Cara a cara

La definición se estiró. Argentina deberá decidir a su futuro presidente en tres semanas, en un sprint final que sorprendió a todo el mundo y que contradijo los sondeos previos. Daniel Scioli ganó la primera vuelta apenas por dos puntos sobre Mauricio Macri, que logró un gran crecimiento desde las elecciones primarias.
Así, por primera vez en la historia, ahora será mano a mano, sin espacio para los grises. Los argentinos definirán su futuro en un balotaje, institución creada en la reforma constitucional de 1994 y que hasta ahora nunca había sido utilizada, aunque en 2003 hubo una instancia similar frustrada por la capitulación de Carlos Menem ante Néstor Kirchner.
Como en aquel momento, ahora también se enfrentan dos modelos nítidos, con ideas que contrastan y visiones de país diametralmente opuestas.
Scioli pretende la continuidad de un modelo que tiene al Estado como gran eje, con políticas de inclusión y una apuesta decidida al mercado interno como motor de la economía. Su propuesta siempre fue construir desde lo hecho, pero sin derrumbar los cimientos.
Macri, en cambio, es un defensor del libre mercado. Para el hasta ahora intendente porteño, el Estado es apenas un mal necesario al que hay que ocupar. El PRO no oculta sus intenciones. Hizo campaña con ese mensaje y solo lo maquilló cuando las encuestas le dijeron que quedaba mal oponerse a políticas universales como la Asignación Universal por Hijo o emblemas como la recuperación de YPF o Aerolíneas.
Sin embargo, eso no ha cambiado un ápice el modo de ver las cosas: hace algunas horas, todos sus legisladores se opusieron a la ley que garantiza taxativamente el ingreso irrestricto y gratuito a la universidad pública, cerrando la puerta a cualquier intento privatizador, latente desde la reforma educativa del menemismo.
Aunque por estas horas los dos candidatos están enfocados en conseguir los votos necesarios para imponerse el 22, hay que repasar el camino recorrido para llegar a esta definición. Scioli se impuso con nitidez en las Primarias y el kirchnerismo esperaba tranquilo repetir y sumar uno o dos puntos más, necesarios para ganar en primera vuelta si Macri no sumaba más de 30. El supuesto crecimiento de Sergio Massa parecía confirmar esa teoría, robándole votos al PRO.
Sin embargo, nada de eso ocurrió. Scioli sumó unos pocos votos más que en la primera vuelta y el que creció fue Macri, tanto que por unas horas el escrutinio provisorio lo daba como ganador. ¿Qué pasó? ¿Qué no anticiparon analistas y encuestadores? ¿Qué no vieron los mismos candidatos?
Estos 32 años de democracia fueron de aprendizaje y está claro que la sociedad vota como quiere y no como se espera. Hace apenas cuatro años, el 54 por ciento de los argentinos ratificaba en primera vuelta a Cristina Fernández. Ahora solo el 39 por ciento votó por la continuidad, mientras que un porcentaje similar apuesta todo a un cambio. ¿Qué pasará con el otro veinte por ciento?
¿Cómo es que la sociedad que con tanta contundencia ratificó a Cristina ahora quiere sepultar todo? No es un drama psicológico. Hay un desgaste propio de más de una década, una cuota de prepotencia y soberbia de algunos dirigentes y militantes y otra de subestimación del rival que socavó el atractivo del candidato propio. Intelectuales y algunos referentes del kirchnerismo, en plena campaña, desnudaron un egoísmo que no se condice con la idea del «proyecto» que representa la propia Presidenta, quien eligió a su sucesor. El voto desgarrado de «Carta Abierta», críticas veladas de Hebe de Bonafini y militantes desencantados formaron un combo que derivó en una lógica pérdida de votos. Si no hay convencimiento interno, ¿por qué habría de haberlo en el resto de la sociedad? El supuesto purismo declamado por los intelectuales y algunos referentes críticos, parece olvidar que el kirchnerismo no se caracterizó nunca por su pureza, sino que fue una construcción que incluyó a dirigentes de diversas corrientes políticas y orígenes, muchos de ellos acunados durante los 90.
El propio Néstor Kirchner fue el mentor de la “transversalidad” que elevó al traidor Julio Cobos a la vicepresidencia, mientras que el ex UCD Sergio Massa tuvo su momento de fama como jefe de Gabinete de Cristina en su primer mandato. Scioli también dio sus primeros pasos en la política durante los 90, pero a diferencia de otros, siempre se mantuvo leal al kirchnerismo, primero con Néstor como vicepresidente y después apoyando a Cristina desde la gobernación de Buenos Aires, aún en los peores momentos, como en la disputa con los patrones de la soja. Su mirada más conciliadora y en algunos casos distinta, no lo hace menos meritorio de confianza. Por el contrario, pertenecer con disidencias lo hace más rico que muchos que acatan sin chistar.
