloz que como con Macri. Por las conversaciones que hemos tenido con gente del gobierno de Scioli la idea de éste es mantener la administración del comercio exterior; esto significa que se van a regular las importaciones y los productos sensibles como el caso del fenólico, los pisos, la industria del juguete o del calzado, etcétera. Creemos que en un eventual gobierno de Scioli podríamos estar un poco más protegidos que en un eventual gobierno de Macri».
Queiroz afirmó que «una apertura de las importaciones como se dio en la época de Martínez de Hoz o en los 90 será ver nuevamente fábricas cerradas. Los productos importados significan que habrá mano de obra de otros países que reemplazará la mano de obra nacional. Si esto se produce yo no sé si van a cerrar empresas lo que sí sé es que habrá menos producción y menos empleo», aseguró. La industria del mueble y los fenólicos peligrarán con una apertura indiscriminada.
Guillermo Vázquez, un desarrollador inmobiliario con varios emprendimientos en marcha, pidió «dejar de tener amnesia histórica» y aseguró que «si hacemos análisis de 30 años, fue uno de los mejores gobiernos de la Argentina, aunque es indudable que se cumplió un ciclo y hay que recrear la confianza». Para el empresario, una apertura de importaciones como la que propone el PRO, tendrá un efecto devastador en la economía interna y el empleo. «No se puede matar la industria nacional», reclama.
Es que pese a las correcciones que se hacen necesarias, el país ha demostrado una solvencia inédita en un contexto internacional inflamable no sólo por las crisis económicas y financieras, sino por los aterradores efectos de una nueva guerra santa global que se libra desde hace años y que se cobra víctimas a diario, en Siria, Irak, Afganistán, África o la más visible París.
La «apertura al mundo» que se proclama no es inocente. No hay ningún país que no proteja la industria nacional con una apertura irrestricta de productos extranjeros. La presencia del Estado es fundamental para sostener el empleo y equilibrar la distribución de la riqueza. Gracias a esto, la pobreza y el desempleo descendieron y las empresas se recuperaron. Un dólar alto no resuelve los problemas y puede generar otros mucho más profundos. Una economía abierta puede inundar el mercado de productos baratos que pocos podrán comprar porque no tendrán empleo.
Estas cosas estarán esta noche en debate. Hay que escuchar con serenidad cada propuesta y, sobre todo, cómo la llevarán a cabo. Scioli y Macri, estarán cara a cara en un debate histórico, sin asesores ni marketing, desnudos ante la mirada de los argentinos. Habrá que escucharlos con serenidad. Y esperar a que cada uno diga con claridad qué es lo que proyecta. Sin frases de ocasión ni expresiones de buenos deseos. Qué y cómo. El país dependerá de eso.

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