El Papa advirtió sobre los «nuevos colonialismos» durante su visita a Bolivia

El Papa Francisco dio un discurso «revolucionario». Llamó a un «redentor» cambio de estructuras y a luchar para superar las «graves situaciones de injusticia que sufren los excluidos en todo el mundo». Fustigó con más dureza que nunca «la dictadura del dinero», que volvió a definir como «el estiércol del diablo», y al sistema económico actual, «que degrada y mata». Y convocó a la unión de la Patria Grande latinoamericana y a rechazar el «nuevo colonialismo».

Según el reporte especial de Elisabetta Piqué para el diario La Nación, Francisco, un papa considerado populista y hasta marxista por sectores ultraconservadores, pronunció ayer el discurso de más fuerte contenido político y social de su pontificado.

 

«El futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos», clamó, al clausurar el Segundo Encuentro Mundial de los Movimientos Populares. El Pontífice habló en Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más importante de este país de 10 millones de habitantes, uno de los más pobres de América latina. Y lo hizo en una jornada marcada por la polémica que provocó una suerte de crucifijo tallado sobre una hoz y un martillo que le regaló Evo Morales.

 

En su discurso, Francisco volvió a hablar de un mundo sumergido en una «tercera guerra mundial en cuotas». Denunció la existencia de «un hilo invisible que une a cada una de las exclusiones: un sistema que ha impuesto la lógica de la ganancia» a toda costa. «Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan los pueblos», dijo.

 

«Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana madre Tierra», clamó en su discurso. Aclaró que estaba hablando no sólo de problemas de América latina, sino de toda la humanidad. «Se está castigando a la Tierra, a los pueblos, a las personas, de un modo casi salvaje», disparó.

 

El primer Encuentro Mundial de los Movimientos Populares había tenido lugar en octubre del año pasado en el Vaticano por voluntad de Francisco. Como recordó el propio Papa en su largo e intenso discurso, que duró una hora, y de más de seis páginas, esa vez había reclamado «las tres t»: tierra, techo y trabajo para todos.

 

«Lo dije y lo repito, son un derecho sagrado. Vale la pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América latina y en todo el mundo», pidió, provocando una catarata de aplausos. En el público, que lo ovacionó, no sólo estaba el presidente Evo Morales, que antes había dado un discurso de media hora en el que reivindicó su pasado de lucha contra «el imperialismo castrador». También había cartoneros, recicladores, indígenas con el rostro pintado, obreros con casco y miembros y dirigentes de movimientos de todo el mundo, como el abogado argentino Juan Grabois, cercano a Jorge Bergoglio.

 

El Papa, que elogió reiteradamente los movimientos populares -que definió como «poetas sociales»-, los llamó a impulsar un cambio. «Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden hacerlo y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres t» [trabajo, techo, tierra] y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, nacionales, regionales y mundiales. ¡No se achiquen!», dijo.

 

Dijo luego que ni el Papa ni la Iglesia tienen «una receta» para solucionar los graves problemas de este mundo. Pero propuso tres grandes tareas: poner la economía al servicio de los pueblos; unir los pueblos en el camino de la paz y la justicia, y defender la madre Tierra. Al denunciar el sistema actual, llamó a decirle «no a una economía de exclusión e inequidad» y aseguró que «el problema es un sistema que sigue negándoles a miles de millones de hermanos los más elementales derechos económicos, sociales y culturales». Además, denunció que este sistema «atenta contra el proyecto de Jesús».

 

«El destino universal de los bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la Iglesia. Es una realidad anterior a la propiedad privada. La propiedad, muy en especial cuando afecta los recursos naturales, debe estar siempre en función de las necesidades de los pueblos», dijo provocando una ovación.

 

Al hablar de la necesidad de unidad, destacó que «en estos últimos años, después de tantos desencuentros, muchos países latinoamericanos han visto crecer la fraternidad entre sus pueblos».

 

«Los gobiernos de la región aunaron esfuerzos para hacer respetar su soberanía, la de cada país y la del conjunto regional, que tan bellamente, como nuestros padres de antaño, llaman la «Patria Grande»», agregó. Advirtió luego que «hay factores que atentan contra la soberanía de los países de la «Patria Grande» y otras latitudes del planeta». Y arremetió contra el «nuevo colonialismo», que se esconde «detrás del poder anónimo del ídolo dinero» o «bajo el noble ropaje de la lucha contra la corrupción, el narcotráfico o el terrorismo cuando se imponen a los Estados medidas que poco tienen que ver con la resolución de esas problemáticas y muchas veces empeora las cosas».

 

«Del mismo modo, la concentración monopólica de los medios de comunicación social, que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural, es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideológico», agregó.

 

Luego de «reconocer que ninguno de los graves problemas de la humanidad se puede resolver sin interacción entre los Estados y los pueblos a nivel internacional», el Papa destacó que «interacción no es sinónimo de imposición». E hizo un mea culpa «no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América».

 

Con este discurso revolucionario, de tono mucho más fuerte de lo que se esperaba, Francisco cerró otra jornada intensa, marcada por una ciudad paralizada para verlo pasar en papamóvil, obtener una bendición o simplemente gritarle «¡Papa, te queremos!

 

Por la mañana, había celebrado una misa multitudinaria en la plaza del Cristo Redentor ante miles de personas. «¡Basta de descartes!», clamó en la celebración, a la que también asistió Morales. Fue la tercera gran misa de su gira latinoamericana, que continuará hoy en Paraguay y concluirá el domingo.

 

Por la tarde, en un encuentro con 12.000 religiosos en el que cautivó a todos contando anécdotas, condenó a los sacerdotes que no son pastores sino «capataces», que están continuamente reprendiendo y que «se sienten una casta de diferentes». Y recordó que «no somos testigos de una ideología, de una receta, de una manera de hacer teología. Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús».

 

GS.

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