Un ideal no es una fórmula muerta, sino una hipótesis perfectible, para que sirva debe ser concebido así, actuante en función de la vida social que incesantemente deviene, escribió José Ingenieros en El Hombre Mediocre.
“Hay mediocres de afuera y de adentro que quieren dividirnos”, advirtió la Presidenta en su primera lectura después de conocidos los resultados del último domingo.
La mediocridad también puede medirse en la pretendida superioridad de despreciar a aquellos que piensan diferente. La pereza intelectual de algunos pensadores y dirigentes que quieren reservarse el poder de medir el grado de pertenencia de unos y otros, choca con la idea de proyecto inclusivo y repite experiencias nefastas con reminiscencias fascistas. La sociedad no quiere eso. En estas tres décadas de democracia, demuestra cada vez más que no está atada a banderas partidarias y que vota lo que le conviene en el momento, para bien o para mal. Elige y premia o castiga con nitidez y nadie puede arrogarse el derecho de cuestionar sus decisiones. En todo caso, hay que hacerse cargo de los errores propios que hayan ahuyentado a los votantes.
Scioli tomó nota del mensaje de las urnas y ya anunció varias medidas que se diferencian con la gestión actual. La eliminación de retenciones a las economías regionales, la aplicación del 82 por ciento móvil para las jubilaciones mínimas, una lucha más frontal contra el narcotráfico y la elevación del piso de Ganancias a 30 mil pesos que beneficiará a 580 mil personas y alcanza también el aguinaldo de diciembre, son algunas de las decisiones que tomará si llega al Gobierno. El 82 por ciento móvil sería para la categoría mínima, que implica a tres millones y medio de jubilados y comenzaría a regir a partir del primero de enero de 2016 actualizándose luego por Ley para la movilidad jubilatoria. Esta medida «implicaría que quienes cobran 4.300 pesos pasarían a cobrar 4.969 en base a una revisión del esquema de financiamiento de la Asignación Universal por Hijo que pasará a Rentas Generales».
“La eliminación de los derechos de exportación con prioridad absoluta a nuestras economías regionales, como el caso de té, yerba mate, algodón, peras, manzanas, uvas, cítricos, lana, trigo, maíz, y reducción de los derechos de exportación de la soja (pasando del 35 por ciento al 25 por ciento) con un costo fiscal de 15 mil millones de pesos», indicó Scioli en Tucumán, donde firmó un documento de compromiso junto al gobernador entrante y saliente de esa provincia Juan Manzur y José Alperovich, los gobernadores Jorge Capitanich (Chaco), Gildo Insfrán (Formosa), Luis Beder Herrera (de La Rioja), José Luis Gioja (San Juan), Martín Buzzi (Chubut), Sergio Urribarri (Entre Rios), Maurice Closs (Misiones), Lucía Corpacci (Catamarca), Rosana Bertone (Tierra del Fuego); y el presidente del PJ de la provincia de Buenos Aires, Fernando Espinoza.
Del otro lado, la propuesta de Macri sigue siendo «cambiar». El líder del PRO no se avergüenza ni esconde que sus medidas serán antipopulares. Maquilla sus intenciones con la «generación de confianza» que atraerá inversiones, liberará el dólar y permitirá «volver al crecimiento». Sin embargo, la teoría del derrame fracasó empíricamente. Es la misma que pregonaba Domingo Cavallo en los 90 para abonar el terreno a la apertura de la economía, el libre mercado, las privatizaciones y el endeudamiento.
Macri nunca ocultó su visión. «Hay que endeudarse todo lo que se pueda con los organismos de crédito mundiales para encarar obras de infraestructura» ya que van a quedar «pelados» y «secos» de fondos en el Banco Central.», dijo en plena campaña, en contraste con la política de desendeudamiento que asumió el país desde la asunción de Néstor Kirchner. Es cierto, hoy el nivel de reservas no es alto, pero la deuda es sumamente baja en relación al PBI, lo que permite mantener el nivel de actividad, de ventas, de consumo, de trabajo, de jubilaciones, de salarios y de ganancias.
La deuda externa es, en cambio, la soga que asfixia a una enorme cantidad de países y que hundió a la Argentina en la peor de sus crisis. Inicialmente puede impulsar la demanda (consumo e inversión) que genera, bienestar a corto plazo para quienes tienen más recursos. Ese fue el «deme dos» y el inicio de la Convertibilidad. Pero para sostener esa burbuja, hace falta más deuda y cuando se hace insostenible, llega el ajuste, el achique del Estado, los recortes salariales, la eliminación de medidas de protección social. Así estalló el 2001, en medio de un brutal desempleo y pobreza. Su equipo tiene experiencia en eso. Patricia Bullrich, la ministra de Trabajo de la Alianza que aplicó el recorte salarial del 13 por ciento, fue la candidata a diputada nacional más votada en la ciudad de Buenos Aires. Humberto Schiavoni, el cerebro tras las privatizaciones y la deuda pública de Misiones, no tuvo tanta suerte y se quedó afuera del Congreso, cosechando apenas 72895 votos, menos de la mitad de los de su jefe político.
Tampoco reniega Macri de una devaluación, que significará una enorme transferencia de recursos hacia los sectores más pudientes. Sus economistas prometen liberar el cepo al otro día de asumir. Eso significaría un dólar a 16 pesos, una mayor apertura a las importaciones y la caída de los subsidios. Inmediatamente, una medida de ese tipo tendrá impacto en los precios de productos con componentes importados y una caída del consumo, con su correlación en el empleo. Se podrá comprar libremente dólares, pero la clase media, la que más reclama por ese «derecho», dejará de tener pesos sobrantes para comprar verdes. Y la deuda, nuevamente, condenará a las futuras generaciones.
Las políticas de inclusión también marcan un claro contraste. Mientras la Nación y provincias como Misiones hacen una enorme apuesta por la educación y programas sociales como la Asignación Universal, para el PRO es un gasto más, como los salarios.
No es interpretación. El Senado convirtió en ley hace pocas horas la garantía de gratuidad y libre acceso a las universidades públicas. El PRO lo rechazó, lo mismo que en Diputados. Hasta a sus socios radicales les pareció demasiado ir tan a fondo contra su propia historia de reivindicaciones juveniles y apoyó la ley. Es una forma de pensar. «El problema no está en crear más universidades, también soy muy crítico en eso, ¿que es esto de universidades por todos lados? Obviamente, son muchos mas cargos para nombrar», expuso Macri. La visión economicista por encima del valor social también alcanza a la ciencia, donde pretende premiar a los científicos que «publiquen», relegando automáticamente a investigadores de áreas poco marketineras.
En la misma línea se inscribe la política sobre subsidios. La candidata a vicepresidente del PRO, Gabriela Michetti, resaltó la necesidad de recortarle subsidios al gas, la luz y el transporte a sectores de la clase media que paga «precios irrisorios». Paradójicamente, es la clase media la que se muestra más encantada con las promesas amarillas.
El economista Carlos Melconian, escondido en plena campaña, se mostró preocupado porque los salarios de los trabajadores argentinos medidos en dólares crecieron 306%, es decir, se cuadruplicaron, desde 2002 a 2015, pero no sólo eso, sino que su valor promedio pasó entre 13 años de U$S 373 a U$S 1.516; cifra que representa el máximo nivel en 25 años, ya que no se alcanzaba desde 1980. De este análisis, se desprende que la crisis de 2001 derrumbó brutalmente el salario de los trabajadores medidos en dólares desde los U$S 1.147 a los U$S 373 en el período 2001-2002. Luego comenzó un período de lenta pero continua recuperación que lo llevó a los actuales U$S 1.516; con lo cual trepó 306%. El único año que registró una baja fue 2014 debido a la devaluación del peso contra el dólar, pero que fue recuperado totalmente en 2015 merced de las paritarias y la estabilización cambiaria. Asimismo, se observa que este salario es el mayor en dólares de los últimos 25 años, debiéndonos tener que remontar a 1980 para encontrar uno mayor: U$S 1.759 dólares. Ese crecimiento de los salarios atenta contra la «competitividad» de las empresas en la visión PRO.
La sociedad de Misiones tiene claro que los últimos doce años merecen ser defendidos. La continuidad de la Renovación fue aprobada por un contundente 65 por ciento de los misioneros y 400.536 votos que fueron para Hugo Passalacqua y Oscar Herrera Ahuad. El mismo volumen eligió a Scioli, mientras que Macri apenas cosechó 149 mil, lo que coloca a Misiones entre las tres provincias donde el candidato del Frente para la Victoria se impuso con mayor distancia sobre su rival.
En Misiones hubo una conjunción de premio a la gestión y reconocimiento al respaldo permanente de las políticas nacionales cuya continuidad se avizora de la mano de Scioli, que anticipó que si gana las elecciones, el gobernador Maurice Closs se integrará a su gabinete. Pese a ser una de las provincias más atrasadas en el reparto de la coparticipación, Misiones, como todo el norte argentino, recibió en estos años ingentes recursos que sirvieron como compensación. Obras de infraestructura, rutas, autovías, viviendas, electricidad y una enorme red de protección social que alcanza a cerca de 140 mil niños misioneros, que reciben la Asignación Universal y generan un derrame efectivo de recursos en el orden de los 117 millones de pesos mensuales, a los que hay que sumarles jubilaciones y pensiones, Progresar y recursos para el Procrear.
Ese mutuo respaldo corre peligro ante un gobierno de Macri. Por una sencilla ecuación política, deberá concentrarse en Buenos Aires, donde su candidata María Eugenia Vidal ganó la gobernación, la propia ciudad de Buenos Aires, que lo catapultó al poder y donde dejó a su delfín Horacio Rodríguez Larreta, Córdoba, que le dio una enorme cantidad de votos, Mendoza, donde también le fue muy bien y Santa Fe, donde el humorista Miguel Del Sel le permitió visibilidad. Esa concentración en el centro del país dejará relegados al norte y al sur del país, como era antes, como fue siempre.
“La diferencia de modelos es muy fuerte, pero por sobre todas las cosas el impacto que puede tener en provincias como la nuestra es mucho más fuerte aún, porque en definitiva el país se va a transformar en un país central”, aseguró Closs en la primera lectura de los resultados. El voto de los misioneros en el balotaje, deberá ser, para Closs, en defensa propia.
“Los misioneros no debemos pensar mucho el voto del 22 de noviembre, porque un candidato, Daniel Scioli, representa la garantía de la equidad y el otro, (Mauricio) Macri, es la cara visible del mercado, y de los grandes grupos económicos», sostuvo el gobernador electo Hugo Passalacqua, para quien «la gente tendrá que elegir entre equidad o mercado».
“Scioli es lo más conveniente para el país, es una persona que va a cumplir con Misiones”, sintetizó el conductor de la Renovación, Carlos Rovira.
Así como premió a la Renovación, la sociedad misionera también marcó límites internos. Numerosos intendentes del oficialismo fueron desplazados por otros del mismo color.
También, con claridad, le dio la espalda a los candidatos de la oposición que navegaron en aguas turbulentas despreciando barreras ideológicas y juntándose con quienes piensan diametralmente en contra. Alex Ziegler ni siquiera tuvo el consuelo de erigirse como referente. El ex renovador sacó la mitad de los votos que su nuevo jefe político y su sueño de arrastrar consigo votos del oficialismo, quedó trunco. Como consuelo le queda esperar a que Macri gane y lo premie con algún cargo, lo mismo que sueñan algunos radicales. Es que el PRO no tiene equipo para cubrir la enorme cantidad de cargos del Estado.
El radicalismo, que mendigó la boleta de Macri fue despreciado en las urnas. Apenas superó los votos obtenidos en 2003, en el peor momento después del fracaso de Fernando De la Rúa y dilapidó cien mil votos, que habían respaldado a la UCR en 2013. Quedó tercero después del voto en blanco, lo que configura un negro escenario para la política interna que reclama a gritos un recambio dirigencial y de formas. El socialismo, aliado de último momento, no ganó nada con la sociedad y ya toma distancia de la postura PRO. La presidenta del PS, Norma Fernández juró que nunca votará a Macri, pero el partido dejará en libertad de acción a sus afiliados. Rara postura la del “progresismo” que mide con la misma vara a modelos tan distintos.
Ramón Puerta, en esta elección aliado a Sergio Massa también confirmó su ostracismo y sacó poco más de 30 mil votos, demasiado lejos de sus tiempos de gloria. Su idea de unir a toda la oposición bajo un mismo paraguas tampoco tiene su correlato a la luz de los resultados: sumados todos los opositores, no alcanzan los votos de la Renovación. No se trata simplemente de sumar voluntades, sino de ofrecer algo superador. Muchos massistas ya anunciaron que su límite es Macri.
Una cita aparecida en el diario Página 12 en la noche misma de las elecciones pone a Misiones como un ejemplo a seguir. Un veterano dirigente del oficialismo que no quiso sacar conclusiones apuradas definió: «Si alguien quiere entender cómo funcionan las cosas, cómo se articulan las políticas públicas y la campaña, debería investigar por qué el sucesor elegido por Maurice Closs en Misiones, Hugo Pasalacqua, ganó de manera aplastante». Y agregó: «Algo deben haber hecho bien».

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